martes, febrero 19, 2013

ESTAMOS LEYENDO ... "LAS VIDAS QUE INVENTAMOS", DE FERNANDO j. LÓPEZ




No deja de tener su grado de complicación la lectura y comentario de una novela, de un libro de poemas, de un texto cualquiera, escrito por un amigo. Si la tan traída, llevada y sobrevalorada objetividad suele ser una diana más bien imposible, en estos casos de la pugna entre texto y afectos puede resultar todo un combate capaz de terminar en sangría emocional. Por eso se agradece que los amigos, algunos amigos, escriban tan bien que en lugar de un prudente silencio los dedos nos pidan teclear, como otras veces en este blog, nuestras particulares impresiones lectoras. A pesar de que haga ya mucho tiempo que no cronifico ningún libro.

No tengo muy claro si primero me encontré en las redes con Nando y después leí La edad de la ira o si por una casualidad me tropecé con la novela y fue ella la que de alguna manera me acercó a su autor. En aquel primer encuentro libresco me encontré una historia muy bien contada, llena de dolor, estructurada en voces diferentes que enriquecían las lecturas, tratando a un tiempo de escapar de esa obsesión actual por las novelas de misterio pero jugando a la vez a reinventar el género, a manejar una intriga no policíaca con métdos característicos de la investigación policíaca y, se agradece, con intención de terminar en ese volumen y no forzar a una larga serie con idéntico protagonista. El mundo de la educación, ese al que Fernando J. López pertenece por pasión y vocación, la difícil adolescencia, la homofobia y el mobbing, el sistema, la violencia brutal que de pronto amanece y nos rompe están en un libro que leí con agrado, casi de un tirón.

Una sensación similar, esa lectura intensa, rápida, amable, voraz, me he encontrado en Las vidas que inventamos . Está claro que Fernando no busca enredar con teorías estéticas y estructurales, aunque sabe manejar perfectamente las diferentes técnicas, sino que se limita a contarnos de nuevo una historia, otra historia, bien diferente, aunque con algún punto en común: la impostura de la sociedad, la configuración de nuestro universo como un particular cosmos escénico en el que los piés de diálogo pueden determinar la acción, definir la personalidad y desencadenar acontecimientos inesperados. Tan inesperados a veces que el final de la novela nos depara algunos giros que nunca habríamos previsto. Giros con los que a un tiempo deja algunos espacios abiertos y sin respuesta, a la vez que cierra otros tal vez de manera demasiado esquemática y apresurada pero desde luego correcta.

¿Quiénes somos? ¿nos movemos por la escena según el rol que han ido definiendo sobre nosotros desde el exterior? ¿desde una identidad sincera que nos ha permitido construirnos y abrirnos al mundo? En realidad, la tesis de la historia es que caminamos de puntillas sobre la mentira, sobre las mentiras, que una parte de nuestro perfil en la gran red del mundo es la falta de transparencia con la que tratamos de ocultar, de superar, de reforzar crisis sentimentales y familiares, accidentes, enfrentamientos laborales. Y supongo que en parte, como siempre ocurre con los buenos libros, la tesis es real y todos podemos recordar esa mentira que un día, tal vez aún, tuvimos que sostener, una mentira que ideamos para sobrevivir a una fractura personal o a un pánico social y que necesitó edificar mentira sobre mentira a la manera de un castillo de naipes que podría derrumbarse por un mínimo descuido. Comprobar la tensión, el riesgo, la paranoia que produce en otros, en Leo y en Gaby, ese castillo de falsedades nos hace revivir nuestro propio estrés, recordar qué difícil es controlar los pasos nuevos que podrían desvelarnos como mentirosos o farsantes en esas historias, en esas vidas inventadas, que todavía llevamos cargadas a las espaldas.

Crisis matrimonial por mero agotamiento de las fibras sensibles, la necesidad de Gaby de encontrar emociones y carne en algún lugar que le devuelva la ilusión y el nervio, a la vez que teme ese reencuentro con la vida. La culpa, el esfuerzo por borrar el paso por un escenario difícil, real o no, que obliga a enfrentar la propia hipocresía y conduce al filo del abismo en varias ocasiones, a la manera de Ripley, en el caso de Leo. Y alrededor toda una sucesión de personajes con vidas aparentes, reales o inventadas, que funcionan como secundarios hábiles y necesarios, el enfurruñado adolescente Adrián, los padres de Gaby, la extraña ex-pareja formada por Hugo y Jorge, la tristeza de Mireia...

Fluye la historia con naturalidad, con un lenguaje siempre cercano, claro y exacto que te produce la sensación de que no sería posible la historia con otras palabras. Juega con las estructuras, incorpora recursos de la modernidad literaria, el collage presente en las conversaciones por chat y whatsapp, el monólogo interior que nos acerca a la realidad de Gaby y de Leo en los análisis y narraciones silenciosas de sus emociones reales y sus mentiras conscientes, el dominio de los diálogos que aparecen aquí y allá frescos y dinámicos, recordando que además de la enseñanza la otra gran pasión de Fernando J. López es el teatro. Fluye hasta que al encontrarnos con la última página cerramos el libro y respiramos profundamente agradeciendo las horas que Nando nos ha regalado, el pequeño gran placer de la lectura, el lazo afectivo tantas veces aprendido entre lector y texto a lo largo de unas horas que tal vez sean de verdad la vida. Una vida inventada, muelle, apacible, feliz, lejos del gran ruido del mundo. Esa vida que página tras página, título tras título, nos da forma y nos recuerda por qué, para qué, seguimos leyendo.

viernes, febrero 15, 2013

PFLÜGER, ESE MISERABLE




Ayer, en ese mismo 14 de febrero en el que tantas parejas y tan diversas de todo el mundo vivían la disculpa oficial para renovar sus votos amorosos y circulaban flores, y bombones, y corazoncitos de trapo. Ayer, en ese mismo 14 de febrero en el que, reunido en la ciudad de Springfield, el Senado del Estado de Illinois daba luz verde al matrimonio entre personas del mismo sexo. Ayer, en ese mismo ayer, aprovechaba ese viejo conocido de la miseria humana, periodista de Intereconomía, no les digo más, que es Juan E. Pflüger, para vomitar su odio en las redes sociales.

Saben que han perdido la guerra, estos matones baratos de patio de colegio que habrán crecido, seguramente, agrediendo a sus compañeros al grito de ¡maricones! saben que han perdido la guerra. Que no hay camino de retorno a su viejo mundo de infamias en el que tal vez por ser más macarras que la media experimentaban ante el espejo la falaz ilusión de ser alguien, a ese mundo en el que podían excluir, insultar, a quienes no eran como ellos, a quienes no sentían como ellos, a quienes eran capaces de ver más allá de los lugares comunes y de las normas fanáticas de una Santamadre que se creía con derecho sobre la vida, el amor y la muerte de cada persona. Sí, de vez en cuando ganan alguna batalla, como la que acabó por avergonzar a un Estado de tradición abierto y vital como California. Pero es una ilusión fugaz, que además les obliga a aliarse y sentirse parte de aquellos a los que odian casi tanto como a los viciosos maricas (las lesbianas, se hace necesario recordar, no existen para estas mentes viscosas más allá del cine porno): los moros y los comunistas y excomunistas totalitarios. La homofobia hace extraños compañeros de cama.

Están enfermos, tipos como el Pflüger este transitan por el mundo infectados por el odio. Obsesionados por la imagen de dos hombres que se profesan mutuo amor. Se levantan cada día asqueados, agredidos, sucios de un mundo que a pesar de tantos pesares prefiere apostar por la diversidad, por el color, por la vida, por el amor, que por la grasa oscura que les envuelve haciéndolos resbaladizos, repugnantes, para una sociedad a la que no saben pertenecer, al modo del idiota griego, y que desde luego no les quiere. Y tratan de escupir esa obsesión cada día, tengan o no tengan disculpa o pie teatral. Porque como el matón, adoran provocar, convertirse en el centro de atención, presumir de cuánto enervan a ese inventado lobby rosa al que convierten en responsable de casi todos los pecados del mundo.

Embisten porque a pesar de todo, a pesar de que no merezca la pena prestarles esa atención que reclaman con insistencia morbosa , hacen daño. Hacen daño cuando una vez más te les tropiezas por maldita casualidad y ves cómo tratan de animalizarte, de cosificarte, de acorralarte, de arrebatarte la propia condición humana y negarte derechos, vida y emociones. Cuando tratan de cuestionar tu amor y convertirte en pura masa de carne. Hacen daño porque de nuevo te sientes obligado a explicarte, a justificarte, de nuevo recuerdas los largos meses al lado de tu compañero, recuerdas las sonrisas abiertas del primer encuentro, recuerdas su mano enredándose en la tuya, los primeros besos, las primeras bromas compartidas, los primeros desencuentros, la familiaridad creciente, el momento en que te das cuenta de que ya sabes acertar con su talla y sus gustos para darle una sorpresa, las broncas y las disculpas, las primeras almejas de Pedreña a la sartén bien acompañadas por un Rias Baixas, el aniversario en El Serbal, las calles compartidas de París o de Lisboa. Recuerdas, claro que sí, los cuerpos enredándose y aprendiéndose y otorgándose el derecho al placer cómplice. Porque la sexualidad y el goce nos hacen humanos también, más humanos. Y me pregunto otra vez qué es lo que no comproenden, lo que no quieren comprender estos heraldos de la tristeza. Recuerdo la enfermedad, los meses a su lado viéndole consumirse, luchar con fuego contra la mirada apagándose, le recuerdo dulce y resignado al saber que no había vuelta, le recuerdo con su cuerpo ya casi inexistente cayendo contra el mío una madrugada y muriendo en mis brazos. Y me pregunto qué tipo de hijo de la gran puta es capaz de confundir amor y vicio sólo porque no éramos como dicen con ese humor barato que tanto les gusta Adán y Eva sino Adán y Esteban.

Sí, saben que hacen daño, que nos roban unos minutos de vida. Puede que se crean que en la guerra perdida ese dolor que causan es una escaramuza ganada. Pero ya ni siquiera esa victoria mínima les cabe. Provocan la herida como lo hace el insecto venenoso, un mordisco pasajero, provocan aburrimiento y bostezos. Y contra lo que esperan, no nos dan sino armas. Porque nos recuerdan que venimos de la injuria, que nos reconocimos por primera vez en los insultos, tal vez en los golpes de ratas como ellos, que aprendimos a ser, a caminar con la mirada alta entre el desprecio de los verdaderamente despreciables. Nos recuerdan que queda trabajo, queda combate, queda dignidad por ganar porque los miserables apestan desde la sombra, buscando el momento de asestar otro golpe. Que no podemos bajar la guardia, y puede que no podamos ni debamos rendirla nunca.

Nos recuerdan, en fin y gracias, los versos del maravilloso poema de José Hierro: "¿Qué sabrá ese tahúr, ese amargado, lo que es amor?"

jueves, febrero 14, 2013

GINEBRA DULCE



Esta foto recuerda la primera vez que vi a Gin, que entonces respondía por Lona. Una cachorrona de setter inglés, línea Llewellyn, manto lemon belton y cara de espabiladota que había sido abandonada por alguno de esos seres infames que juegan a creer que los perros son juguetes rotos que puedes arrojar a la basura. Tenía entonces unos ocho meses y hasta que fue rescatada por SOS SETTER su destino era la muerte en la perrera, tras haber salido volando de un coche. Estuvo a punto de salir adoptada para Barcelona pero al final se frustró el viaje y bueno, fue precisamente un 14 de febrero cuando se vino a casa.

Hubo un punto de locura en su adopción, ¡dos perras en un piso, y no precisamente chihuahuas! pero andaba yo especialmente sensible por aquellos meses y sabía que acabaría por aparecer un setter que me dejara herido con esa mirada entre dulce y triste que tan bien dominan. Al fin y al cabo setter había sido mi primera perra, Lola, una irlandesa locuela y cariñosa de la que todavía hay quien se acuerda.

Dos años ya, dos años en los que Gin ha ido conquistando su espacio. No fue fácil el principio, supongo que la mansedumbre impenitente de Glenda me había hecho olvidar la energía que puede caber en un cuerpo tan pequeño, y recuerdo hoy que estuve a punto de tirar la toalla, de llamar a Sonia y decirle que había fracasado y que no podía controlar a la que pronto Glenda bautizó en su blog como "la sobrina hooligan" o "la poligonera". Pero resistimos entre destrozos y carreras enloquecidas hasta este hoy en el que parece mentira siquiera haber pensado en la rendición.

Vivaracha, despierta, guapa. Gin permanece todo el día atenta, dispuesta a disparar su aceleración de cero a cien ante la posibilidad de volver loca a la gata Tiberio o de dar un paseo. O dormitando feliz y confiada, segura de que el mal sueño del abandono y la perrera no va a repetirse. Sí, hay algo mágico en la imagen apacible de un perro durmiendo, confiado, en su respiración lenta, en los movimientos nerviosos y repentinos que les provocan sus sueños. Rebelde, sociable, descontrolada. Tanta sangre cazadora que no puede moderar sus impulsos y resulta obligado llevarla atada, a pesar de que en las ocasiones en las que encontramos un espacio seguro resulta todo un espectáculo ver cómo corre, casi vuela, sin perderte de vista, observándote de reojo, buscando palomas y gatos a los que apuntar con el hocico transformándose en repentina estatua de sal.

Dulce. Una perra de contacto, como suelo definir a los setters, necesitada de la caricia, del roce, necesitada de esa cercanía amorosa y emocionante que alimenta su paz y fortalece sus lazos.

Sí, ella, que llegó a una casa en la que la presencia de Glenda y la ausencia de Leo ocupaban demasiado corazón y que fue rompiendo, literalmente, reservas y barreras para hacerse imprescindible y acabar debutando con un blog, como ella, rompedor y divertido, un spin off del que creara Glenda.

Sí, ella, Lady Ginebra de Camelot Beefeater-Windsor Von Saxe-Coburg Fukushima. Gin. Hoy como hace dos años bienvenida al corazón, a la casa, a la vida.

miércoles, febrero 13, 2013

LOS DERECHOS DE LOS ANIMALES Y LOS DERECHOS DE TONI CANTÓ


Cuanto tuve noticia ayer de la intervención de Toni Cantó ante el Congreso de los Diputados, de inmediato pensé en incorporarle a alguna de las series cómicas que se vienen desarrollando en este blog. Me imagino que los habituales adivináis a cuál. Pero un poco más asentada la cuestión, me pareció que prefería tomármelo un poco más en serio.

 Como sabéis, ayer se debatía la admisión a trámite de dos Iniciativas Legislativas Populares, la que propone la dación en pago como medio de resolución de las hipotecas y la que propone que las corridas de toros sean proclamadas Bien de Interés Cultural y de esa manera tengan presencia en todo el territorio español, saltando la decisión del Parlament de Cataluña de prohibirlas en su territorio. La admisión o no a trámite no determina el resultado del debate y votación, pero suele servir para tantear ánimos y voluntades. Que no llame a error la unanimidad en la admisión de la ILP sobre la dación, ya que el voto de la mayoría absoluta del Congreso lo fue tras notables presiones sociales y tras la dura intervención de Ada Colau en el Congreso, pero la voluntad del PP estaba claramente definida hacia la inadmisión, y es más que seguro que su voto será No. Más claras están las cosas en torno a la ILP taurina, admitida con los votos del PP, pero también los de UPyD, UPN y FA.

Toni Cantó fue el encargado de defender la postura de su grupo, en una intervención como suele sobreactuada y excesiva, repleta de esos mantras sin los que parece que no serían capaces de hablar los diputados magenta (todos son, somos, unos hipócritas, menos ellos - los nacionalistas son malos - ellos tienen referentes éticos (llaman así a Savater), los demás no) e incorporando algunas afirmaciones tan fuera de tono y de lugar, que se ha convertido, de nuevo, en la broma favorita del afilado sentido del humor español. Aunque en este caso, la tradición parece molestarle tanto que ha llegado a clamar cual ursulina escandalizada que "Muy fan de la que me está cayendo...los antifascistas serán los fascistas del futuro...Defensores de la vida animal, no respetan la mía". De lo que deduzco que o alguien le ha clavado un par de banderillas al salir del Congreso o le ha asesinado en la Carrera de San Jerónimo o ... bueno, lo de la sobreactuación que decía.

El revuelo se ha organizado a partir de frases como "Los animales no tienen derecho a la vida ni a la libertad" o, siguiendo a pies juntillas a "su" referente ético, cuya más que particular visión del mundo les exime a los magenta, al parecer de consultar cualquier otra fuente o de leer cualquier libro no firmado por Savater, "el maltrato a los animales no es un atentado ético" y "los animales no tienen derechos porque no tienen obligaciones". En fin.

Por un lado, y sintiéndolo por la realidad magenta, además de Fernando Savater hay dentro y fuera de nuestro país filósofos especializados en Ética. Prefiero no entrar en prestigios y mediciones. Como ejemplos dentro y fuera de defensores de lo contrario de lo afirmado por Cantó, estoy seguro de que los conoce bien, podríamos hablar con diferentes perspectivas de Ferrater Mora o Victoria Camps (y hasta con muchos más matices de Adela Cortina), de Peter Singer, Martha Nussbaum o de Tom Regan, por no recordar a clásicos del pensamiento como Jeremy Bentham. Estoy completamente seguro de que Cantó es perfectamente consciente de las implicaciones prácticas de su teoría de que quien no tiene obligaciones no puede ni debe tener derechos, por ejemplo, los bebés o las personas con discapacidad mental severa. Y es que en la cuestión de si los animales son o no sujetos morales, tampoco le vendría mal recordar las teorías de Kohlberg sobre la formación del juicio moral y sobre todo aderezarlas bien con los aditamentos añadidos por su discípula Carlo Gilligan y su formulación de la "ética del cuidado".

Desde otro punto de vista, al fin y al cabo hablamos de legislación, también presupongo a Cantó bien familiarizado con las teorías sobre los derechos subjetivos. Que no suelen oponer derecho a obligación salvo en un subgénero muy definido, y más bien toman como partida en su análisis la formulación de Rudolf von Ihering, para quien un derecho es "un interés jurídicamente protegido". Sin necesidad de contraprestación alguna. Y existen textos, dentro y fuera de nuestro país, que de forma lateral o clara y contundente, hablan de los "derechos de los animales" que Cantó niega. Leyes autonómicas (huy, espera, que los nacionalistas son malos y las autonomías también), normas del Código Penal (que en este país tienden a no cumplirse). Pero sobre todo la Declaración de Derechos del Animal, aprobadas por la UNESCO y ratificada por Naciones Unidas, así como los múltiples textos sobre la materia que forman parte del derecho vigente en la Unión Europea (y excepcionadas por nuestra España más cañí precisamente para evitar que el mundo civilizado meta sus hocicos en "nuestra" "fiesta" "nacional").

Sí, definitivamente hay otras formas de mirar el mundo más allá de las lentes magenta de Cantó. Sí, es cierto que habló de piedad hacia los animales y de que el maltrato degrada a quien lo comete. Pero ... ¿con qué consecuencias si no entendemos la existencia de un derecho o al menos de algo similar a un derecho desde el otro lado? ¿Nos limitamos a escandalizarnos y a llamar hipócrita a todo el mundo? Sí, es cierto que allí no tocaba hablar de todo esto, y sólo tocaba decidir si se daba curso a una propuesta concreta de unas firmas concretas. Pero fue Su Señoría Cantó quien abrió el fuego.

Sí, definitivamente, los animales viven, sufren, sienten, nos presentan una relevante capacidad emocional y social que les hace merecedores de un trato digno en su relación con los humanos, que les hace merecedores de garantías jurídicas para su bienestar, para erradicar el maltrato y el sufrimiento o al menos limitarlo hasta lo posible. Y ese respeto será solo posible desde los fundamentos teóricos, bien avalados y bien asentados por juristas, filósofos, éticos y científicos, de los derechos de los animales. Le guste a Cantó o le pique a Savater.

martes, febrero 12, 2013

CORSARIOS A OSCURAS



Creo que fue Antonio Maura quien proclamó que para gobernar lo esencial era contar con "luz y taquígrafos". O lo que es lo mismo, que confiaba en un Parlamento capaz de elaborar las leyes que debería aplicar el ejecutivo y lo haría desde la transparencia, la constancia en las actas, el debate público.

Hoy, que a través del Gran Hermano de la tecnología nuestras vidas, las instituciones, los actos de gobierno son más públicos que nunca, o deberían serlo porque podrían serlo, hoy que las redes nos ofrecen a tiempo real información y opinión que nos permite contrastar, explorar, errar por nosotros mismos, como nuevos luteranos en busca de la libre interpretación de los datos y la realidad, nos encontramos con instituciones que rozan el descaro, el insulto, me atrevería a decir el ridículo, tratando de hurtar a los ciudadanos lo que por derecho les corresponde.

Un día triste, sin duda, este doce de febrero de 2013, en el que el Presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada, con corbata verde, ha recibido en la sede de la soberanía nacional española a un corsario, uno de esos piratas con bula real para atracar con comodidad y sin riesgo: Mario Draghi, Presidente del Banco Central Europeo hoy, ayer asesor de Goldman Sachs que recomendó al conservador Kostas Karamanlis falsear las cuentas de Grecia para obtener ventajas de la Unión Europea. O lo que es lo mismo, uno de los principales responsables del castillo de naipes que terminó, era de esperar, cayendo a las primeras ráfagas de crisis, arrastrando en su debacle a tantas economías, entre ellas la nuestra, por más que los amigos de Draghi, de Posada y de Karamanlis se empecinen en hablar aquí de herencias e irresponsabilidades que por derecho son suyas y de los suyos sobre todo.

Triste porque el Congreso ha decidido ante la chulesca imposición de Draghi celebrar la sesión informativa a puerta cerrada, sin cámaras, sin información. Jugando, como las peores dictaduras, a impedir con inhibidores que prensa o diputados pudieran alertarnos o informarnos del transcurso de la comparecencia con sus teléfonos o cámaras. Triste porque el Congreso ha elegido comportarse como una institución propia de un estado totalitario,ha decidido apagar la luz y dar permiso a las taquígrafas para que el tal Draghi pudiera hablar de lo que le diera la gana (¿ah,. pero con transparencia y publicidad hubiera sido de otro modo?) sin que la ciudadanía española pudiera siquiera tener datos en tiempo y modo. ¿Qué ha dicho que no debiéramos escuchar los ciudadanos? ¿A qué tiene Draghi, el corsario, miedo? ¿A quién tiene miedo? ¿Qué especie de secreto de estado arcano ha comunicado a nuestros diputados, como si de la tercera revelación de Fátima se tratase?

El Congreso de los Diputados es la sede de la soberanía nacional, y allí ocupan sus escaños nuestros representantes, pese a quien pese, lo hagan mejor o peor. Y en la medida en que la democracia es sobre todo procedimiento, nada de lo que en el hemiciclo ocurra nos debe ser hurtado. Mucho menos por la baladronada, por la imposición, por la desvergüenza de un poder externo y no democrático, como es hoy el de la Unión Europea, ejercido actualmente por un personaje de la más que dudosa catadura moral del italiano.Y eso que me parece que hemos salido ganando con relación a su predecesor.

No, definitiva y rotundamente no, no admito que se celebre a puerta cerrada, herido de secretismo, esta audiencia de privilegiados que juegan a no ser responsables del sufrimiento que están provocando. No es Jesús Posada, no lo son los diputados, no, por supuesto, el corsario Draghi quienes sufren la agenda de recortes y la brutal agresión contra sus derechos a todos los niveles. No. Ese sufrimiento es el nuestro, y no sólo en España. El Congreso es nuestro, es la casa de nuestra soberanía, las leyes que allí se elaboran nos afectan directamente a nosotros, lo que hoy haya contado Draghi se teje contra nosotros, sobre nuestras espaldas, no contra las suyas. Y no es ya que tengamos el derecho de saber de primera mano qué dice, qué y quién le ha preguntado, qué ha respondido. Es que es una exigencia absoluta del procedimiento democrático.

Luz y taquígrafos. Una luz que desde luego no deberemos en sus breves fogonazos a la institución, a nuestra institución (¿o es que ya nos la han robado también?) sino a nombres concretos y actitudes concretas que se las han ingeniado para grabar al corsario o se han molestado en comunicar por las redes las notas que han ido tomando.

Luz y taquígrafos. Una exigencia que nunca debería haberse obviado. Un cero para Jesús Posada que ha consentido la infamia y para quienes han bailado el agua a Draghi. Muchos. Porque no dejaré de preguntarme por qué los diputados y diputadas de la oposición permanecieron en sus asientos oscuros y opacos esta mañana (con que se hubiera quedado cada jefe de filas más que de sobra) o por qué al menos no escucharon las palabras del corsario de pie y dándole la espalda, mostrando su indignación por la burla y el insulto a la soberanía popular. Hubo un tiempo en que eso ocurría en ayuntamientos cuando tomaban la palabra quienes al parecer sustentaban las acciones y entramados terroristas. ¿De verdad pensamos que Draghi no es tan infame como los terroristas, que las decisiones que nos están hundiendo, que están destruyendo nuestras vidas y, en sentido literal, están acabando con tantas vidas no son terrorismo?

Luz y taquígrafos. Que el insulto de hoy sea el último de esta categoría. Porque no podemos consentir que además se nos robe la soberanía, aunque hoy sea más un espejismo que otra cosa.

miércoles, febrero 06, 2013

ALGO HUELE A PODRIDO EN DINAMARCA


Saturados. Al borde de la muerte por asco. Al límite.

Resulta difícil hablar de la burbuja de porquería que ha estallado, parece que por fin ha estallado. Y ojalá que este estallido público pueda servir para iniciar un camino diferente, para que una sociedad que ha estado demasiado callada, unos ciudadanos que hemos estado demasiado callados, y que tantas veces, por no decir todas, hemos mirado a otro lado, consentido, votado a los peores, a los más sucios. Y hasta hemos calificado de imbécil al político que se retiraba a su casa sin constancia de robos. Aunque soy pesimista, y me temo que en el país de Lázaro de Tormes si al fin hay una reacción será gatopardesca: que todo cambie para que todo siga igual.

Sorprenden, o no, ciertos mohínes de ursulina escandalizada, como si la corrupción nos hubiera pillado por sorpresa, un poco con el gesto de aquella brillante Marlene Dietrich en Vencedores o vencidos proclamando ante Spencer Tracy el mantra sanador "No lo sabíamos". Sí lo sabíamos. Ni siquiera lo sospechábamos: lo sabíamos. ¿Es que no veíamos los fajos de dinero que circulaban a nuestro alrededor sin explicación, no contemplábamos la especulación y el enriquecimiento veloz de tantos, no presenciábamos recalificaciones, adjudicaciones, oposiciones, tratos de favor, comidas en malas compañías, privilegios?. ¿Es que nunca hemos preguntado por algún conocido en un tribunal público, en una lista de espera, en un negociado? Hemos tolerado la corrupción, como una especie de mal obligatorio, justificándola con silencios y con discursos. Lo hemos hecho cuando las cosas iban bien y cuando tal vez muchos, secretamente o no tanto, esperábamos que algún día la varita mágica nos tocara cargada de dineros sucios bastantes para varias generaciones de los nuestros.

Me escandaliza ese otro mantra al que nos han querido acostumbrar, ese de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. No es cierto para una gran mayoría. Pero sí lo es que hemos consentido que quienes han tomado el poder, los poderes, al asalto, como si dieran rienda a una decisión divina y sin más mérito que ese, vivieran más allá de los límites de la decencia. Y los hemos admirado y premiado por ello.

Pero hoy, ante la dura realidad de una crisis que han provocado ellos con sus propias miserias, trampas y robos parece que empezamos a reaccionar en el lugar que nos gusta para nuestras proclamas más intensas: en las barras de las cafeterías, los transportes públicos y los mostradores ¡oh, sacra eficiencia hispana! Y aunque continuamos empeñados en el "Yo no" (y hasta puede que en algunos casos sea cierto), en el "Nosotros no" y en un pestilente "Los míos no", sean los míos compañeros de partido, de asociación, de calle, de profesión, parece que una cierta conciencia del desastre, del escándalo, se va abriendo camino.

Cierto, más allá de esa sociedad ausente y consentidora, hay responsabilidades concretas por hechos concretos. Muchos, comunes, demasiado normales y demasiado aceptados, pero no universales. Puede que ni siquiera mayoritarios. Y no es justo, tampoco es justo aunque forme parte también de la idiosincrasia nacional, la descalificación global en la que nos llevamos a todos y a todo por delante. ¿Vamos a dejar que sean la melancolía, la rabia, la desafección el único horizonte? ¿qué peligrosas puertas vamos a abrir, a qué peligrosas bestias vamos a llamar con ese nuevo reclamo?

En todos los niveles, en todos los espacios sociales y políticos, España se encuentra hoy en una encrucijada bien delicada. Hay salidas, hay capacidad para reaccionar, opciones para corregir el rumbo. Aunque puede que quienes hoy detentan el poder, los poderes, prefieran no darse por enterados, esperar a que amaine un chaparrón que tal vez, ojalá, no lo haga. No darse por interpelados y optar por mirar sus cómodos ombligos, vivir en sus círculos cerrados y autorreferenciales, permanecer sordos y ciegos ante la realidad. Responsabilidad especialmente suya es lo que está ocurriendo. Responsabilidad suya, exclusivamente suya, será lo que venga si no hay una voluntad clara, severa, me atrevería a decir puritana, de arrojar lejos la apestosa fruta podrida que nos ahoga, de abrir las ventanas y dejar que corra el aire, de establecer marcos claros, limpios y transparentes.

Nunca deberíamos haber llegado hasta aquí. Pero es lo que ahora tenemos, lo que ahora tenemos que enfrentar con la cabeza fría y sin temblor en las manos. Cirugía. Ya. Nos estamos jugando tanto que no quedan más opciones: Tiene que llover a cántaros.
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