viernes, agosto 31, 2012

ECCE OCEJO


La elección era suya: podía marcharse con dignidad o podía organizar uno de esos melodramas que tanto le gustan, movilizando masas “espontáneas” que le aclamaran al tiempo que gritaban a los responsables últimos de su cesantía, movilizando opinadores pejinos o directamente interesados en los foros de Internet, revolverse panza arriba e incorporar un par de dislates a la larga suma de “nadie podrá hacer algo diferente con el Festival”, “¿Retirarme? Yo no soy torero”, “Vamos a seguir ahora que somos jóvenes”, “¿Proyecto artístico? Ser el Director del Festival durante más de la mitad de su existencia” y ese largo etcétera que nos ha hecho siempre públicas la vanidad y el descaro de ese Fraile Infinito que de pronto se tornó Finito.

Eligió, como era previsible, la segunda opción. Mostrar su rabieta, hacer patente su disgusto y tratar de frenar el golpe con las viejas mañas que hasta ahora tan buenos resultados le habían dado. Unas mañas que de nada le han servido ya porque, como reza el tradicional adagio, “Se puede engañar a unos pocos mucho tiempo; se puede engañar a muchos un poco de tiempo. Pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

No queremos ser injustos. En esa historia tan larga, interminable, de degradación constante, al frente del que había sido el gran escaparate cultural de Santander hubo algunos haberes notables, sobre todo al principio. Un repunte del interés, una actualización de los contenidos, una reivindicación de compositores y obras que habían estado tradicionalmente fuera de los circuitos hispanos. Pero muy pronto la vanidad y la verdadera vocación del personaje, la de bon vivant , redujo su mirada a una larga sucesión de viajes, hoteles de lujo, privilegios y bolsas repletas. A un mundo que sin duda no le correspondía y que pronto quiso eterno, porque ¿para qué aguardar otros paraísos si lo había encontrado ya en la tierra?

Pronto se iniciaron transformaciones del Festival más que discutibles, como esa obsesión enfermiza por la ópera que acabó por descabalar todo presupuesto sensato, por rellenar la programación de veladas kitsch dedicadas a repetir y repetir hasta la saciedad coros, arias y dúos de ópera en vez de apostar por contenidos serios y por engarzar al Festival de Santander en una red de intereses y bolos muy lucrativa para tanta gente. Pronto la repetición ad nauseam de intérpretes y contenidos, rizando el rizo en la repetición de obras en años sucesivos que ha ocurrido con, por ejemplo, la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak o con la Muerte de Isolda de Wagner. Pronto la programación a rebufo de otras, la disculpa de los homenajes que en realidad nunca lo fueron. Pronto el desatino en la gestión que empujó al Festival por el negro pozo de la deuda y que, me temo, ha sido el detonante principal de un cese anunciado ya desde hace tiempo. Pronto, en fin, la cima de la irrelevancia, la desaparición de cualquier referencia a nuestro antaño gran evento artístico en los medios nacionales.

Tuvo Infinito-Finito una oportunidad de oro para terminar. Con el pabellón a media asta pero con cierta imagen positiva entre políticos y ciudadanía en general, a pesar de que en los círculos de aficionados ya el nombre resultaba banal y molesto. Fue cuando cumplió 25 años al frente de la casa, una cifra redonda en un año redondo. Pero no supo renunciar a la gran vida, continuó prisionero de la importancia que se otorgaba a sí mismo y prefirió empujar al Festival Internacional de Santander hacia el abismo.

No a todos todo el tiempo. Llegó el momento de que alguno de los responsables políticos, esos que durante años miraron hacia otro lado y consintieron porque ¿de cuándo acá les ha interesado la cultura, de cuándo acá se han preocupado por la música, la danza, el teatro?, se hiciera eco no solo del malestar que era ya clamor, sino de la más que ineficaz gestión de los recursos públicos y la incapacidad absoluta para obtener réditos artísticos o siquiera turísticos. Y ese alguien entiendo que fue el Alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, por más que los foros se hayan cebado con el Opus y con Serna.

En el Año del Señor de 2012, Fray Infinito se nos volvió Finito y se nos dedicó a viajar de medio en medio y de calle en calle con expresión tan doliente como impostada, a la manera del Ecce Homo de Borja recién “restaurado”. Se abren ahora, pues, tantos interrogantes como esperanzas, tantas dudas como posibilidades. El sueño, en suma, de que el Festival Internacional de Santander pueda, con más o con menos recursos, pero con ilusión, con nervio, con mirada al futuro, ser por fin un programa digno, ambicioso, grande.
En cuanto al personaje, como cuentan que dijo un sacerdote veneciano al enterarse de que el que fue Juan XXIII dejaba el Patriarcado de Venecia para ocupar la silla de San Pedro … “Tanto bien lleve como paz deja”.



lunes, agosto 20, 2012

76 AÑOS


Imaginad que escribo en Twitter que durante un telediario en la pública han afirmado que "Julio César fue asesinado por unos mercenarios escitas". Imagino que las respuestas podrían clasificarse en a/Carcajadas, b/Protestas de ignorancia de medios y periodistas y c/Reenvío compulsivo de tamaño absurdo.

Ah, sí, pero ... ¿y si escribo que en un telediario de la pública han afirmado que "Federico García Lorca fue asesinado por un grupo de soldados"? No voy a encontrarme risas, eso por descontado. Nadie va a hablar de ignorancias, puede que unos pocos sí de manipulación. Algunos reenvíos, es probable que bastantes. Pero lo que sí me encontraré de seguro, como con cualquier otra referencia a la II República, la Guerra Civil y la represión franquista, es alguna reprimenda, áspera, cariñosa o mediopensionista, con la que me echarán en cara vivir anclado al pasado, no pensar en el presente y menos en el futuro, y puede que me recuerden que todos eran iguales, y todos somos iguales, y todos seremos iguales.

Se han cumplido los 76 años de un asesinato vil, como todo asesinato. Un asesinato que tenemos especialmente presente por la categoría literaria y artística de la víctima, pero también porque es un símbolo perfecto del absurdo de la violencia, de cómo la mentalidad totalitaria actúa ciega a cualquier mirada humanitaria o racional, y se alimenta de odios atávicos y de prejuicios inscritos en las testas más duras y los corazones más agrios por años y años de palabras, violencias institucionalizadas, crueldad social.

Habrá quien diga que en la Guerra hubo muertos en los dos lados, que es lo que pasa en una guerra. Pero se enfadarán si les recuerdas que sí, que claro, pero que unos protagonizaron la asonantada y otros no. Se enfadarán más si les preguntas exactamente cuál fue la participación de Lorca en la Guerra, si Granada cayó en manos de los golpistas desde el primer momento, y si Lorca era una persona más bien ajena a los devenires políticos.

Habrá quien diga, "joder, Regino, tú siempre con lo mismo" cuando comentes el terrible "tiro en el culo, por maricón". Como si ya no hubiera agresiones a gays, lesbianas y transexuales, como si ya no hubiera exclusión social, ni acoso, ni insultos. Ni muertos. Ni tribunales capaces de absolver a un criminal porque es lógico temer que un gay te vaya a violar y más lógico coserles a puñaladas aunque estén ya muertos, hasta regar de sangre el suelo.

Habrá quien, como el Telediario, diga que fueron unos soldados. Para seguir alimentando el actual modelo revisionista sobre la Guerra Civil que se propone desde los sectores más rancios, para justificar y ocultar sus propias vergüenzas, y así convertir a Lorca en víctima de una conflagración bélica y no de odios, envidias, recelos, prejuicios y venenos de quienes decidieron destruir la convivencia, abrir una dolorosa fractura que seguiremos sin curar si nos empeñamos en esconder los hechos. Y se enfadarán cuando les cites los nombres de los delatores, los cooperadores necesarios, los ejecutores, que documento tras documento y prueba tras prueba han ido quedando claros a pesar de las dificultades, a pesar de que parece que tanta gente preferiría que nunca salieran a la luz, que no se esclareciera nunca la insidia. Nombres que no pertenecían a soldados, sino a señoritos, políticos de la Falange y de la Derecha más conservadora, y a sus sicarios y mamporreros.

76 años después, Federico García Lorca continúa siendo el rostro, uno de los rostros, de la vergüenza. Una referencia incómoda que sería mejor acallar y relegar a la historia de la literatura donde, piensan, nadie va a ir a buscarle y donde, piensan, basta con sus textos y su talento, no hace falta hablar de biografías. 76 años después, Federico García Lorca continúa podrido en una cuneta o en una barranca. 76 años después en España, la tantas veces madrastra, criminal, sanguinaria España, muchas personas prefieren disparar contra el poeta una ráfaga de silencio que le entierre para siempre donde habite el olvido.


miércoles, agosto 15, 2012

EL PROBLEMA NO ES EL OPUS



Tras muchos años en los que la llamada Doctrina Trillo mantuvo al Tribunal Constitucional Español bajo un auténtico asedio terrorista, hace unos meses el Senado primero y el Congreso de los Diputados después fueron capaces por fin de alcanzar un acuerdo de mayoría suficiente para renovar los cuatro y cuatro magistrados constitucionales cuyo nombramiento corresponde a cada una de las cámaras parlamentarias.

Este largo e indecente proceso de regulación ha incorporado algunas novedades particularmente repugnantes a la ya de por si más bien fétida praxis política española. La primera de ellas, que conforme a las reglas del juego actualmente vigentes, uno de los partidos mayoritarios puede jugar a ser el gamberro del patio, romper toda posibilidad de acuerdo y tratar de imponer condiciones leoninas de tal manera que o se admiten sus faroles o todo el entramado institucional corre peligro. Eso ocurrió cuando el Partido Popular decidió proponer dos nombres especialmente problemáticos, uno de los cuales además no cumplía siquiera los requisitos legales para ser magistrado constitucional. De seguro, con un nombre duro sobre la mesa y otro más neutro, más de consenso, se hubiera llegado al acuerdo. Pero la jugada diseñada por ese capitoste de la moral macarra que es Federico Trillo consistía precisamente en provocar el enfado del resto de participantes en el proceso para impedir que el Tribunal Constitucional se renovara en tiempo y esperar a unas elecciones en las que la composición de las cámaras resultara más favorable para sus intereses y les fuera posible convertir al vigía de la Constitución en una suerte de tercera cámara muy conservadora y muy debida a sus patrones genoveses. De entrada, la jugada fue parcialmente exitosa, ya que hoy el TC cuenta con un nombre más de los que hubiera correspondido a propuesta del PP.

Una segunda novedad. Por primera vez entra en el Tribunal Constitucional (y ya hablaremos del Defensor del Pueblo) un político profesional, un miembro de esa casta que se perpetúa en las mieles del poder y que salta de asiento en asiento, de responsabilidad en responsabilidad, sin cesar nunca en el ejercicio del privilegio y tantas veces (no es por cierto el caso de Andrés Ollero) sin que se les conozca actividad o mérito profesional alguno. Y es que en efecto, Andrés Ollero Tassara, uno de los cuatro magistrados recientemente incorporados a la institución por decisión del Congreso, ha sido durante muchos años diputado en esa misma cámara, dentro de las filas del Grupo Popular. Primero como militante del PDP / Democracia Cristiana fundado por Óscar Alzaga, y más tarde como miembro de plena derecha, perdón, de pleno derecho, del Partido Popular.

Uno, que perdió hace ya mucho tiempo la inocencia y que sabe perfectamente quiénes son los Reyes Magos (Melchor, Gaspar y Baltasar, si no recuerdo mal) no va a caer a estas alturas de la película en la ingenuidad del Montesquieu que exigía al juez que actuara como boca muda de la ley. La ley tiene demasiados recovecos, demasiadas lagunas, demasiadas ambigüedades; la ley viaja por el tiempo a un ritmo mucho más lento del que la vida acostumbra. Y tal vez sea bueno que así sea. El juez es el intérprete de la ley, y el juez constitucional es el intérprete de la ley constitucional. Por otro lado,, y de nuevo vuelvo a la ausencia de ingenuidad y los conocimientos sobre magias reales, tampoco voy a imaginar un juez inmaculado, un juez criado, crecido y formado en una burbuja de pureza normativa, sin ideas, ni conceptos ni creencias propias. De hecho, me espantaría la existencia de un juez así. Los jueces todos y los jueces constitucionales lo son también con su bagaje humano, con su experiencia, su vida, su corazón, su mente.

Pero sí debemos exigir al juez en general y seguramente con mucha mayor exigencia al juez constitucional la capacidad para elaborar argumentos jurídicos, para construir sus resoluciones lo más lejos posible del prejuicio. Y en este sentido me parece muy importante que podamos confiar, por poco que sea, en que son los razonamientos técnicos y no los meramente políticos y axiológicos los que marcan la tarea del Tribunal Constitucional. De hecho, así ha venido siendo, y en general las sentencias emitidas lo han sido con una calidad técnica notable incluso en asuntos tan polémicos como el del famoso Estatut. Nos gusten más o menos los resultados. O demuestre el tiempo que fue un error y un horror la solución hallada (qué a gusto volveríamos al tiempo en el que el TC dijo que el escaño era propiedad del diputado y no del partido para suplicarles de rodillas que no abrieran el camino a tantos tránsfugas y corruptos).

Andrés Ollero, a quien por cierto conocí personalmente hace tiempo, es muchas cosas. Es un académico correcto, catedrático de Filosofía del Derecho, con publicaciones bien trabajadas a veces, cierto es, más flojas y poco objetivas cuando afectan a cuestiones relacionadas con los ámbitos morales. Es miembro del Opus Dei. Y no va a ser nuevo para nadie recordar que una de las esencias de tal organización es la de promover un estilo de vida cristiano ultraortodoxo dentro del mundo para influir y cambiar las estructuras sociales y políticas. Ollero es también una persona con una larga trayectoria política.

Y desde ese perfil, muchos medios, partidos y organizaciones de la sociedad civil piden ahora a Andrés Ollero que se abstenga (o en caso contrario sea recusado) por la influencia que puede tener en ciertas decisiones del TC su militancia opusina, al hacerse público que por herencia de las carpetas pendientes de Elisa Pérez Vera le correspondería redactar la propuesta de fallo sobre la ley del aborto, la ley de plazos, promovida desde el gobierno de Rodríguez Zapatero y aprobada con amplio consenso social y parlamentario del que quedó fuera, como de costumbre, el PP.

¿Sería igual el clamor si Ollero procediera de la judicatura y por no ser un personaje de tamaña proyección pública se ignorara su pertenencia al Opus? ¿Incapacita la pertenencia a un determinado grupo religioso para ejercer con dignidad la función jurisdiccional? No lo creo. O al menos no debería ser así. De hecho, en buena medida creo que la amplia penetración del Opus en la judicatura, la universidad o la sanidad lo es en no poca medida por haber medido con cierta prudencia los puntos de encaje de dos extremos, la fe y la responsabilidad profesional. Sin dejar de evidenciarse que en algunos de los temas más comprometidos de la agenda social y política contemporánea se suele perder esa capacidad para integrar ambas dimensiones. En todo caso, creo que se puede ser ultraconservador, hasta ultrarreligioso, y ser un magistrado responsable en el Tribunal Constitucional y una aportación positiva a debates y sentencias. Porque en una sociedad plural en la que el diálogo es, debiera ser, el instrumento esencial de convivencia también legal e institucional, no es malo que el TC sea un organismo plural y permita que se escuchen voces diversas.

A mí me preocupa mucho más su historial político. Creo que quien ha sido durante tantos años parte del incendio difícilmente puede formar parte de las brigadas de bomberos, que quien ha sido integrante activo del ruido y de la crispación, del sectarismo y de la edificación de los cimientos de esa casta aberrante que nos gobierna, desde la implicación permanente en la disputa social y política escuchando solo los propios argumentos, sordo siempre para las razones de los otros, no es capaz, no va a ser capaz, de mudar la piel y transformarse en un árbitro razonablemente técnico, razonablemente objetivo. De hecho, por sus palabras a la prensa en estos días, ni siquiera parece ser consciente de su dificultad para razonar de manera transparente y técnica, lo que por ejemplo le diferencia de otro ultraconservador e integrista religioso, Hernando, ingresado en el turno del Senado, procedente de la judicatura, que sin embargo motu proprio se ha abstenido en el recurso del Partido Popular contra el matrimonio igualitario, por ser consciente de que es un caso que ya prejuzgó cuando promovió el informe no solicitado del CGPJ sobre la reforma del Código Civil. Tal vez salve a Hernando su condición de juez y su entendimiento de que hay caso en los que un juez debe abstenerse para no enturbiar ni cuestionar el procedimiento y la resolución. Por todo ello, eso no dejo de sentirme estupefacto ante la petición del PSOE de que Ollero se abstenga. Porque Ollero, a mi modo de ver, nunca debería haber accedido al Tribunal Constitucional, ni para juzgar el aborto, ni para juzgar el matrimonio entre personas del mismo sexo, ni para caso alguno cualquiera. No tanto, voy a insistir, por sus creencias religiosas por ultramontanas y manipuladoras que sean, como por su militancia política sistemática durante muchos, muchos años.

El Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo, y cualquiera otra de las instituciones que velan o deberían velar por el cumplimiento de la legalidad, que protegen a los ciudadanos frente a las desviaciones del poder, que ejercen una labor de control, de arbitraje, de corrección, no deberían, NO deberían, caer en manos del turno de colocación de los gerifaltes de los partidos, de los viejos elefantes que se le han ido cayendo a la casta a las orillas del camino. 

Claro que es un problema, y va a seguir siéndolo, que Andrés Ollero forme parte del Constitucional. Pero el problema no es, al menos no solo, su pertenencia al Opus Dei. Hay fallas mucho más graves, mucho más grandes, mucho más peligrosas.

domingo, agosto 05, 2012

¿DEBE SER EL DOLOR OBLIGATORIO?


Nada tiene que ver la crisis con muchas de las decisiones que el gobierno del Partido Popular está adoptando. Con muchas decisiones que vienen a alterar el estado de las cosas desde una perspectiva claramente ideológica, extremista, contraria a las propias declaraciones y programas con los que los conservadores obtuvieron el respaldo mayoritario en las últimas convocatorias electorales. De hecho, algunas de ellas no gustan siquiera a sus votantes. 

De entre ellas, el estupor y el enfado ante una concreta me hacen regresar a este blog al que tanto quiero, tanto debo y que sin embargo tan abandonado tengo: la reforma que el ministro Gallardón propone para la regulación de la interrupción del embarazo. En especial, aquel extremo en el que se prohibirá la praxis del aborto en el caso de malformaciones graves en el feto, tal como estaba previsto en la primera de las regulaciones, en el tan lejano 1985, y que por cierto pasó sin demasiados problemas la prueba de la constitucionalidad. 

Significa esta decisión, primero, un regreso a la consideración de la mujer como ser parcialmente incapacitado, alguien que no tiene altura intelectual ni moral para adoptar sus propias decisiones sobre su propìa vida y a la que hay que controlar desde la superioridad perifrástica del gobierno. Porque en el fondo, eso es lo que supone la anulación de una ley de plazos: volver a arrebatar la interrupción voluntaria del embarazo del centro de decisión que lealmente le corresponde, la mujer que habrá de soportar la preñez, el parto y en buena medida todavía hoy la mayor parte del peso de la crianza. A cambio, el regreso a la casuística, esta vez con cuentagotas. 

Tengo para mí que la razón última de esta deriva de Gallardón responde a dos factores. El primer de ello, ese conservadurismo tradicionalista del que muchos estábamos seguros pero que él, ciertos medios, y una gran campaña de mercadotecnia política, se habían encargado de nublar. El segundo, más importante, la condición de ambicioso arribista de don Alberto, que a la vista de los malos tiempos que corren para la popularidad de Mariano Rajoy, la indefinición acerca del futuro de país y gobierno, y la pérdida de espacio de su gran oponente, la condesa consorte de Murillo, ha decidio congraciarse con los sectores más carpetovetónicos y ultramontanos de la derecha hispánica, precisamente aquellos que había perdido por jugar a la equidistancia y a la modernidad y que ahora ensalzan las virtudes de Alberto el Justiciero. 

Son muchas las reflexiones, cartas y documentos que he leído estos días. En su mayor parte hablando de la experiencia terrible que familias y niños sufren cuando se hacen presentes tantas enfermedades crueles e irreversibles. Cartas en las que no se niega el profundo amor al hijo, pero que siempre se tiñen de una tristeza profunda, densa, cortante, la provocada por años de lucha sin esperanza, la de horas de lágrimas y de impotencia junto al doliente. Y es que, como bien decía en una espléndida mirada ética el jesuita Juan Masiá en El País, al hablar de malformaciones en el feto son muchas y muy diferentes las situaciones, algunas que hoy consideraríamos de gravedad menor, que permitirían cierta autonomía, cierta normalidad, a sus afectados (lo que por cierto no impediría el esfuerzo, la implicación, el exceso que se exigiría a las familias). Pero otras en las que el niño nacería no ya con una condena a muerte temprana e irreversible, sino sobre todo en las que nacería sólo para sufrir. Enfermedades degenerativas, enfermedades neurológicas, enfermedades que suponen fortísimos dolores que un niño de corta edad apenas podrá soportar, frustraciones sociales, inmovilidad, incapacidad para llevar una vida de calidad mínima. Niños que de llegar a la juventud estarían condenados a vivir recluidos, a desconocer el amor. Seres para el dolor. Un dolor contagioso para familias que dejarían de vivir, dejarían de encontrar otro estímulo en el mundo diferente del cuidado, querido o no, del enfermo extremo. ¿Van a resistir esa prueba todas las parejas? ¿podrán con tal responsabilidad todas las madres? ¿cuántos hijos odiarán a sus padres, les echarán en cara el haber abandonado al resto de la progenie? Nadie habla del aborto con frivolidad. Claro que la interrupción del embarazo es fruto será siempre dolorosa. Pero podría, tendría que ser una decisión propia, un dolor elegido. Y de aquí el título de este regreso al blog. ¿Puede el dolor ser obligatorio?¿Quién se cree Gallardón para imponer a miles de personas un sufrimiento extremo e inhumano? ¿Quién va a llorar cada noche junto a la cuna, quién va a quemar sus días junto al enfermo obligado a pasar operación tras operación, a atravesar tratamientos constantes, a soportar los mordiscos de los más crueles dolores en su cuerpo?¿Quién va a pagar todos esos gastos, ahora que el gobierno del que forma parte el propio Gallardón retira prestaciones educativas, sanitarias, sociales? Sobre todo, ¿quién va a sentir cada día la noche en el alma, el grito interior o exterior de que sería mejor no haber nacido? 

Sí. Es cierto. Hay quienes piensan que se puede infligir dolor a otros, quien cree que puede provocarlo de manera activa o pasiva, quien permanece ciego ante el sufrimiento. Hay pervertidos, hay asesinos psicópatas, hay psicópatas sociales. Y me temo que hay una tercera razón para que Gallardón decida obligar a miles de personas a retorcerse de dolor mientras sus familias se retuercen de impotencia. Es un sádico psicópata. No encuentro otra explicación.
Licencia de Creative Commons
Un Santander Posilbe by Regino Mateo is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
Based on a work at unsantanderposible.blogspot.com.