Te aguarda emboscada y volátil. A veces la deseas pero ella se te niega, en otras ocasiones golpea con todo su brillo sin preparación o esfuerzo por tu parte, siempre es memorable y se acomoda en esos recovecos que nuestro cuerpo guarda para lo importante, esos espacios que nos hacen ser como somos y que tal vez se correspondan con lo que algunos llamaron alma.
La recuerdo rompiéndome una noche de helada en Campoo con un cielo poblado por millones de estrellas, abalanzándose sobre mi asombro desde uno de los gigantescos murales de Anselm Kiefer, inundándome de música en Esles mientras desde una pequeña capilla brotaba el Stabat Mater de Giovanni Felice Sances en la voz prodigiosa de Philippe Jaroussky, hervía en las metáforas sorprendentes en las que Góngora la encerró entre Soledades y Polifemos.
Es una melodía, un fotograma, un hoyuelo al sonreír, una mirada, una pirueta, un cuerpo, un párrafo, un color. Siempre un instante.
Fue la belleza de nuevo al asalto la que volvió a llenarnos los ojos de lágrimas y las manos de un ligerísimo temblor la noche del pasado sábado. Estábamos esta vez tan vigilantes, tan seguros de que amanecería para nosotros, tan convencidos de la sabiduría de Sir John Eliot Gardiner, tan felices de volver a escuchar al Monteverdi Choir, tan ávidos de la música de los English Baroque Soloists todos ellos al servicio del milagro, de la Pasión según Mateo de Johann Sebastian Bach que podría habérsenos escapado y ¡qué decepción entonces!
Pero comenzó la llamada a las Hijas de Sion para que sus lágrimas se pusieran al servicio de Bach y de Picander y comenzaran a narrar de nuevo la pasión y la muerte de Cristo tal como sonó en esa iglesia de Santo Tomás de Leipzig donde todavía duerme su autor bajo una lápida negra acompañada siempre por una única rosa roja. Y supimos que nuestra sangre comenzaba a borbotear, que los ojos trabajaban envueltos en agua, que de nuevo el misterio se nos había hecho presente y nos convertía en imposibles las palabras.
A partir de ahí, qué importa señalar que la lectura de Gardiner fue contenida, profunda, galante, qué trascendencia apuntar que el Evangelista trazado por James Gilchrist se hizo un lugar entre los mejores, qué la ya sabida noticia de que no había solistas acoplados a un conjunto sino un conjunto conformado por sorprendentes solistas, qué la fuerza cristalina de los niños de la Escolanía Easo. Todo estuvo en su lugar, la afinación, el empaste, el rigor, el trabajo, la pasión, la transcripción de una música de manera casi cinematográfica. Qué importa todo eso, si al final lo que encontramos fue solamente Música y Gratitud.
Y con ellas de nuevo, la Belleza.
1 comentario:
Inolvidable.
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