martes, agosto 09, 2016

EL HORROR


Ayer hablaba sobre la belleza, a partir de esa fortuna infinita que me permitió escuchar el sábado por la noche la lectura que Sir John Eliot Gardiner realizó de una de las más estremecedoras obras musicales de todos los tiempos, la Pasión según Mateo, dirigiendo a sus Monteverdi Choir, sus English Baroque Sololists y a la Escolanía Easo. A la mañana siguiente, con la misma intensidad, fue un reportaje sobre las violaciones masivas en Sudán del Sur, utilizadas como arma de guerra e incluso como soldada para el ejército, el que me golpeó el alma. El ying y el yang, el placer y la pesadilla. Así que he decidido parafrasear el artículo que publiqué ayer en el blog desde el lado oscuro.
 
Te aguarda emboscado, al acecho. Quisieras que nunca te encontrara, pero él se obstina en el golpe, a veces es cierto lo deseas, porque de alguna manera te recuerda que tu corazón no está todavía tan dañado, pero tal vez entonces decida esquivarte. Eso sí, cuando se aferra a tu conciencia duele, duele de una forma física y extrema, duele desde una mezcla de culpa, de piedad, de mala conciencia, de solidaridad, de impotencia, de rabia.
 
Te marca la memoria. Lo conociste en la fotografía del buitre que aguardaba ya preparado el momento exacto en que el niño famélico se hiciese carroña. Cuando la madre ausente y cubierta de moscas amamantaba a su recién nacido con un pecho seco. Estaba cuando te contaron La noche de los lápices y cuando unos niños intentaron arrancar a una cachorrita de spaniel la pata atada a una cuerda, también en los reportajes sobre la Guerra de Bosnia o sobre las masacres de Ruanda. En tu imaginación, como parte de una memoria colectiva, al pisar el suelo de cenizas de Buchenwald.
 
No se trata solo de miseria o de hambre, no se trata solo de desastres naturales, de accidentes o de mala suerte. Se trata de la evidencia de que el ser humano posee instintos indignos, que laten de la mano la maldad sociópata y la maldad banal. Se trata de mirar al verdugo y sentir el espejo, la duda, la posibilidad de ser en el escenario adecuado, en las condiciones adecuadas, como él una bestia.
 
El horror te recuerda que vives, o eso crees, lejos del mal, protegido desde la impunidad que te otorgó tu buena estrella natal. Y te hace sentir mierda porque no eres fuerte para enfrentarte a su galería de destrucción y muerte, porque no eres valiente para dejarlo todo y tratar de dar la cara junto a quienes lo sufren, porque estás acomodado a tu pequeño paraíso y no te sientes capaz de una renuncia, de un compromiso, de una lucha, de una voz que vaya mucho más allá de lo poco que implica una firma, una manifestación o un estado de Facebook profunda y rabiosamente indignado y triste.  Y hasta a veces ni eso.
 
Nos aguarda emboscado para recordarnos que somos frágiles, inconsistentes, que podríamos perder nuestros privilegios ante la indiferencia de ese nadie que quedará para ayudarnos cuando lo que creíamos lejano, imposible, se nos haga certeza irremediable. Cuando ya no importe que el corazón siga latiendo o la conciencia aún guarde su mínima capacidad para la conmoción junto a su hipocresía máxima.

lunes, agosto 08, 2016

LA BELLEZA


Te aguarda emboscada y volátil. A veces la deseas pero ella se te niega, en otras ocasiones golpea con todo su brillo sin preparación o esfuerzo por tu parte, siempre es memorable y se acomoda en esos recovecos que nuestro cuerpo guarda para lo importante, esos espacios que nos hacen ser como somos y que tal vez se correspondan con lo que algunos llamaron alma.
 
La recuerdo rompiéndome una noche de helada en Campoo con un cielo poblado por millones de estrellas, abalanzándose sobre mi asombro desde uno de los gigantescos murales de Anselm Kiefer, inundándome de música en Esles mientras desde una pequeña capilla brotaba el Stabat Mater de Giovanni Felice Sances en la voz prodigiosa de Philippe Jaroussky, hervía en las metáforas sorprendentes en las que Góngora la encerró entre Soledades y Polifemos.
 
Es una melodía, un fotograma, un hoyuelo al sonreír, una mirada, una pirueta, un cuerpo, un párrafo, un color. Siempre un instante.
 
Fue la belleza de nuevo al asalto la que volvió a llenarnos los ojos de lágrimas y las manos de un ligerísimo temblor la noche del pasado sábado. Estábamos esta vez tan vigilantes, tan seguros de que amanecería para nosotros, tan convencidos de la sabiduría de Sir John Eliot Gardiner, tan felices de volver a escuchar al Monteverdi Choir, tan ávidos de la música de los English Baroque Soloists todos ellos al servicio del milagro, de la Pasión según Mateo de Johann Sebastian Bach que podría habérsenos escapado y ¡qué decepción entonces!
 
Pero comenzó la llamada a las Hijas de Sion para que sus lágrimas se pusieran al servicio de Bach y de Picander y comenzaran a narrar de nuevo la pasión y la muerte de Cristo tal como sonó en esa iglesia de Santo Tomás de Leipzig donde todavía duerme su autor bajo una lápida negra acompañada siempre por una única rosa roja. Y supimos que nuestra sangre comenzaba a borbotear, que los ojos trabajaban envueltos en agua, que de nuevo el misterio se nos había hecho presente y nos convertía en imposibles las palabras.
 
A partir de ahí, qué importa señalar que la lectura de Gardiner fue contenida, profunda, galante, qué trascendencia apuntar que el Evangelista trazado por James Gilchrist se hizo un lugar entre los mejores, qué la ya sabida noticia de que no había solistas acoplados a un conjunto sino un conjunto conformado por sorprendentes solistas, qué la fuerza cristalina de los niños de la Escolanía Easo. Todo estuvo en su lugar, la afinación, el empaste, el rigor, el trabajo, la pasión, la transcripción de una música de manera casi cinematográfica. Qué importa todo eso, si al final lo que encontramos fue solamente Música y Gratitud.
 
Y con ellas de nuevo, la Belleza.
 
 

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