martes, agosto 09, 2011

ELVERANO FELIZ DE SETTIE


-Está vieja, se cansa, ya no sirve.

Es verdad que había cumplido ya los ocho años, y que a veces me dolían un poco las articulaciones. Es verdad que me costaba ya seguir el ritmo de los setters más jóvenes husmeando en busca de sordas y codornices. Pero eso era normal después de tantos años sirviendo al Amo, encerrada muchos meses en una jaula con otros dos perros de la que salíamos sólo de tarde en tarde para entrenar y durante la temporada de caza para cumplir con nuestra función de herramientas vivas. Era normal después de no haber visto nunca a un veterinario, y comer un pienso barato acompañado de restos de comida y chuscos de pan duro. Después de haber parido tres camadas de preciosos cachorros que el Amo había vendido.

Pero nunca imaginé verme a pleno sol de pronto, abandonada en una carretera perdida, vagando desorientada en espera de que el Amo regresara con su coche y me acercara al coto en el que sin duda tocaría cazar puesto que me habían sacado de mi encierro. Tan desorientada que no vi venir al auto que me dio un golpe en las ancas traseras y que por fortuna me dejó sólo un poco atontada y con una herida abierta que tendría que cicatrizar a lametones.

Fue otro coche el que me recogió y me llevó hasta un lugar terrible que llamaban perrera. Sucio, saturado de perros tristes que esperaban como yo a sus dueños. Un lugar donde garrapatas y pulgas campaban por sus respetos y donde nadie se molestó en mirar siquiera la herida que ya se me estaba infectando. En la perrera casi cada día llegaban nuevos inquilinos, muchos de ellos setters como yo, o primos de otras razas de caza. “En verano siempre es así” escuché que decían “y son una lata, porque nadie quiere uno en su casa”. Cada día también desaparecían uno o dos inquilinos, nunca regresaban, pero una nariz entrenada como la mía no dejaba de descubrir en el aire cierta pestilencia a carne de perro quemada. De vez en cuando entraban personas que nos miraban detenidamente, y que a veces se llevaban a uno de los enjaulados. También iban unas chicas de vez en cuando para tomar fotos de cada jaula. “Anda, que peludita más guapa” dijo una de las simpáticas de las fotos delante de mí “¿quieres que llame a Sonia?”.

No sabía yo quién sería esa Sonia. Pero al día siguiente apareció un chico rubio que me dijo que se llamaba Berto. Me puso un collar nuevo de color naranja y trató de tranquilizarme a pesar de que estaba asustada y triste como nunca, y que quería morirme porque sólo así podría escapar de aquel lugar maldito. Me dio confianza y vacilando al andar me acerqué y le lamí la mano. Miró enfadado mi herida, me palpó descubriendo algunas garrapatas. Y con una voz algo enfadada dijo algo así como “Ya os vale, que una cosa es que vayáis a sacrificarlos y otra que los tengáis así, sufriendo”. Y me llevó hasta una furgoneta con una manta.

Pensé que sería un cazador que me iba a llevar otra vez a levantar sordas, pero no parecía tan áspero como los hombres de las cacerías. Pero no, me trajo a un lugar llamado “Setterland” donde una chica morena de pelo largo me esperaba. Después de acariciarme dijo “Sigue el camino de baldosas amarillas”. Y me invitó a seguirla.

Qué maravilla, Setterland. Estaba lleno de setters lindos, de todo tipo, cachorrones, abueletes, irlandeses, gordons e ingleses. Y también otros bichos y otros perros. Todos contaban historias como la mía. Estaban los que habían vivido con una familia hasta que alguien dijo que el nene tenía alergia. Los que habían cazado hasta no poder más. Los que nacieron en camadas no deseadas. Los que habían recibido alguna herida o habían tenido un accidente y no valían para sus amos lo que habría costado el veterinario. Pero todos estaban felices, se daban apoyo unos a otros, se acercaban para darme confianza. Y seguían a Sonia y a Berto como si fueran los reyes del país de las hadas.

Claro que sí, eso es. Setterland es el país de las hadas. Allí me lavaron, me limpiaron de garrapatas y de pulgas, me curaron la herida con cariño, me miraron por todas partes para comprobar que todo iba bien. Me enseñaron a sentarme, me dieron una comida riquísima. Y cada día una chispita de alegría se me iba fijando a los ojos y tenía más ganas de correr y de jugar. Como una cachorrona descubrí lo maravilloso que podía ser correr por la playa, tumbarse al sol, jugar con los amigos, dejarse mordisquear las orejas por pequeños diablillos. Y eso sin que te pidieran a cambio nada, sin que te obligaran a cazar para ellos. Porque pocas cosas odian más en el país de las hadas que a los cazadores.

Un día me llevó Berto a la playa. Allí esperaba una pareja con un cachorro humano y una perrita preciosa, de aguas, que me cayó bien a la primera. Paseamos un rato y a mí me llevó de la correa el humanito pequeño, que me acariciaba muy suave y decía que como era una chica muy guapa y muy tranquila me iba a querer mucho y a llamarme Settie.

Una semana más tarde, Sonia me enseñó en el ordenador una foto mía grande grande en la que ponía en letras amarillas como las baldosas SETTIE ¡ADOPTADA! Porque, me dijo, ese era mi gran día.

Me puse nerviosa otra vez, pero con buenos presentimientos. Porque sabía que si las hadas me llevaban a otro lugar, sería allí al menos tan feliz como lo estaba siendo en Setterland. Así que antes de irme recorrí por última vez el jardín, di besitos con el hocico a todos los compañeros y recorrí por última vez el camino de baldosas amarillas. Y pedí al dios de los perros que cuando por fin tuviera que marcharme, hubiera un cielo que se llamara Setterland para correr por todas las playas del firmamento hasta el final de la historia, y que allí estuvieran todos los setters del mundo, los afortunados como yo por fin lo había sido y sobre todo los otros, los pobrecitos que vivieron siempre sin dignidad ni cariño. Porque no sería justo que ellos sólo conocieran la crueldad y la desvergüenza sádica de los cazadores.

Sí. Empezó fatal pero sin duda aquel fue el comienzo de un feliz feliz verano.

Así que … Be Setter, My Friend!


*Settie no existe. Pero Sonia y Berto son reales. También es real Setterland. Y necesita tu ayuda. Puedes adoptar, o apadrinar, o colaborar para que puedan seguir salvando setters. Tienes toda la información que necesitas en www.sossetter.org

**Dedicado a Ulán, Rhin (que es el que vive al límite en la foto), Falcon, Enzo, Mara, Aker, Alexander, Lullaby, Leo Messi, Pandora, Fama, Mai, Neo, Pelayo, Patrick, Edelweiss y sus cachorritos, Dallas, Kiara, Valentina, Cloe, Adi, Brisa, Lord Byron, Pepin, Leia, Yuri, Merlín, Easy Rider, Rolling Stone, Thor, Zas, Pol, Yap, Greta, Boira, Tabatha, Asia, Laika, Diamante, Hidra, William Wallace, Diamante, Ginger, Lilie, Lea, Lisa, Kira, Ariel, Fama … (y todos los que se fueron, los que pueda haber olvidado, los que quedan por venir). Y cómo no, para la loca de Gin, que lleva toda la tarde chupándome la cabeza mientras escribo.

2 comentarios:

Mar Cano Montil dijo...

Hola, Rukaegos:

Me he emocionado con tu relato :) Gracias por escribir sobre estas cosas que, a veces, parecen tan olvidadas. Los animales son ángeles en la Tierra y son una verdadera bendición...

Un saludo.

Rukaegos dijo...

Muchas gracias, Mar. En realidad el relato lo fueron construyendo los perrillos a los que dedico la historia, hecha con fragmentos de sus vidas. Y por supuesto, Sonia y Berto.

Saludos

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