Guarda cierta relación con el post anterior, pero hace ya unos días que quería escribir algo sobre las obras de "mejora de accesibilidad" que se están desarrollando en el barrio santanderino en el que vivo, en el Grupo Santa Teresa.
El caso es que después de unos cincuenta o sesenta años (o lo que es lo mismo, desde la construcción del grupo de viviendas populares) y después de episodios que tan bien describen la actitud del ayuntamiento de Santander para todo lo que no aparece en la fachada (un pasamanos caído que estuvo durante dos años dos obstruyendo el paso), o de la sistemática degradación de los espacios públicos de la zona pues por fin tenemos la calle en obras. El cartel las titula, como antes dije, "mejora de accesibilidad" y ¡oh, sorpresa! cuentan con la financiación del Gobierno de Cantabria, a pesar de que don de la Serna sigue en su clásica pose de lamentatio esquinera, llorando porque ni el Gobierno de España ni el de Cantabria hacen caso de Santander, cuando la realidad es que quienes pagan son básicamente esas dos administraciones y quienes deben son las arcas municipales.
La accesibilidad parece consistir en la incorporación en uno de los tramos que unen la calle Santa Teresa con la de Prado San Roque de unas escaleras mecánicas, como las que ya se instalaron junto a las consultas médicas de la calle de Vargas. Vamos, esas escaleras que el PSOE propuso hace como diez años en el ayuntamiento y cuya propuesta sirvió sólo para que el chulesco Piñeiro le dijera al portavoz ese "Hala, Sotuca, calla, que sólo dices tonterías" recogido en las actas. Vamos,que una vez más un Partido Popular carente de ideas propias se apodera de los programas ajenos, con diez años de retraso y por tanto con diez años extra de molestias vecinales.
Hablar de accesibilidad, de mejora en las viviendas y condiciones de los barrios sería para un ayuntamiento que de verdad se preocupara del bienestar ciudadano desarrollar acciones mucho más ambiciosas que unas escaleras mecánicas, que sólo disfrazan el problema y lo maquillan de modernidad y al fin presentan más prestaciones para el paseante que para el residente. Y bien lo entendieron otras ciudades que eligieron un proceso más serio y eficaz, también más lento y más exigente, para proceder a las sustituciones de las viejas barriadas cuyas características no las hacían propias de una ciudad moderna por otras con equipamientos, accesibilidad de verdad y dignificación de los espacios. Y lo curioso es que hay ciudades españolas que consiguieron ese cambio profundo obteniendo incluso beneficios para las arcas municipales. Pero claro, para eso sería necesaria en el equipo de gobierno santanderino esa mente pensante que no tiene, o que si la tiene se ocupa más de mercaderías electorales y compras de voluntades.
Como fuere, al margen de que la medida sea más rápida o menos, más ambiciosa o más pobretona, sí que me llama la atención la recuperación de la filosofía del Despotismo Ilustrado por parte de nuestros munícipes, reinventada en estos tiempos de candidaturas fallidas en su versión de Despotismo Sin Ilustrar. A día de hoy, nada se sabe por los vecinos de qué sea exactamente lo que el ayuntamiento está maniobrando, a nadie se le ha reunido para presentar el proyecto o para pedirles opinión y consejo a quienes llevan muchos años en la zona y conocen mejor que nadie sus características. Y son muchos los temores que afloran en las conversaciones del Parque de Jado o en las entrecalles del grupo, y muchos los comentarios sobre oportunidades posiblemente perdidas para desfacer algunos entuertos de otros tiempos. Pero para qué se les va a preguntar a los vecinos, para qué se les va a escuchar, si la necesidad básica de la casona y su jefe máximo es la de hacerse una foto poniendo el primer escalón y otra inaugurando el cambiado paisaje a un mes vista de las elecciones (ese es el plazo de ejecución).
Aunque ojo con ese plazo ejecutivo, que si se queda sin terminar antes de la campaña electoral, inauguran lo mismo y lo dejan sin terminar. Y si no se lo creen, dense un paseo por el Parque de Jado y comprueben el estado de su pavimentación y sobre todo de las zonas que quedaron encementadas y sin losa después del paseo triunfal del predecesor de De la Serna.
2 comentarios:
La salida principal de la estación de Antón Martín de la línea 1 de la red de metro de Madrid estuvo en obras durante más de un año (quizá hasta fueron 2 ó 3 y mi memoria, más por selectiva que por generosa, acorta el tiempo) y cuál fue mi sopresa cuando al reabrirla continuaban sus setenta y tantos escalones desde la salida del vagón hasta la superficie. Alucinante...
La parte de cercanías en Chamartín sigue sin tener tampoco acceso mecánico o por ascensor. Más alucine...
Y lo peor es que cuando se te ocurre decir algo hay quien te suelta un discurso económico de medio pelo, como si tú fueras tonto y no supieras que no hay dinero para todo.
Entonces la tentación es explicar que las personas con algún problema de movilidad son muchas, y que en este grupo se cuentan variedades tan dispares como alguien con un carrito de bebé o una persona de setenta y tantos en estupendas condiciones para usar el transporte público pero no si ello implica subir lo equivalente a cuatro pisos, pero no... Hay que evitar la tentación de esgrimir el argumento de "no son tan pocos, no son tan minoría", y hay que evitarlo por decencia.
El argumento, pues, ha de ser la pura -y a veces dura porque haya que rascarse el bolsillo- solidaridad, que algunos, tristemente, consideran una forma más de la ingenuidad.
Por supuesto que no hay dinero para todo, pero para el ayuntamiento y la comunidad de Madrid la accesibilidad no sólo no es una prioridad, sino que parece refanfinflársela. Ignoro si otros gobiernos lo hicieron mejor al respecto (tenía trece años cuando el PSOE dejó de gobernar en Madrid y diecinueve cuando dejó de hacerlo en la comunidad) pero éstos lo están haciendo rematadamente mal.
Espero (y es que si no pongo este ejmplo reviento) que se imponga el sentido común (y nunca mejor dicho) a propósito de la jornada de la juventud que se celebrará el año que viene en Madrid y no se gasten en en par de ayuditas logísticas para los jóvenes que legítimamente quieran venir y participar, la décima parte de lo que costaría facilitar los accesos en Chamartín y Antón Martín. (Siento el pareado final).
Un abrazo.
Ejem, quería decir diez veces más, no "la décima parte". Se me inviritó la fracción con tanto cabreo.
Otro abrazo.
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