De cáncer a cáncer, durante los últimos meses hablé mucho con Carlos Alberto Biendicho, con esa entrañable Tita Carlota de la que tanto oí hablar en los primeros años de mi compromiso con los colectivos lgtb y a quien con el tiempo llegué a conocer y apreciar personalmente.
Carlos Alberto era por formación y por convencimiento conservador, pero no tanto como para renunciarse y dejar de lado su propia dignidad. Culto, tenaz, luchador como pocos, ácido, tenía la sana capacidad de dejar durante varias noches sin sueño a esos obispos y esos jerarcas populares a los que de tanto en tanto recordaba que si sacaba a la luz ciertas pruebas podía ponerles en una situación complicada. Llegó a enfrentarse públicamente al partido en el que militaba y en el que había creado una peculiar Plataforma Popular Gay desde la que clamaba en el desierto por un cambio en la estrategia de discriminación y exclusión lgtb del PP.
Carlos Alberto Biendicho llevaba años luchando contra el VIH. Haciéndolo como le gustaba, desde el compromiso y la claridad, con la cabeza alta, desde la formación constante, asumiendo como propia la tarea de educar, de informar, de asesorar, de consolar. Luchando sobre todo contra el estigma social en frentes como la denuncia al Hospital Militar Gómez Ulla por impedir que los homosexuales pudiéramos ser donantes de sangre (a su ejemplo, denunciamos públicamente aquí al Banco de Sangre de Cantabria, después de varios años intentando que adaptaran su protocolo de donación a las instrucciones de las autoridades sanitarias europeas). Y su último órdago, su acampada, ya enfermo y grave de cáncer, frente al Ministerio del Interior, para que se eliminara la prohibición de acceder a la guardia civil a las personas seropositivas. Dos guerras que ganó, como tantas otras.
Carlos Alberto era un alma libre y un discrepante nato. Pero siempre que hablaba lo hacía cargado de razones, de sus razones, y las explicaba y defendía con la pasión de esos luchadores que pelean cada día, cada minuto de sus vidas. Era tan fácil discutir con él como cogerle un cariño inevitable, por su cercanía, su compromiso, su disponibilidad.
De puntillas, por primera vez en su vida sin armar ruido, Carlos Alberto Biendicho cayó víctima del cáncer el pasado 16 de noviembre. Sólo unos días después de la caída de Leo. Esos dos cánceres de los que hablaba al principio y que tanto nos acercaron a Carlos Alberto y a mí en los meses previos a su acampada.
El propio Carlos Alberto resumió con su pluma mordaz lo que fue una vida llena de furia, llena de ganas de vivir, llena sobre todo de exclusión y de lucha: “Mi madre me parió Vago y Maleante, después fui Peligroso Social, posteriormente fui presunto delincuente hasta 1986 (en el Ejército fue delito hasta esa fecha), hasta 1992 tenía un trastorno psicofísico, aunque en 1988 ya me habían diagnosticado el VIH. Pero ante todo soy superviviente de la raza humana”.
El próximo 1 de diciembre, todos echaremos de menos una voz gritando por la dignidad de las personas seropositivas, exigiendo investigación y resolución en la lucha contra el SIDA. Y algunos obispos y algunos dirigentes populares dormirán más tranquilos a solas con su hipocresía.
Tita Carlota, Carlos Alberto, que hayas muerto en paz "como dicen que mueren los que han amado mucho". Y que la tierra te sea grata, leve, descanso del guerrero, ausencia de lucha.
2 comentarios:
Emilio de Benito en el último párrafo del artículo que dedica, en El País, a Carlos. A. Biendicho:
"Cuesta borrar su móvil de la agenda. Porque hay algo seguro: a poco que pueda, Carlos todavía llamará para contar si por fin está en un lugar sin discriminación de ninguna clase."
Alguien me habló de él alguna vez, con enormes simpatía y admiración.
Lo cierto es que no deja de sorprenderme, y de apenarme, la forma en que algunas características de un individuo, cuando no son las estadísticamente más frecuentes, convierten su vida en una carrera de obstáculos.
Recuerdo como si fuera hoy un día en el que en aquel estupendo programa que era Hablemos de sexo, la presentadora, Elena Ochoa, a propósito de la intervención en directo de un telespectador, se marcó una inteligente matización entre los significados de "habitual" y "normal". La adolescente que yo era quedó fascinada con esa diferenciación sutil pero brutal.
Puede que tratar de someter a una mujer sea habitual, pero no es normal; puede que desear a alguien de tu mismo sexo no sea habitual, o al menos tan habitual como desear a alguien de sexo distinto, pero es normal.
Descanse en paz el caballero Carlos Alberto Biendicho, desfacedor de agravios y entuertos. Siempre, pese al dolor, la pérdida y el silencio, hay una belleza poética en la muerte de un valiente.
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