martes, febrero 19, 2013

ESTAMOS LEYENDO ... "LAS VIDAS QUE INVENTAMOS", DE FERNANDO j. LÓPEZ




No deja de tener su grado de complicación la lectura y comentario de una novela, de un libro de poemas, de un texto cualquiera, escrito por un amigo. Si la tan traída, llevada y sobrevalorada objetividad suele ser una diana más bien imposible, en estos casos de la pugna entre texto y afectos puede resultar todo un combate capaz de terminar en sangría emocional. Por eso se agradece que los amigos, algunos amigos, escriban tan bien que en lugar de un prudente silencio los dedos nos pidan teclear, como otras veces en este blog, nuestras particulares impresiones lectoras. A pesar de que haga ya mucho tiempo que no cronifico ningún libro.

No tengo muy claro si primero me encontré en las redes con Nando y después leí La edad de la ira o si por una casualidad me tropecé con la novela y fue ella la que de alguna manera me acercó a su autor. En aquel primer encuentro libresco me encontré una historia muy bien contada, llena de dolor, estructurada en voces diferentes que enriquecían las lecturas, tratando a un tiempo de escapar de esa obsesión actual por las novelas de misterio pero jugando a la vez a reinventar el género, a manejar una intriga no policíaca con métdos característicos de la investigación policíaca y, se agradece, con intención de terminar en ese volumen y no forzar a una larga serie con idéntico protagonista. El mundo de la educación, ese al que Fernando J. López pertenece por pasión y vocación, la difícil adolescencia, la homofobia y el mobbing, el sistema, la violencia brutal que de pronto amanece y nos rompe están en un libro que leí con agrado, casi de un tirón.

Una sensación similar, esa lectura intensa, rápida, amable, voraz, me he encontrado en Las vidas que inventamos . Está claro que Fernando no busca enredar con teorías estéticas y estructurales, aunque sabe manejar perfectamente las diferentes técnicas, sino que se limita a contarnos de nuevo una historia, otra historia, bien diferente, aunque con algún punto en común: la impostura de la sociedad, la configuración de nuestro universo como un particular cosmos escénico en el que los piés de diálogo pueden determinar la acción, definir la personalidad y desencadenar acontecimientos inesperados. Tan inesperados a veces que el final de la novela nos depara algunos giros que nunca habríamos previsto. Giros con los que a un tiempo deja algunos espacios abiertos y sin respuesta, a la vez que cierra otros tal vez de manera demasiado esquemática y apresurada pero desde luego correcta.

¿Quiénes somos? ¿nos movemos por la escena según el rol que han ido definiendo sobre nosotros desde el exterior? ¿desde una identidad sincera que nos ha permitido construirnos y abrirnos al mundo? En realidad, la tesis de la historia es que caminamos de puntillas sobre la mentira, sobre las mentiras, que una parte de nuestro perfil en la gran red del mundo es la falta de transparencia con la que tratamos de ocultar, de superar, de reforzar crisis sentimentales y familiares, accidentes, enfrentamientos laborales. Y supongo que en parte, como siempre ocurre con los buenos libros, la tesis es real y todos podemos recordar esa mentira que un día, tal vez aún, tuvimos que sostener, una mentira que ideamos para sobrevivir a una fractura personal o a un pánico social y que necesitó edificar mentira sobre mentira a la manera de un castillo de naipes que podría derrumbarse por un mínimo descuido. Comprobar la tensión, el riesgo, la paranoia que produce en otros, en Leo y en Gaby, ese castillo de falsedades nos hace revivir nuestro propio estrés, recordar qué difícil es controlar los pasos nuevos que podrían desvelarnos como mentirosos o farsantes en esas historias, en esas vidas inventadas, que todavía llevamos cargadas a las espaldas.

Crisis matrimonial por mero agotamiento de las fibras sensibles, la necesidad de Gaby de encontrar emociones y carne en algún lugar que le devuelva la ilusión y el nervio, a la vez que teme ese reencuentro con la vida. La culpa, el esfuerzo por borrar el paso por un escenario difícil, real o no, que obliga a enfrentar la propia hipocresía y conduce al filo del abismo en varias ocasiones, a la manera de Ripley, en el caso de Leo. Y alrededor toda una sucesión de personajes con vidas aparentes, reales o inventadas, que funcionan como secundarios hábiles y necesarios, el enfurruñado adolescente Adrián, los padres de Gaby, la extraña ex-pareja formada por Hugo y Jorge, la tristeza de Mireia...

Fluye la historia con naturalidad, con un lenguaje siempre cercano, claro y exacto que te produce la sensación de que no sería posible la historia con otras palabras. Juega con las estructuras, incorpora recursos de la modernidad literaria, el collage presente en las conversaciones por chat y whatsapp, el monólogo interior que nos acerca a la realidad de Gaby y de Leo en los análisis y narraciones silenciosas de sus emociones reales y sus mentiras conscientes, el dominio de los diálogos que aparecen aquí y allá frescos y dinámicos, recordando que además de la enseñanza la otra gran pasión de Fernando J. López es el teatro. Fluye hasta que al encontrarnos con la última página cerramos el libro y respiramos profundamente agradeciendo las horas que Nando nos ha regalado, el pequeño gran placer de la lectura, el lazo afectivo tantas veces aprendido entre lector y texto a lo largo de unas horas que tal vez sean de verdad la vida. Una vida inventada, muelle, apacible, feliz, lejos del gran ruido del mundo. Esa vida que página tras página, título tras título, nos da forma y nos recuerda por qué, para qué, seguimos leyendo.

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