martes, octubre 19, 2010

MOMENTOS ESTELARES: LLUVIA DORADA A BORDO


Estoy seguro de que entre los recuerdos humorísticos de cada uno, aparece un lugar de honor reservado para las clásicas situaciones "caca-culo-pedo-pis". Pero en esta serie todavía no habíamos cruzado los dinteles escatológicos.

Dicen que la Tía Bilito, ya conocida por los adictos a la serie de los Momentos Estelares en su faceta de secuestradora de guías checas comunistas, se quedó estupefacta al salir de la sesión de tarde de Los Aristogatos, cuando sintió mientras esperábamos al taxipadre una extraña y cálida humedad en la pierna izquierda, bien extraña en una noche de helada seca e invernal como la que estaba cayendo. Y más estupefacta aún al comprobar que el siempre despistado Peke-Ruka había tomado su pantorrilla por el esquelético tronco del árbol más cercano y la había seleccionado para evacuar las aguas menores contenidas durante todo el metraje.

Pero poca cosa resultó ser el incidente si tenemos en cuenta que de nuevo Peke-Ruka se mostró como un precoz parafílico durante el posterior agosto.

Como familia numerosa bien avenida con mesnadas de primos, amigos, parientes cercanos y lejanos y militares sin graduación, durante las vacaciones solíamos desplazarnos en horda. Horda para ocupar espacio suficiente en la Primera Playa del Sardinero, horda para encontrar sitio adecuado y sardinas bastantes en La Trainera de Pedreña, horda para ocupar acera en la procesión del Carmen, horda para etcétera, etcétera, etcétera. Y cómo no en horda habíamos tomado al asalto el característico barco Ciudad de Santander, de la clásica y extinta compañía Los Diez Hermanos, para excursionar hacia la ría del Cubas y mantener entretenida durante un par de estivales horas a copiosa masa de infantes tiernos y correosos.

Como siempre fue de poco molestar el encantador Peke-Ruka, tuvo, mantuvo, sostuvo y retuvo y retuvo cuando pudo las emergencias líquidas antes de proferir un desesperado "Mamá, pis" ya con moflete colorado, respiración entrecortada y piernas linamorganescas. Antes también de comprobar, horror, que dos rotundas señoras de Valladolid hacían cola en el único excusado de a bordo en espera de que una tercera recia castellana dejara la plaza vacante. Y claro, resulta que Peke-Ruka había esperado tanto tanto, que estaba al límite límite y aquello no esperaba no esperaba. Así que en un breve y jocoso acuerdo entre el Concilio de Madres de la horda llegaron a la conclusión de que si el encantador nene subía a la cubierta superior del barco, la horda lo rodeaba formando la característica Escuadra Disimuladora y el niño se acercaba a la barandilla de estribor y apuntaba con pericia hacia las aguas de la bahía pues todo quedaba solucionado sin más peaje que una ligera contribución a la contaminación oceánica.

Quiso la siempre traviesa diosa Fortuna que el momento inicial del chorro coincidiera no sólo con el suspiro de alivio de Peke-Ruka sino también con el instante elegido por un rotundo y calvo señor de Valladolid o de cerca (salvadas las hordas de infantes locales, suelen ser de Valladolid o de cerca los viajeros de las típicas excursiones veraniegas) para asomarse mucho mucho por una de las ventanas de la cubierta inferior. Con tal coordinación que ni una sola gota cayó fuera de la castellana calva.

Comprenderán ustedes que raudo y veloz, el de Pucela subió en busca del meón y de las pertinentes explicaciones y disculpas con un delicado "¿Dónde cojones está el coño niño que me ha meado encima?". Pero comprenderán ustedes que años de experiencia habían hecho que la horda dominara la difícil ciencia del disimulo, y no hubo una sola risita delatora ni colorete incriminador hasta varias horas después de la arribada de regreso.

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