No sé si Miguel Ángel Revilla fue capaz de explicarle a la señora Aguirre que en España hay libertad de expresión porque así lo prescribe la Constitución Española, que no es un privilegio de un Madrid gobernado por una de las peores gestoras de los servicios públicos que se recuerdan, una señora que gasta los dineros del erario en espiar a sus propios correligionarios y responsable última de una televisión tan sectaria que ríete tú del Gramma. No sé si fue capaz el Presidente de Cantabria de que la mollera neoliberal de la Condesa de Murillo, tan castiza y chulesca ella misma, entendiera la diferencia entre libertad de expresión y mala educación e inoportunidad. No sé si ya puestos recriminó a esta pobre mujer que no llega a fin de mes la obsesión de la versión hispano cutre de los tea party por apropiarse de los símbolos nacionales.
Pero en una sistema democrático, y España lo es, son muchos los lugares y los tiempos en los que un ciudadano puede expresar su descontento y hacer uso de su libertad de expresión. Comenzando por las propias elecciones y acabando el larguísimo arco por las inmensas posibilidades que ofrece la red. Nunca durante la celebración del eje central de los actos de la Fiesta Nacional de España, nunca durante ese preciso momento en el que los diversos poderes del estado, los representantes de la ciudadanía, ejercen tal vez más que nunca esa función simbólica en la que actúan un poco por todos.
Son ya muchos años seguidos, muchos los doces de octubre en los que el Presidente del Gobierno de España es recibido en la Castellana por una muy particular compañía en armas, el Tambor de Graznaderos. Una horda ultra (no tan espontánea como algunos pretenden, y convocada, entre otros y vía Twitter, por las Nuevas Generaciones del Partido Popular) que en su falta de oportunidad y de educación ofende con sus graznidos y sus pitadas a todos aquellos símbolos que deberían ser de todos los ciudadanos y que ellos pretenden su propio patrimonio, nos ofenden a todos y continúan sembrando ese indigno intento de secuestro de las instituciones que ha sido uno de los pilares de la estrategia conservadora para recuperar la finca.
Pero todavía más indecente el comportamiento de la horda libreexpresionista que tan vivamente defendió la Aguirre con su insistencia año tras año en arreciar los graznidos cuando se rinde homenaje a los muertos. Unas veces a los caídos en misiones militares como soldados de España, otras a los asesinados por el terrorismo. Unos y otros, acompañados por esos vociferantes que emergen de los barros de la España más oscura.
Qué vergüenza.
1 comentario:
No sé qué me indigna más, si el hecho mismo de ponerse a abuchear en pleno homenaje a los caídos, o la insultante apelación posterior a la libertad de expresión por parte de Aguirre. Lo vi en directo y estuve a punto de echarme a llorar. Y no es la primera vez que se producen semejantes atropellos a la decencia con, encima, posteriores justificaciones tan demagógicas como ofensivas para la inteligencia de quien las reciba.
¿Recuerdas a aquel personaje de intereconomía (llevo una tarde de intenso y extenso trabajo y no consigo recordar el nombre ni pienso buscarlo) que arremetió contra la página de un miembro del gobierno catalán (creo que la consejera de sanidad) llamándola puta, depravada y otras lindezas? Entonces ya se oyó eso de "eh, libertad de expresión". Alguien podría pensar que la página se las traía, pero lo cierto es que en absoluto.
Esperanza Aguirre, a pesar de algunos aciertos (líbrenme los dioses de demonizar a nadie)me parece una gobernante nefasta. En concreto, tiene por la escuela pública el mismo respeto que hacía las víctimas los abucheadores de ayer. Y su consejera de Educación, Lucía Figar, es peligrosa. La podredumbre moral de su consejería no deja de ir a más. Lo más reciente es que son ya varias las personas que me han contado que en un encuentro en Rímini dijo, más o menos, que en Madrid lo estaban haciendo tan bien que cada vez conseguían más dinero público para la enseñanza religiosa. Tengo ya el enlace, a ver si lo veo... Aunque me cuesta creer que una responsble de la cosa pública pueda decir semejante barbaridad. Dejemos pues, esto último, pendiente de comprobación.
Pero claro, si finalmente es cierto, alguno dirá que es libertad de expresión, y que, además, considerar que todos debemos pagar la enseñanza religiosa es tan legítimo y defendible como no pensarlo.
Y es que vivan el relativismo y la libertad de expresión, hay que jod...
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