Supongo que esos grandes estrategas de las finanzas, la economía y la política que nadie sabe quiénes son, a los que nadie ha votado, cuyos programas nadie conoce pero cuyas pifias nos fastidian a todos, sí, esos a los que sus servidores llaman por el fantasmagórico nombre de La Mano Invisible (uuuuuuhhhhhh) no podrán perder su precioso tiempo en leer la colección de Astérix y Obélix. Sobre todo después de la muerte de Goscinny y la caída en picado de los guiones.
Y sin embargo, la lectura de uno de los volúmenes más salvables de esa nueva etapa Uderzo & Uderzo nos daría una información mucho más clara sobre la crisis en que nos hallamos sumergidos sin comerlo ni beberlo que las "explicaciones" que nos van ofreciendo a todas horas, por todas partes, con un lenguaje más hueco que incomprensible, una nueva muestra digna de análisis de la capacidad de dominación y manipulación del lenguaje que haría no sé si las delicias o el horror de Viktor Klemperer.
El genio estratégico de Julio César descubre en Obélix y compañía que la decadencia de Roma guarda proporción directa con un desarrollo económico que ha convertido a los prohombres del Imperio en figuras grotescas, muelles y corruptas. Y contrata a un sesudo economista, procedente de una escuela de finanzas a lo Chicago, para que corrompa a los irreductibles galos (gobernados todavía por Abraracurcix, antes del ascenso fulminante de Revillapresidentix) con las artes de la avaricia especulativa.
Será Obélix el primero en caer rendido a los pies de un lenguaje simplón y absurdo que se conjuga en infinitivos despersonalizados y sin matiz (¿estaría Uderzo haciendo un guiño al verbo inglés?), puesto que será el menhir el "imprescindible" producto llamado a convertirse en la estrella del comercio estúpido. Las campañas de mercadotecnia harán creer a los romanos que la felicidad viene de la mano de un hermoso menhir en el salón-comedor, pero harán insuficiente la producción de Obélix. Pronto la aldea gala se convertirá en un ente no productivo, en el que unos venden menhires, otros los producen, y otros cazan para alimentar a los operarios de la industria del menhir. El oro deslumbrará a los galos, y las telas de seda de Lugdunum a sus señoras.
Hasta que la burbuja estalla, los romanos se ponen en huelga en defensa de su producción frente a la deslocalización de la industria del menhir, el mercado se satura, y llega el punto en el que los que producir menhires encontrar que menhir no valer nada.
Qué retrato tan limpio de las alteraciones en los patrones monetarios, de la economía especulativa, del culto a las manos invisibles, de la corrupción desmedida como respuesta a la ambición desmedida, de las burbujas y de los intrigantes. Qué excelente narración sobre la atracción de los ciudadanos hacia el templo del Inútil Consumo, de la modificación de las conciencias.
Lo malo es que en Obélix y compañía todo se soluciona con un par de leñazos en la cabezota hueca del economista, una buena paliza a los legionarios de Petibonum, una profunda crisis estructural en el Imperio que trae de cabeza al bueno de Julio y el retorno a un esquema productivo más humano y sensato en la aldea de los locos. Y por estos lares, sin embargo, seguimos mareando la perdiz con palabras vacías y crípticas mientras La mano fantasmona se frota los nudillos.
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