miércoles, febrero 26, 2014

ACUSACIONES QUE MATAN


Uno pasa demasiado tiempo solo en su vida real, qué le vamos a hacer. Y como un reflejo, imagino, uno pasa mucho tiempo acompañándose a uno mismo desde diversas estrategias. Pero también busca compañía cotidiana a través de la magia diabólica de las redes sociales, donde uno, que no deja pasar oportunidad de enredar y discutir, se encuentra a veces con debates y afirmaciones que considera injustos, dolorosos y hasta insultantes. 

He elegido para este artículo una imagen para mí terrible: una mujer violada con una especial brutalidad por ser lesbiana y para que deje de serlo. Una práctica común en varios países de África, en especial en la República Sudafricana, bajo el nombre de "violación correctiva". Y me pregunto si no estaré cometiendo un exceso mostrando la lesbofobia socialmente asentada en Sudáfrica, puesto que Sudáfrica es un país de mayoría cristiana (reformada, en este caso). Porque según he leído estos días en las redes, los activistas lgtb somos unos miserables y unos cobardes que no nos atreveremos con el Islam y por eso atacamos sólo a los cristianos, que por lo visto ponen siempre la otra mejilla y son dulces ovejitas cargadas de amorosas y lanosas intenciones. No contentos con nuestra cobardía, al parecer si alguien nos recrimina que nunca hablamos de la homofobia del Islam respondemos que es su tradición y por eso hay que respetarla. Y es que mira que hay que ser malo para no reconocer que la violación correctiva es otra adorable tradición, tan respetable como cualquiera, faltaría más.

El caso es que uno, que desde su insignificancia casi absoluta y su dispersión magna entre temas y preocupaciones varios se atrevería a definirse como activista, e incluso como activista lgtb, intenta recordar cuándo ha dicho semejantes barbaridades, cuándo ha justificado o eludido la homofobia de los países islámicos y no hay manera, que no se acuerda. Intenta recordar cuándo lo ha leído o escuchado en tantos amigos y amigas que dedican parte de su tiempo a la defensa de la dignidad de las personas lesbianas, transexuales, bisexuales o gays y tampoco es capaz de encontrar un solo silencio, un solo disparate. Por supuesto, uno entonces pide pruebas, uno quiere saber. Pero nada, ante la petición de pruebas las respuestas son solamente dos: o el silencio o el demoledor "si no lo quieres ver no lo veas".

Será que los años me acercan a la demencia senil, supongo, o me tienen más despistado y chocho que de costumbre. Pero intento otro ejercicio de memoria y resulta que ahí los recuerdos funcionan bastante bien. En esos datos recuerdo informes y más informes de organizaciones nacionales e internacionales dedicadas a los derechos humanos y/o a los de las personas lgtb específicamente y en ellos, cuando de homofobia se trata, se denuncia la de tirios y la de troyanos, la de cristianos y la de islamistas, la del norte y la del sur, la de oriente y la de occidente, la de los blancos y la de los negros, la de las izquierdas y la de las derechas, la de los comunistas y la de los liberales, la de los cardenales y la de los imanes. Porque se denuncian la violencia, la discriminación, el odio contra quienes amamos de otra manera.
En ese mismo ejercicio de memoria, recuerdo mis propias denuncias en redes, en bancos de firmas, en la calle, y las iniciativas promovidas desde mis perfiles y blog para hacer presentes a los países de la homofobia que no queremos estar callados. Y entre esas iniciativas recuerdo Los jueves por Nemat (hacia las embajadas de Irán, musulmán) y Los lunes un Arco Iris por Rusia (contra las embajadas de Rusia, cristiana), sirvan sólo a título de ejemplo. Recuerdo haberme sentido muy contento en esos procesos por ver a mucha gente a mi lado, a muchos activistas preocupados por la situación de las personas transexuales, de los gays, de las lesbianas en cualquier parte del mundo, de cualquier condición, haber visto a mucha buena gente, a muchos activistas, volcándose en sus pequeños espacios de actuación. Pero también me he sentido siempre muy solo, he echado de menos la implicación de algunos activistas, de algunas organizaciones, sobre todo de muchos amigos, y por encima de todo la de muchas personas que deberían sentirse directamente interpeladas por estas causas.

El caso es que he aprendido a no preguntar a nadie por qué no es capaz de poner una firma, de enviar un mail, de llamar por teléfono, de difundir una publicación, de hacerse una foto, de lucir una escarapela. No, ya no pregunto a nadie, ya no cuestiono a nadie. Cada uno es hijo de sus actos y de sus convicciones. Pero me duele, mucho, y hace que a veces me sienta insultado cuando quienes nunca han estado presentes en esas luchas critican de forma tan amarga como la que he expuesto, y tan falsa, las luchas que sí han sido mías y de muchos más.

No os espero, me gustaría teneros cerca pero sé que no vais a estar. Sé que me diréis que lucháis a vuestro modo, y a lo mejor es verdad, o que lo que pasa es que yo soy un rollo. Lo respeto. No os he preguntado y casi preferiría que no buscarais excusas. Pero, por favor, dejad que los demás hagamos lo que consideramos digno e importante. Si lo hacemos bien o mal será nuestro problema y nuestra responsabilidad. Pero si no vais a ayudarnos, si no consideráis que nuestras guerras sean dignas de vuestro precioso tiempo, por favor dejadnos tranquilos. Y sobre todo, sobre todo, no mintáis, no compréis los manidos y falsos argumentos de Intereconomía, de HazteOír y de otras multinacionales de la homofobia que no dudarían un segundo en aplastaros si pudieran. Porque cada vez que apagáis las voces de quienes sí luchan, dais alas a la homofobia. Y la homofobia cuesta vidas. En Mauritania (musulmana) y en Uganda (católica).

jueves, febrero 06, 2014

EL PERRO QUE SABÍA SONREÍR


Leí hace muchos. muchos años, en un libro sobre perros, que los perros tenían una mímica muy limitada y no eran capaces de sonreír. 

Puede que la característica más entrañable del carácter de Harley fuera su constante y enorme sonrisa. Esa manera peculiar de observar el mundo y de observarme a mí, que de alguna manera me había convertido en el eje de su mundo, con la boca abierta, los ojos brillantes, ávido de caricias, de emociones, de paseos, hambriento de vida.

Porque en la vida de Harley hubo un largo paréntesis, tan largo como nueve o diez años, pasados en jaulas y pendiente de los chuscos de pan y del servicio de caza que le impusieran quienes fueron sus tiránicos propietarios, que no sus compañeros, que no sus amigos. Esos mismos que no le enseñaron a jugar hasta el punto de que no entendía qué era una pelota o para qué diablos podía servir un muñeco. Esos mismos que sólo le debían rozar para hacerle daño, porque al llegar a casa era terriblemente delicado, un simple tropiezo en el pasillo y ya lloriqueaba. Esos que no le estimularon e hicieron que llegara a su calmada vejez sin controlar artefactos tan complejos como las escaleras o las aceras.  Esos que cuando dejaron de verle útil le dejaron en la perrera de CECAPA para que así, abandonado, solo, en manos desconocidas, le dieran el pasaporte al otro barrio en forma de inyección letal. Sí, esos años oscuros en manos de esos oscuros miserables.

Resulta curioso. Fue allí, en la perrera, donde Harley nació de nuevo. Fueron Berto y Sonia, las hadas de SOS Setter, quienes le resucitaron, quienes le rescataron a pesar de que no les querían dejar sacarlo, porque era un viejo que no servía para nada. Unos pocos meses en SOS Setter, un nuevo nombre, y esa sonrisa permanente con la que Harley respondía "gracias" a cada comida, a cada paseo, a cada caricia, y un nuevo viaje, a Santander, para vivir con un Gafapasta, una Poligonera, una Gata Tonta y una Gata Mala y llegar a convertirse en todo un personaje literario, el bueno de Tío Harley, en el blog de mi perra Gin, No sólo de Ginebra vive el hombre.

Un año de calma, un tiempo al que Harley llegó en voz baja. Buscó su espacio en una habitación que no utilizo, se sentaba a mi lado esperando, nunca ladraba, pronto aprendió que habría comida todos los días y no merecía la pena el atracón avaricioso. Como si no quisiera molestar pero necesitara decir a cada segundo "me siento bien aquí". 

De tantos momentos mágicos con Harley recuerdo en especial algunos. Que los primeros días no quería salir de casa, y se mantenía tenso durante el paseo, pero se volvía loco de felicidad y su rabo atizaba el aire cuando se daba cuenta de que regresábamos, de que volvía a su hogar. Que descubrió el mar y descubrió que al nadar no sentía la flojera de las patas y que la bahía de Santander bajo el sol era su pequeño paraíso. Recuerdo cómo cada noche hacía una sentada de protesta en la esquina entre Lope de Vega y Santa Lucía hasta que yo me rendía y giraba en dirección al Mesón Salamanca para pedirle a Fran la "tapa" de pan frito o todavía mejor un par de albóndigas. Tirándose al suelo y realizando volteretas de payaso cuando me enfrascaba en una larga conversación y nos decía "menos palabrería y más cosquillas": Le recuerdo ladrando a las gaviotas como si ya pensara en despejar el camino hacia el cielo.

Le recuerdo sobre todo mirándome, mirándome, mirándome. Como si nunca se cansara de verme, como si tratara de leerme la mente, como si no supiera de que otra forma decirme que cada día se enamoraba de aquella nueva vida en la que por fin sabía que todo su amor era correspondido, como si nunca fuera a dejar de darme las gracias…

Dar las gracias … Harley, ese perro bueno, positivo, educado, sonriente al que era yo quien tenía que agradecer su ternura, su calma. Dar las gracias.

Llevaba un par de días cansado y tenía programado un chequeo general en la clínica veterinaria, porque con los viejos, ya se sabe, mejor prevenir.  Ayer al despertar Harley no estaba en su colchoneta, sino de pie, al lado del cabecero de mi cama, con la cabeza casi sobre la mía. No sé si quería decirme que se encontraba mal o, cortés hasta el final, quería simplemente despedirse. Comió algo, me fui a mis cosas, regresé para llevarle al veterinario y … tras cinco minutos de camino, se desplomó en plena calle. Supongo que es el riesgo de tener un corazón tan grande, que se acaba rompiendo. Dejándonos a Gin y a mí desolados, sorprendidos, tristes sobre una acera gris en la que Harley, sólo ya una mancha blanca, aguardaba a que llegaran quienes tendrían que llevarse su cuerpo.

Esta mañana una amiga escribía en el Facebook que ya estaría en el cielo con Leo y con Glenda. Y de nuevo Harley me hizo sonreír imaginando una mesa camilla en la que Glenda le explicaría que los ingleses visten fatal y el diría que sí, que bueno, pero que aquel té tan rico era cosa inglesa y que Juana de Arco era una chiflada. Mientras Leo escuchaba y les servía unos panecillos con dulce de leche.

Sólo un año nos regaló el viejo Tío Harley Davidson. Tal vez el único año que vivió de verdad. Un año de amor en el que fuimos privilegiados al conocer al perro que sabía sonreír.

http://www.youtube.com/watch?v=xVqU_V26dIE
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Un Santander Posilbe by Regino Mateo is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
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