martes, agosto 06, 2019

SOMOS INCÓMODAS


Al vertiginoso ritmo de una vez cada seis meses decido que ya está bien de tener el blog abandonado y que debería empezar a tomarme en serio su resurrección. Escribo un post y me vuelve la murria, pero a ver si esta es la buena.
 
Y es que ha sido un mes complicado este último, con las secuelas del Orgullo y los aspavientos de Arrimadas incendiando las redes y los videos sobre las Jornadas de Gijón incorporando un par de latas de gasolina a la falla.
 
Hasta que después de mucho estrés, cabreos fenomenales y reflexiones varias he llegado a una conclusión. Los escandalitos que cada junio (fase preparatoria) y julio (comentarios de texto) provoca la celebración del Orgullo, así como los aderezos que le aportan a la comunidad LGTBI de manera periódica voces como las de la episcopalidad rampante, los vándalos de Abascal, las cuitas ciudadanas o cierto feminismo radical han acabado por convencerme de que el problema es que somos gente incómoda.
 
Que la sexualidad ha sido históricamente una realidad compleja resuelta en discursos excesivamente simples (en dos, vamos) ha generado siglos de percepciones confusas, centradas más en el control social, la manipulación de cuerpos y conciencias, que en una comprensión certera de los recovecos de la carne humana.
 
Resultamos incómodos para quienes prefieren no vernos cerca. Les cuesta tanto (últimamente un poco menos) escupirnos lo que realmente piensan, que se vuelven una caricatura de la señora Flanders y su "¿Es que nadie va a pensar en los niños?". Aceptando que cuando ellos dicen niños, en realidad dicen niños cisheterosexuales, porque su neurona entra en colapso ante el mero hecho de pensar que pueda haber niños con vulva y niñas con pene, o que mucho antes de salir de esa etapa vital llamada infancia muchos sabíamos ya que nuestra sexualidad poco tenía que ver con la norma obligatoria. Ver a Espináusea de los Mondongos clamar cual heroína trágica "¡que será lo próximo!, ¿la homosexualidad obligatoria?" ofrece un tufo perverso en las fauces de quien parece haberse sentido bien cómodo en los cógidos de la única sexualidad que ha sido obligatoria durante la mayor parte de la historia. Así que intentan despojarnos de nuestro derecho a la lucha, convirtiéndonos en una fiesta, de interés regional a ser posible, en un mero carnaval, una "fiesta de la diversidad" donde "todos tienen espacio", sea cual sea su historia, sea cual sea su planteamiento social y político. Eso sí, como su fiesta de la diversidad es el Orgullo, si un colectivo antitaurino se concentra delante de una plaza de toros está bien que se les agreda y se les insulte, por provocar, o que la autoridad incompetente impida la concentración u obligue a celebrarla en las afueras de Sebastopol.  Proponen recorridos alternativos, lejos de las miradas de las gentes de bien.
 
Y es porque nuestra libertad, nuestra visibilidad, nuestra dignidad, nuestros derechos, nuestras luchas, les molestan. Somos divertidos cuando nos vacían de sentido. Somos aceptables cuando nos disfrazamos de ellos (de esos ellos que dirían "de normales"). Somos estupendos cuando nos quedamos en casa, llorando bajo las sábanas y dispuestos a seguir siendo víctimas de sus abusos. Somos ejemplares cuando hacemos público nuestro rancio auto odio y explicamos que en efecto, no tenemos por qué tener derechos o protección o espacios diferentes de los suyos. Así que se empecinan en un constante y masivo Straightsplaining en el que ellos, que no han llevado nuestros zapatos, que no han vivido nuestras vidas, que no tienen ni la más remota idea de nuestros procesos de construcción personal, nos explican la manera correcta de hacer las cosas "sin molestar". Como si no hubiéramos intentado cambiar su odio "sin molestar" a lo largo de la historia, como si uno solo de los avances hubiera ocurrido "sin molestar".
 
Nuestra libertad, en fin, es incómoda para quienes odian la libertad. Nuestro compromiso crítico es incómodo para quienes se escuecen ante la crítica y prefieren que seamos cáscaras vacías y, eso sí, molonas y divertidas. Las lesbianas molestan a los gays. Las mujeres transexuales molestan a mujeres que les niegan su propia esencia. Nos molestamos todos a nosotros mismos, porque cada vez que un acontecimiento, un discurso, una transformación nueva hace su aparición, tenemos que reinventarnos y reconstruirnos de nuevo.
 
Quizás sea esa nuestra identidad básica, la que de verdad compartimos en la comunidad LGTBI frente al mundo, en estos nuevos tiempos donde vuelven a molestar las identidades, las personas, la libertad, todo lo que se salga de lo establecido por la norma general.
 
Así que seamos incómodas, chicas. Cuanto más les moleste, más claro estará el buen camino.

jueves, marzo 21, 2019

SALIENDO DEL ARMARIO CADA DÍA


 
Llega ese día en el que reorganizas tu mochila, te rindes a la necesidad de ser quien de verdad eres, dominas (sólo un poco) el miedo y los nervios. El miedo, porque estás seguro de que van a dejar de quererte todos los que te importan (y con algunos pasa); los nervios, porque como en el mito de la caverna platónico, más allá del armario está la luz, y no sabes bien qué puede pasar cuando te alejes de polvo, penumbra y polillas. Al principio son pasitos pequeños, con la puerta entreabierta y no muy lejos, cuidando la zona de confort. Eso es, una copa en uno de esos locales que llevas tiempo identificando con las puertas del Averno, con la vergüenza inundándote la cara; una pequeña confesión a una persona cercana, que a veces ni siquiera muestra sorpresa; un pequeño roce de manos, de rodillas, de mejillas ruborizadas, de labios temblorosos con Javi (bromeábamos entonces algunos recién llegados del armario con "el primero siempre se llama Javi", "o Juan", así que todos llevábamos en las primeras líneas de la agenda un Juan o un Javi que nos había dejado rotos); los primeros desengaños y las primeras lágrimas... Y por fin ¡ale, hop! triple salto mortal carpado con tirabuzón y batacazo seguro, ya estábamos fuera del armario, más o menos a lo grande. En mi caso, nada más y nada menos que en El Diario Montañés, con una rueda de prensa de ALEGA; en otros que conozco, sin anestesia: "Papá, Mamá, os presento a Juan" (o a Javi, claro); otros más, con gran sentido escénico y fuerte influencia del melodrama clásico, justo antes del brindis de Nochebuena y en presencia de toda la familia, "tengo que deciros algo muy importante". El salto final, en fin, y ya está.
 
¿Ya está? Ay, inocente, eso es lo que tú te creías.
 
Desde ese salto liberador, desde esa respiración profunda que de pronto te limpia por dentro y te refresca toda la vida, parte de tu trabajo cotidiano consiste, precisamente, en salir del armario de nuevo. Una vez, otra vez, venga, una más.
 
"¿Por qué los gays no sabéis más que hablar de lo vuestro?", dijo Luisa. "Que a mi no me importa tío, que somos amigos de toda la vida, joder, pero es que estás obsesionado, todo el día con el temita", dijo Javi (no el primer y obligado Javi, sino Javi). Luisa, sorprendida porque en una mesa sobre prostitución y trata de personas en la que me habían invitado a participar, me atreví a introducir el factor chaperos. Javi, porque después de muchos años de contacto perdido me encuentra en el Facebook y de vez en cuando comparto noticias sobre agresiones homófobas. Un poco el típico "Es que ya no se puede ver la televisión, no hay más que maricones" de tantos, cuando entre setecientos anuncios perfectamente heteronormativos, a Levis o a la Coca Cola se les ocurre incorporar un par de miraditas seductoras entre dos chulazos igualmente normativos pero muy muy poquito heteros.
 
Ah, que exagero. Pues exagero. Pero tantos años después, tanta visibilidad pública y privada después, me siguen preguntando por mi novia, continúan invitándome a saraos a los que puedo acudir con mi mujer, conozco a nuevos compañeros y compañeras de trabajo, nuevas amistades, nuevos nombres en un partido, en una organización, en una tertulia literaria, un sin vivir, vamos.
 
Ya casi nunca pasa nada. Porque has aprendido a alejar de tu vida a quienes te denigran y te quieren de regreso al maravilloso mundo de las polillas, porque has aprendido a hablar con naturalidad y a dominar la ironía y la broma para arremeter contra ti mismo ("Pues es que mi novio y yo", "Cuando salía con ese chico que trabaja en...", "Uy, que se me escapó la manita" o "Vaya, se me acaba de caer una pluma"). Y porque el eterno y no siempre fácil trabajo de la visibilidad ha ido sembrando y recogiendo ("Y los que no somos normales..." "Eh, que tú eres normal, eh, que no pasa nada" "Bueno, yo me refería a que me gusta la ópera del siglo XVII, no me vayas a decir que eso no es raro") se encuentra ahora casi siempre con rostros amables y sentidos atentos. Aunque todos tengamos un largo #MeToo lgtbfóbico que crece y hace daño a pesar de todo el tiempo pasado, a pesar de este 2019.
 
Ayer tocó de nuevo. Una lectura poética en Cangas de Onís, ante un público desconocido en su gran mayoría, en su gran mayoría mujeres mayores (claro, cómo no), en una localidad pequeña y de almita conservadora, según me contaron después. Y de nuevo, al contextualizar los poemas, salieron las palabras "Leo", "novio", y los adjetivos en masculino que a veces me han recriminado. Y de nuevo leo el poema Orgullo, la crónica de aquel beso a plena luz mientras una cacatúa, imagino que pronto votante de esoX, graznaba su horror con aspavientos y en voz muy alta. Ayer de nuevo, las miradas atentas, una furtiva lágrima tras algún poema de los que sé que dañan, el respeto, el aplauso y los comentarios posteriores, felicitaciones y apreciaciones sobre algún poema en concreto que había gustado especialmente, Orgullo entre ellos.
 
Seguimos saliendo del armario cada día. De una manera sosegada, dulce, segura, ahora que el tiempo también nos fue devorando y que tenemos armas para defendernos con cierta eficacia. Pero el temblor inicial, la duda, la pregunta de si no será mejor un poco de autocensura, un rodeo para ciertas cuestiones, la ambigüedad o el silencio no serán ese día una opción más atinada. Aunque la respuesta sea siempre, claro que no.
 
Porque Javi, Luisa, no estamos obsesionados. Simplemente nos negamos a callarnos de nuevo. Recuperamos el tiempo perdido, vivimos, luchamos y exigimos. Con la cabeza alta, sin tregua. Saliendo del armario cada día.

jueves, febrero 21, 2019

MOMENTOS ESTELARES: EN NOMBRE DE LA PRINCESA INCA


Irresponsable como suele, anduvo el malvado Rukaegos con intensidad marejadilla y cierta intermitencia, enredando por los rosales de la política autonómica, con garbo tal que pronto acabo maridando con las listas electorales como la carne de cocido y la bechamel con los pimientos rellenos o como un tinto de Requena (viene muy a cuento la uva bobal para lo que cierno) con unos escalopines de buey de Kobe rellenos de fuá de oca a la alsaciana. Así que bien aprovechada su indudable calidad como relleno a punto estuvo de hacer póker juntando niveles: municipal, nacional y europeo, aunque fallole como muchísimo la carta autonómica. No por eso dejó de lucir pinturero la camiseta que encargó a su amigo maricamisetero fashion, con el eslogan "Lo mejor del pavo, el relleno" y con la que acudió a mítines, encuentros y quisicosas varias en las que alguna vez triunfó por su donosura, su suculenta labia y un chechapil absoluto y arrebatador.

Hábil como suele, prefirió posicionarse contra el mundo, o más bien el mundo decidía siempre posicionarse contra él, pero solo porque las adscripciones críticas en el torrefacto mundo de los partidos molan mucho más, son más sufridas siempre (un poco como ser seguidor del Racing de Santander) pero, dónde va a parar, mucho más divertidas. Y fue entre los porcentajes críticos como nuestro villano favorito consiguió aposentar trasero en algunas instancias, orgánicas unas, inorgánicas las más, como espectador privilegiado y actor de reparto con pocas líneas del gran teatro del mundo. 

Fue al poco de salir de un algo, quién sabe si congreso, asamblea o comité, cuando en una atorrante compañía alguien mencionó al Maestro entre los Maestros, el siempre bienamado Berlanga. Otro alguien apuntó "tal como están las cosas deberíamos seguir su ejemplo e introducir la palabra austrohúngaro en nuestras intervenciones ante el Sanedrín Regional de la Rosa". Risas. Tomó la palabra Rukaegos y espetó "¿Austrohúngaro? Qué visto todo y qué fácil la cita. Yo me comprometería si la referencia fuera algo más complicado, no sé, ¿Yma Súmac?". El asombro llenó de grisura espesa la taberna. "¿Y esa, por Manitú, quién demonios es?" exclamaron varios compiyoguis a cinco voces mixtas no del todo afinadas y poco dotadas para la polifonía renacentista holandesa. Después de un par de móviles en busca de la wikipedia perdida y algunas orejas más o menos pendientes de las sucintas explicaciones del malvado,  se celebró por lo alto con varios y largos brindis la memoria de la en su tiempo célebre soprano peruana de agudos intangibles y, todo hay que decirlo, un punto gritones, bella entre las bellas y portada de un par de Hollywood Amazing People de los 50, gracias sobre todo a sus películas de aventuras junto al malote Charlotín Heston y su pretendida genealogía que la convertía en princesa inca, descendiente por línea directa de Atahualpa, Manco Cápac y Pachacútec. 

No se lo querrán ustedes, siempre desconfiados, creer, pero Rukaegos, vil y tal, cumplió con su prometida apuesta, desgranando perlas como "De seguir por este camino hacia la irrelevancia vamos a pintar menos en la política regional que Yma Súmac en el paseo de la fama de Hollywood", "Aunque mi voz sea menos seductora que la de Yma Súmac, voy a leer un poema que deja claro lo que pienso en este momento" y estrategias similares que resultaban siempre recibidas con miradas atónitas por los oficialistas, miradas más atónitas por los críticos no informados, miradas torvas y enfadadas por Ella (mientras pensaba, qué poco serio es este tío y qué intolerable arrogancia intelectual, y qué es eso de ymasúmac, qué es) y miradas y bocas al borde de la carcajada histérica por parte de la alegre pandilla con la que se había cruzado la apuesta en la ya mítica noche oscura y tempestuosa.

Nunca le pagaron la apuesta los entonces críticos, luego ausentes, luego oficialistas o críticos o ausentes de aquella vieja farra. Pero el malvado Rukaegos, no tan intolerable como ustedes parecen creer, se dio por bien pagado con las risas, la alegría, el compadreo y el gesto de "maldito intelectual de mierda" que en los grandes momentos invadió el Sanedrín Regional.  Ah, y con el granado descubrimiento de que el gran gran Guille Milkyway con su proyecto La casa azul, tan fresco y tan del gusto del Malvado, había rendido homenaje encendido a la Inca entre las Incas en su temazo La nueva Yma Súmac" que para regodeo del respetable y movimiento compusivito de cadera.

https://youtu.be/a-EuI_aQxGc

miércoles, enero 23, 2019

LIBERTICIDAS CONTRA EL LIBERTICIDIO... Y OLÉ CHIMPÚN.


El cielo está liberticizado, ¿quién lo desliberticizará? El desliberticizador que lo desliberticizare buen desliberticizador será.

Arden medios, mítines y redes, preocupados por la expansión de uno de esos nuevos compuestos terminológicos que no han aselado todavía en la corrección académica, y que tal vez nunca lo hagan, y que proceden de otras tradiciones, otros idiomas y sobre todo otros populismos. Su significado es transparente, leyes liberticidas, gobiernos liberticidas, administraciones liberticidas igual a leyes, gobiernos y administraciones empecinados en el asesinato de la libertad, esa palabra que a la vez dice tanto y tan poco.
 
Me sorprende en estos últimos y no poco convulsos tiempos el uso y abuso de la palabra por parte de quienes en el campo de juego político representan a las fuerzas más conservadoras y reaccionarias, a los defensores de las más viejas esencias, en definitiva a quienes encarnan los valores del poder en sus acepciones más clásicas e invasivas, atacar con vehemencia (esto no sería una novedad) por su carácter liberticida (esto sí) todas aquellas leyes que han ido consolidándose en nuestras sociedades occidentales como apuestas por la libertad material, esas que apuestan por la dignidad de las personas, de todas las personas, la seguridad de las personas, de todas las personas, los derechos de las personas, de todas las personas. Esas leyes, en suma, que nos hacen más libres, diría que mejores, y que no establecen más límites a las acciones personales que el respeto hacia los demás. La lucha contra la violencia de género no debería alarmar a quienes creen de verdad en la igualdad y la practican, a quienes no son violentos; el avance en los derechos de las personas LGTBI no cuestiona ni las familias ni las decisiones de quienes continúan viviendo en su cómoda y omnipresente heterosexualidad; el reconocimiento de la interrupción del embarazo o del divorcio no suponen su obligatoriedad para nadie; la prohibición del tabaco en los espacios públicos es una más que evidente apuesta por la salud pública y simplemente impide que las decisiones de unos estropeen los pulmones de otros. Porque a estas leyes es a las que las viejas nuevas voces atacan como liberticidas.
 
Pobres mandíbulas de cristal, delicados ofendiditos, míseros matones de patio de colegio que se duelen mucho, a grito pelado y moco tendido, cuando ven cómo sus licencias para agredir, sus permisos para insultar, su rotunda convicción de que sus valores son obligatorios para todos y de que ellos detentan en rigurosa exclusiva el derecho para invadir vidas ajenas y prohibir todo aquello que perturbe su paz blandengue.
 
Que no os engañen los cruzados contra el liberticidio. Son simples esbirros y esbirros simples, de los viejos señores, de los hastiados y casposos gatopardos que desde sus seguros torreones intrigan cada día para que todo siga igual, para que nuestra libertad sea solo una palabra bonita, una quimera graciosa con la que invitarnos a mirar el vuelo de las gaviotas mientras las cadenas que con tanto amor nos han preparado siguen amarrándonos a la desesperanza para su beneficio.
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