RECORDANDO A MÓNICA LÓPEZ CASTAÑEDA EN EL DÍA DEL COOPERANTE
Hace dos años que el Gobierno de España eligió el ocho de septiembre como Día del Cooperante. La fecha elegida lo fue por ser la misma en la que Naciones Unidas definió los objetivos del Milenio, esos en los que trazábamos cómo debía ser el mundo por venir, esos que a día de hoy nos recuerdan nuestra incapacidad para hacer un mundo mejor en el que quepamos todos. Ese mundo ilusionante que provoca que muchos hombres y mujeres de nuestro país, de mi región, se equipen con un macuto lleno de valor y viajen a compartir su capacitación profesional, su espíritu, si ilusión, su solidaridad, su ternura, allí donde sabe que serán necesarios.
El Día del Cooperante, como ocurre con tantos días institucionales, marca una fecha en el calendario que intenta difundir y reivindicar. Pero en este caso además quiere reconocer tanto trabajo silencioso y entregado. Un trabajo que ciertas voces no dudan en descalificar al servicio de sus intereses (el viejo sambenito de que quien es pobre lo es porque quiere, o el de yo no doy ni dinero ni tiempo, que a saber dónde se queda),l un trabajo que no suele obtener reconocimiento alguno en el regreso. Un trabajo que cambia conciencias y vidas, y que aporta pequeñas estrellas de luz al universo.
Me reconozco cobarde. Nunca he tenido la fuerza de dar el paso de entregar tiempo de mi vida para que esas comunidades que intentan poner en marcha su dignidad en tantos lugares del mundo puedan dar un pasito más. Tal vez porque uno se fue cualificando en saberes y haceres perfectamente inútiles y siempre ha tenido la sensación de no ser más que una molestia allí donde se necesita personal sanitario, ingenierías, educación ...
Y precisamente por eso doy mucho más valor a las personas que conozco y que no conozco que sí han sido capaces de afirmar sus valores, su conciencia, desde un paso decisivo.
Me gusta ponerle nombres y rostros a la cooperación. Y podría hablar de Ruth, que acaba de regresar de Honduras y nos cuenta su experiencia en su blog Abrir las ventanas, de María Pardo, que pasó de la selección nacional de gimnasia rítmica a Bolivia, donde ya estaba su hermana Cristina trabajando en un proyecto con pandilleros y niños de la calle ... del que salió un equipo de gimnasia rítmica que se hizo campeón de Bolivia. O podría hablar de Pilar del Río, la enfermera que murió en un accidente en Benin mientras coordinaba un grupo de jóvenes enfermeras de Cantabria que aprendían a poner su capacitación profesional al servicio de varios programas de salud. O de ese matrimonio maravilloso de pediatras, Joaquín y Marisol, a los que quiero mucho más de lo que se creen, que iniciaron su viaje a la solidaridad cambiados y regresaron irreconocibles, mientras se iban dejando restos de corazón en Bolivia, la Selva del Chocó en Colombia o los campamentos de refugiados en Mauritania.
Y sobre todo pondría el rostro de esa chiquilla llena de luz a la que un día di clases de Filosofía del Derecho en la Universidad de Cantabria, que era prima de una de mis mejores amigas, y que antes de incorporarse a nuestra vida rutinaria y occidental decidió pasar un año colaborando con Círculo Solidario en Trujillo (Perú). Ese mismo Trujillo donde murió en un accidente (no asesinada, como he visto por la red algunas veces) y donde hoy el Centro Social y de Capacitación Profesional que ayudaba a levantar lleva su nombre: Mónica López Castañeda.
Para ellos, para ella, mi ocho de septiembre.
4 comentarios:
Totalmente de acuerdo en que la figura del cooperante es una figura a enaltecer.
Pero quizás más que una figura, asociada muchas veces al voluntariado, haya que promover la cooperación como profesión. A muchos no nos importaría vivir ayudando a los demás, pero me ha tocado vivir una vida en la que si quiero salir adelante tengo que trabajar para ganar mi sueldo y pagarme un techo, y del voluntariado no se puede vivir.
A mi juicio, hacen falta más programas profesionales de cooperación, así como una formación específica para cooperantes.
Eso por no hablar de programas "misterio" como los de Jóvenes Coperantes, que según reza en la web del INJUVE la selección la hace el Servicio de Empleo, pero vas a interesarte por eso al EMCAN y nadie ha oído hablar de ello... a saber para quién son esas plazas.
Saludos.
Sí, para ellos, para ella... En agradecimiento por sus vidas con sentido.
Comparto tu sensacion... "Tal vez porque uno se fue caualificando en saberes perfectamente inútiles". ¿Y sabes cuando me di cuenta yo?. Alucina: cuando en la segunda edición de Gran Hermano (la última que vi, a partir de ahí repudio total)les mandaron una prueba consistente en que todos debían ser capaces de enseñar a hacer algo a sus compañeros en tres días. "¿Qué podría enseñarles yo?", pensé, horrorizada. Y eso que valían cosas inútiles...
Bien por los 8 de septiembre y por los cooperantes. Bien por Mónica.
Un beso.
Rojoyverde,
hubo en tiempo en el que pensaba como tú, pero después de haber pasado por la cooperación soy de la opinión contraria. Es decir, creo que en la medida en que la sostenibilidad de los proyectos lo permita, lo ideal es que un cooperante no viva de la cooperación. Ser profesional de la cooperación, en mi opinión, carece de sentido. He visto como algunas ONGs se frotaban las manos al conseguir una subvención de la secretaria de cooperación no por pensar que iban a poder sacar adelante tal o cual proyecto, sino por que era dinerito con el que poder continuar... Lo sé, es humano, y no es deshonesto, pero créeme, los planteamientos profesionalizados no siempre hacen más eficaz la cooperación, sino que a veces la desnaturalizan tanto que acaba por devorarse a sí misma.
Y no penséis que es utopía tal y como lo planteo. Un amigo mío fundó hace años una ONG de cooperación internacional en la que nadie de quienes colaborarn vive de ello. Y funciona. Nunca serán Amnistia internacional, de acuerdo (y que quede claro que no sólo no tengo nada contra AI sino que además soy socia desde el día que cobré mi primer sueldo)pero hacen cosas y nunca uno de sus miembros se eferrará a su sueldo más que a su causa, porque no tienen sueldo.
Yo, a la cooperación profesionalizada la llamo política, y me parece, que conste, la más importante de las cooperaciones y de las organizaciones (aunque no sea NO gubernamental).
Espero no haber sonado escéptica, no lo soy. Y admiro a los cooperantes porque hacen montones de renuncias para trabajar en algo en lo que creen.
Me voy a mover en un territorio fronterizo entre vosotros dos. Muchas ONGs pecan de exceso de voluntarismo y eso les hace ineficaces precisamente porque les falta un mínimo aparato técnico digamos profesionalizado. Pero por el otro lado, hay grandes corporaciones solidarias en las que el defecto puede ser el contrario, exceso de burocracia que de alguna manera limita la capacidad de cooperación.
En cierto modo, creo que la cooperación tiene que orbitar entre estos tres polos: Por un lado, una estructura organizativa básica, en la que es necesaria una presencia estable y profesional (administración y gestión de programas, por llamarlo de alguna manera). Un segundo nivel en el que los programas de cooperación deben estar coordinados o dirigidos por una persona comprometida no sólo por su talante solidario sino también por su perfil profesional, gestores capaces que de forma temporal, encabezando un programa concreto, también deberían estar profesionalizados. El resto del entramado humano debe ser voluntario, y desde ahí gestionarse estancias y colaboraciones en el lado de acá y de allá más puntuales o más pasionales.
Por supuesto, cuando hablo de "profesionales" no me refiero a sueldos de directivo ni cosa parecida. De hecho, durante mucho tiempo (algo que va cambiando con las normas estatales y autonómicas sobre cooperación y cooperantes) los cooperantes han padecido desde pérdida de tiempo de afiliación a la Seguridad Social hasta problemas de regreso en el ámbito laboral. Y no estaría de más que estos lastres quedaran superados.
Publicar un comentario