Como era previsible, las declaraciones de la reina en el libro-entrevista de Pilar Urbano con motivo de su septuagésimo cumpleaños han levantado una fuerte polvareda. Y es que las consideraciones de doña Sofía sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo, la violencia de género, el aborto, la eutanasia o la religión en las escuelas son como mínimo desafortunadas, inoportunas y superficiales.
Primer asalto. Entre las valoraciones públicas, hay quienes acuden a la libertad de expresión para justificar el desliz real. Pero olvidan que la Monarquía es una institución consagrada en la Constitución Española de 1978, que tiene el carácter de órgano del estado y que, en consecuencia, quienes forman parte de la Casa Real están al margen del juego partidario y los debates sociales porque están obligados por ley a ser neutrales. El precio de mantener sus evidentes y jugosos privilegios es, precisamente, su renuncia a ejercer ciertos derechos y libertades. Entre ellos, la libertad de expresión. La ciudadana Sofía podría opinar cuanto quisiera donde pudiera, pero no así la reina Sofía. Y no es posible desdoblarse.
En este sentido, no sólo es inoportuno que la reina haya realizado declaraciones sobre cuestiones polémicas y sensibles, algunas de mucha actualidad, sino que lo ha hecho en un sentido no neutral, adoptando punto por punto las posiciones de uno de los partidos que intervienen en el juego democrático, y si se me permite de su ala más radical y conservadora. No en vano, entre las pocas voces que han mostrado su satisfacción o su acuerdo con la reina se encuentra una de las más impresentables del paisaje parlamentario: Martínez Pujalte.
Segundo asalto. Abierta la polémica, la Casa Real ha desmentido que lo publicado se corresponda con lo pactado y hablado con Pilar Urbano. Y lamenta el enfado de quienes se han (nos hemos) sentido atacados o cuestionados por la esposa del Jefe del Estado.
Si es cierto que Pilar Urbano ha puesto en boca de la reina afirmaciones que proceden de una parte privada y no publicable de la conversación, realmente habría que poner en tela de juicio el rigor, la capacidad y la ética profesional de la periodista. Todavía más si, como también ha apuntado la Casa Real, ni siquiera se corresponden con la realidad. Pero la periodista se ha defendido y ha afirmado que desde Zarzuela se había dado el "nihil obstat" a las pruebas del libro. Con lo que tendremos que pensar, si creemos a la periodista, que o bien es la misma reina o bien (más probablemente) alguien de su entorno más cercano responsable del patinazo coronario.
Si fuera cierto que las polémicas afirmaciones proceden de una conversación privada e íntima delante de una tacita de té y en una atmósfera confesional, no dejan de ser incómodas las declaraciones, y desafortunadas, pero además habría que hablar de una actuación irresponsable o torpe por un lado y deshonesta por el otro.
Tercer asalto. Siempre se ha hablado del buen gusto y conocimiento musicales de la reina. A la vista de lo que personalmente escogió para la boda de doña Elena, se me cayó el mito y me quedé con un regusto burgués, superficial y muy obvio (para elegir entre los miles de partituras que proporciona la historia de la música el Ave Verum de Mozart no hace falta conocer mucho: hasta ha anunciado desodorantes). En el que por cierto se olvidó de la música española. Y siendo la boda de una infanta de España, tal vez no hubiera estado de más atender a nuestro patrimonio musical y ayudar a difundirlo por el mundo.
De la misma manera, se ha hablado siempre de la prudencia, cultura e inteligencia de la reina. No voy a cuestionar estas virtudes. Pero a la vista de los párrafos publicados, no merecería otros calificativos su aproximación a la realidad que los de tópica y superficial.
Cuarto y último. Que a la reina le guste o no con quién me caso me trae al fresco. Hay una ley, aprobada por el Parlamento Español el año 2005 que reforma el Código Civil y establece de forma clara que el matrimonio civil en nuestro país podrá ser ejercido de manera igual por hombres y mujeres con independencia de su orientación sexual y de cualesquiera otra característica no relevante a efectos jurídicos.
Sobre ese cuestionamiento de que los gays nos sintamos orgullosos de serlo y que salgamos en junio a reivindicar y festejar (acompañados por cierto de muchas personas heterosexuales de esas que dice la reina que colapsarían el tráfico si salieran a manifestarse ... aunque nadie sepa qué derechos y qué respeto tienen que defender los heterosexuales como tales) remito a la reina a mi escrito de junio de 2007: Un mes lleno de orgullo. Se lo resumo para facilitar el trámite. Orgullo como antónimo de Vergüenza. Luz y calle frente a la soledad oscura de la autonegación. La cabeza alta por saber que no somos menos que nadie ni más que nadie, que somos iguales al resto de las personas y que nuestro amor es tan digno como el más hermoso que se pueda imaginar. Orgullo, sí, porque somos capaces de continuar nuestra vida sin miedo, sin vergüenza, sin sombras, tal y como queremos, tal y como elegimos, sin rendirnos ni bajar la mirada ya ante nadie. A pesar de que de vez en cuando tengamos que soportar discursos infamantes en periodistas, políticos y vecinos. A pesar de lo que pueda pensar o decir la reina.
Y es que para reinas, reinas, reinonas, la de la foto y las del desierto: