miércoles, enero 23, 2019

LIBERTICIDAS CONTRA EL LIBERTICIDIO... Y OLÉ CHIMPÚN.


El cielo está liberticizado, ¿quién lo desliberticizará? El desliberticizador que lo desliberticizare buen desliberticizador será.

Arden medios, mítines y redes, preocupados por la expansión de uno de esos nuevos compuestos terminológicos que no han aselado todavía en la corrección académica, y que tal vez nunca lo hagan, y que proceden de otras tradiciones, otros idiomas y sobre todo otros populismos. Su significado es transparente, leyes liberticidas, gobiernos liberticidas, administraciones liberticidas igual a leyes, gobiernos y administraciones empecinados en el asesinato de la libertad, esa palabra que a la vez dice tanto y tan poco.
 
Me sorprende en estos últimos y no poco convulsos tiempos el uso y abuso de la palabra por parte de quienes en el campo de juego político representan a las fuerzas más conservadoras y reaccionarias, a los defensores de las más viejas esencias, en definitiva a quienes encarnan los valores del poder en sus acepciones más clásicas e invasivas, atacar con vehemencia (esto no sería una novedad) por su carácter liberticida (esto sí) todas aquellas leyes que han ido consolidándose en nuestras sociedades occidentales como apuestas por la libertad material, esas que apuestan por la dignidad de las personas, de todas las personas, la seguridad de las personas, de todas las personas, los derechos de las personas, de todas las personas. Esas leyes, en suma, que nos hacen más libres, diría que mejores, y que no establecen más límites a las acciones personales que el respeto hacia los demás. La lucha contra la violencia de género no debería alarmar a quienes creen de verdad en la igualdad y la practican, a quienes no son violentos; el avance en los derechos de las personas LGTBI no cuestiona ni las familias ni las decisiones de quienes continúan viviendo en su cómoda y omnipresente heterosexualidad; el reconocimiento de la interrupción del embarazo o del divorcio no suponen su obligatoriedad para nadie; la prohibición del tabaco en los espacios públicos es una más que evidente apuesta por la salud pública y simplemente impide que las decisiones de unos estropeen los pulmones de otros. Porque a estas leyes es a las que las viejas nuevas voces atacan como liberticidas.
 
Pobres mandíbulas de cristal, delicados ofendiditos, míseros matones de patio de colegio que se duelen mucho, a grito pelado y moco tendido, cuando ven cómo sus licencias para agredir, sus permisos para insultar, su rotunda convicción de que sus valores son obligatorios para todos y de que ellos detentan en rigurosa exclusiva el derecho para invadir vidas ajenas y prohibir todo aquello que perturbe su paz blandengue.
 
Que no os engañen los cruzados contra el liberticidio. Son simples esbirros y esbirros simples, de los viejos señores, de los hastiados y casposos gatopardos que desde sus seguros torreones intrigan cada día para que todo siga igual, para que nuestra libertad sea solo una palabra bonita, una quimera graciosa con la que invitarnos a mirar el vuelo de las gaviotas mientras las cadenas que con tanto amor nos han preparado siguen amarrándonos a la desesperanza para su beneficio.

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