Fue hace ya algunos años, en mis tiempos vinculado a la Democracia Cristiana, coincidentes con los que pasé como catequista y voluntario en tantas causas relacionadas con la Iglesia Católica, cuando me leí un par de ensayos del Cardenal Newman. Me atraía su condición de converso, la idea de un prestigioso dirigente de la Iglesia Anglicana que tras un largo proceso de reflexión se decidía a abrazar la fe católica; me atraía también su relación con el movimiento modernista y ese carácter integrador, dialogante y abierto que le hace figurar entre los más claros antecedentes de esa ocasión fallida que tuvo la Iglesia Católica para recuperar el liderazgo moral que cada día un poco más se le escapa de entre los ensortijados dedos.
Fue más tarde cuando me encontré en un estudio sobre Newman con las especulaciones sobre su posible homosexualidad, unas informaciones que en estos días han vuelto a salir a la luz pública con motivo de la visita del Papa a Gran Bretaña, uno de cuyos hitos ha sido, precisamente, la orden dictada por Benedicto XVI de remover y trasladar sus restos mortales para agilizar el proceso de beatificación de John Henry Newman. Por lo que se ve, el Cardenal Newman derrochaba pluma, y todos los retratos lo señalan como amanerado o adamado; compartió 30 años de su vida con un sacerdote quince años más joven, Ambrose St. John, a quien, según confesó en el elogio fúnebre, "había amado con un amor tan fuerte como el que un hombre siente por una mujer". Un amor fuerte, sin duda, que llevó al sacerdote y al cardenal a desear pasar la eternidad en compañía, dentro de la misma tumba.
Llama la atención que en estos tiempos en los que la Iglesia Católica arremete contra gays y lesbianas con más ferocidad e inhumanidad tal vez que nunca, en este momento en que jugando a la autojustificación tratan de extender a la homosexualidad la profunda mancha de pedofilia que les mancha precisamente a ellos (con niños ... y con niñas, que no se nos olvide), en este momento y este papado en el que se prohíbe la ordenación de homosexuales como sacerdotes o su simple acceso a los seminarios, Benedicto XVI proclame como uno de sus modelos intelectuales a un cardenal de altos merecimientos intelectuales y pastorales, sin duda, pero con tan fuerte sospecha sobre su vida.
Claro que a la manera del buitre que revolotea sobre la carroña o de la hiena que se acerca al cadáver para morderlo y acercarlo a su cubil, el pequeño problema de la tumba compartida se soluciona con facilidad: quebrantando los votos del cardenal y de su compañero, violando sus deseos de yacer juntos y trasladando los restos de John Henry Newman lejos de esas amistades particulares que tanto disgustan al clero. Para que así los fieles puedan venerar al candidato en un lugar adecuado y sin imágenes oscuras que perturben su devoción.
Algo como lo que vivimos en Cantabria, durante el traslado de un importante científico ateo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Augusto González de Linares, al panteón de ilustres del cementerio santanderino de Ciriego. Cuando un sacerdote (que no nombraré porque al margen del incidente le tengo cariño y respeto) decidió interrumpir con total falta de respeto la ceremonia de traslado para rezar un responso por el alma de González de Linares porque "seguro que si el bueno de Augusto hubiera vivido hoy sería un buen cristiano". Señores de la muerte que perdido el poder sobre la vida se atreven a bromear con quienes no pueden defenderse, sean cardenales, sean biólogos.
El caso es que les guste o no, las pruebas parecen indicar con claridad que el Cardenal Newman era homosexual. Como lo fueron San Sergio y San Baco, por ejemplo, como lo fue San Sebastián. Como fueron lesbianas Santa Perpetua y Santa Felicidad. Y eso es algo que su miseria moral, su enfermiza homofobia, no va a poder cambiar.
1 comentario:
Está bien eso de hacer santo a un alto cargo de la Iglesia con pluma. Para que después digais que hay discriminación.
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