Como todas las fiestas del calendario, sin excepción alguna, el Día de las Instituciones de Cantabria procede de la invención. Porque invención es también el proceso de selección en el que una efeméride sobre otra, ya sea civil o religiosa, y con esa selección determinar qué parte de la historia y sobre todo de la tradición resulta más relevante para la vida de una comunidad.
Hubo en su día polémica, cuando el Ayuntamiento de Cabezón de la Sal intentó que su Día de Cantabria fuera proclamado fiesta general para la comunidad, alegando que había sido el primer municipio en solicitar la autonomía (divertida la anécdota tramposa del mítico Ambrosio Calzada para robar tal privilegio a Torrelavega) y la temprana decisión de sustituir el antiguo Día de La Montaña por el Día de Cantabria. Frente a esta postura, el Ayuntamiento de Reocín, que andaba en la tarea de recuperar la memoria institucional de la región de la mano del historiador del Derecho Rogelio Pérez Bustamante y proponía como fiesta de unión, civil y con un mayor calado histórico la constitución de la Provincia de Cantabria en el S.XVIII, con la reunión en la Casa de Juntas de los representantes concejiles de los Nueve Valles que, tras ganar un importante pleito ante la Chancillería para defender su independencia frente a las pretensiones nobiliarias de gobernarlos, iniciaba una nueva senda de autogobierno bajo la única autoridad del rey.
No sólo la historia jugó en favor de Puente San Miguel. Fue el propio PP, que hoy ha eliminado tal celebración del calendario festivo de 2012, el que apostó por el municipio de Reocín frente al Cabezón de la Sal gobernado por un político que les resultaba especialmente antipático.
¿Hay razones para sustituir una fiesta cívica que celebra la constitución de una institución democrática por una fiesta religiosa, la del apóstol Santiago, patrón de una España que hace ya muchos años que lo retiró del calendario festivo oficial? Ninguna de peso. Y esta vez ni siquiera política. Tan sólo, otorgar el capricho por el que lleva años perorando a una de las estrellas ascendentes del Tsunami Azul, el Alcalde de Santander Íñigo de la Serna. En efecto, Santander lleva años pretendiendo que Cantabria le regale una fiesta oficial para así poder liberar uno de sus dos compromisos y dar homenaje a un tercer santo. Y así, tras la decisión del Gobierno de Cantabria de ofrendar la cabeza de Santiago en la serna de las estrellas, don Íñigo por fín podrá cumplir su sueño de pasear con igual dignidad a la Virgen del Mar que a las cabezas destroncadas de San Emeterio y San Celedonio.
Preguntaba un amigo en twitter qué efectos prácticos tenía la decisión. Ninguno en realidad. Salvo ese carácter simbólico que toda fiesta tiene y en el que hoy podemos leer la decisión del nuevo Gobierno de Cantabria de priorizar lo religioso sobre lo ciudadano. Y sobre todo, de rendirse a los pies de Santander, pida lo que pida, haga lo que haga. Total, quedarán 101 municipios para seguir la estela y pagar los gastos.
2 comentarios:
Santiago es un símbolo medieval a olvidar. El “Santiago Matamoros” ya no tiene hueco en nuestra sociedad.
Recuperarlo fuera de un ámbito municipal nos retrotrae a otra época: La unidad de España con bayoneta y Guerra Civil por medio.
El Día de las Instituciones era una celebración tan falsa como otras pero estaba por encima de los cantos de sirena eclesiales.
Una sociedad donde, cada vez más, el peso de la Iglesia Católica hunde la modernidad y el progreso.
Nuevos tiempos, viejas fiestas.
Santiago tiene su espacio tradicional en algunos pueblos que lo tienen como patrón. Pero para quienes hablan de invención de la tradición histórica, la leyenda de Santiago no me parece que sea un asiento muy fiable.
Creo que la definitiva, la que tú apuntas, es la renuncia a una fecha cívica y democrática, incluyente, por otra que a día de hoy representa sobre todo a una pataleta del alcalde de Santander girando sobre su propio ego.
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