Al vertiginoso ritmo de una vez cada seis meses decido que ya está bien de tener el blog abandonado y que debería empezar a tomarme en serio su resurrección. Escribo un post y me vuelve la murria, pero a ver si esta es la buena.
Y es que ha sido un mes complicado este último, con las secuelas del Orgullo y los aspavientos de Arrimadas incendiando las redes y los videos sobre las Jornadas de Gijón incorporando un par de latas de gasolina a la falla.
Hasta que después de mucho estrés, cabreos fenomenales y reflexiones varias he llegado a una conclusión. Los escandalitos que cada junio (fase preparatoria) y julio (comentarios de texto) provoca la celebración del Orgullo, así como los aderezos que le aportan a la comunidad LGTBI de manera periódica voces como las de la episcopalidad rampante, los vándalos de Abascal, las cuitas ciudadanas o cierto feminismo radical han acabado por convencerme de que el problema es que somos gente incómoda.
Que la sexualidad ha sido históricamente una realidad compleja resuelta en discursos excesivamente simples (en dos, vamos) ha generado siglos de percepciones confusas, centradas más en el control social, la manipulación de cuerpos y conciencias, que en una comprensión certera de los recovecos de la carne humana.
Resultamos incómodos para quienes prefieren no vernos cerca. Les cuesta tanto (últimamente un poco menos) escupirnos lo que realmente piensan, que se vuelven una caricatura de la señora Flanders y su "¿Es que nadie va a pensar en los niños?". Aceptando que cuando ellos dicen niños, en realidad dicen niños cisheterosexuales, porque su neurona entra en colapso ante el mero hecho de pensar que pueda haber niños con vulva y niñas con pene, o que mucho antes de salir de esa etapa vital llamada infancia muchos sabíamos ya que nuestra sexualidad poco tenía que ver con la norma obligatoria. Ver a Espináusea de los Mondongos clamar cual heroína trágica "¡que será lo próximo!, ¿la homosexualidad obligatoria?" ofrece un tufo perverso en las fauces de quien parece haberse sentido bien cómodo en los cógidos de la única sexualidad que ha sido obligatoria durante la mayor parte de la historia. Así que intentan despojarnos de nuestro derecho a la lucha, convirtiéndonos en una fiesta, de interés regional a ser posible, en un mero carnaval, una "fiesta de la diversidad" donde "todos tienen espacio", sea cual sea su historia, sea cual sea su planteamiento social y político. Eso sí, como su fiesta de la diversidad es el Orgullo, si un colectivo antitaurino se concentra delante de una plaza de toros está bien que se les agreda y se les insulte, por provocar, o que la autoridad incompetente impida la concentración u obligue a celebrarla en las afueras de Sebastopol. Proponen recorridos alternativos, lejos de las miradas de las gentes de bien.
Y es porque nuestra libertad, nuestra visibilidad, nuestra dignidad, nuestros derechos, nuestras luchas, les molestan. Somos divertidos cuando nos vacían de sentido. Somos aceptables cuando nos disfrazamos de ellos (de esos ellos que dirían "de normales"). Somos estupendos cuando nos quedamos en casa, llorando bajo las sábanas y dispuestos a seguir siendo víctimas de sus abusos. Somos ejemplares cuando hacemos público nuestro rancio auto odio y explicamos que en efecto, no tenemos por qué tener derechos o protección o espacios diferentes de los suyos. Así que se empecinan en un constante y masivo Straightsplaining en el que ellos, que no han llevado nuestros zapatos, que no han vivido nuestras vidas, que no tienen ni la más remota idea de nuestros procesos de construcción personal, nos explican la manera correcta de hacer las cosas "sin molestar". Como si no hubiéramos intentado cambiar su odio "sin molestar" a lo largo de la historia, como si uno solo de los avances hubiera ocurrido "sin molestar".
Nuestra libertad, en fin, es incómoda para quienes odian la libertad. Nuestro compromiso crítico es incómodo para quienes se escuecen ante la crítica y prefieren que seamos cáscaras vacías y, eso sí, molonas y divertidas. Las lesbianas molestan a los gays. Las mujeres transexuales molestan a mujeres que les niegan su propia esencia. Nos molestamos todos a nosotros mismos, porque cada vez que un acontecimiento, un discurso, una transformación nueva hace su aparición, tenemos que reinventarnos y reconstruirnos de nuevo.
Quizás sea esa nuestra identidad básica, la que de verdad compartimos en la comunidad LGTBI frente al mundo, en estos nuevos tiempos donde vuelven a molestar las identidades, las personas, la libertad, todo lo que se salga de lo establecido por la norma general.
Así que seamos incómodas, chicas. Cuanto más les moleste, más claro estará el buen camino.
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