sábado, septiembre 18, 2010

ENCUENTRO CON RAÚL ZURITA: LA MEMORIA DE LA PALABRA HERIDA


Comparto con vosotros las palabras de Raúl Zurita en el encuentro que mantuve con él en la UIMP a principios de semana, tal como luego salieron reflejadas en El Diario Montañés. Fue todo un privilegio y un placer poder compartir la tarde santanderina con uno de los más grandes poetas de Latinoamérica.

Con motivo de la celebración del IX Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos, se encuentra en Santander una de las voces más notables y personales de la poesía latinoamericana, el poeta chileno Raúl Zurita. Un poeta nacido en Santiago de Chile en 1950 que ha atravesado con su palabra entrañable, arriesgada, iluminada, violenta o nostálgica un tiempo clave de la historia de su país, pasando por la prisión y la tortura, por la necesidad de un compromiso artístico capaz de contribuir a la transformación del horror, por el encuentro enriquecedor con la naturaleza, con las comunidades indígenas o con la propia memoria personal.

«A medida que va pasando el tiempo me doy cuenta de que cada día me resulto más misterioso» afirma Zurita al reflexionar sobre las raíces de su lengua poética. «Antes me resultaba más fácil responder sobre mi identidad, pero supongo que la juventud consiste precisamente en tenerlo todo claro. Hay una influencia del sonido del italiano, de su dialecto genovés, en el que hablaba mi madre y sobre todo mi abuela mientras nos contaba cuando éramos niños historias del Infierno de Dante, y que para ella era la lengua de su propia nostalgia. Después conoces a los clásicos y su sentido de palabra originaria, te apropias de tu idioma y de tu territorio.

Son tantas las líneas que se cruzan en el camino que uno necesariamente se desconoce, no es capaz de saber quién es esa persona que de pronto habla en un lenguaje extraño, en el lenguaje de la poesía en esa formalización tan diferente del lenguaje que utilizas en el ómnibus o en los ritos cotidianos». Pero no es sólo la tradición cultural de la que se ha bebido la que condiciona la escritura del poeta, y es que según afirma Raúl Zurita «no podría escribir sin brotar de otra fuente que mi propia experiencia. Siento que siempre hablo de hechos concretos que le ocurrieron a alguien que se parece terriblemente a mí, a un personaje que tiene mi voz, mi torpeza, mi insomnio, mis obsesiones.

Si una persona es capaz de llegar al fondo de uno mismo sin autocompasión, entonces ha llegado al fondo misterioso de todos los seres humanos. Porque en ese fondo todos somos iguales, iguales ante el dolor, ante la belleza, ante el amor, iguales en la perplejidad frente a la muerte». Tratar de comprender qué ocurrió, sobre todo por qué ocurrió, en una eterna pregunta acerca de los procesos históricos que condicionaron su tiempo, como el golpe de Pinochet del 11 de septiembre de 1973.

Fue la dictadura la que condicionó la aparición del CADA, Colectivo de Acciones de Arte, y sus provocadoras intervenciones en espacios públicos en las que se llegaba a extremos peligrosos para el propio creador (Zurita llegó a arrojarse amoníaco en los ojos o quemarse la mejilla con un hierro candente). «En realidad nunca me planteé ese lenguaje radical en términos de arte. Sólo fue más tarde, cuando tratamos de dar forma a lo que estábamos haciendo que decidimos utilizar el nombre de Acciones de arte. Sentía que había que hacer una poesía tan fuerte, tan extrema, tan contundente como el propio dolor brutal que se nos estaba causando. Nos posicionábamos no frente al arte sino frente a la vida concreta. Eran acciones en las que asumíamos riesgos, a veces un riesgo que hubiera podido llegar más lejos de lo que podíamos soportar. Éramos jóvenes llenos de miedo y de belleza, que intentábamos encontrar nuestro sentido en un mundo en el que cada día desaparecía la gente.

Sentíamos que era necesario regresar, replegarnos sobre nosotros mismos para buscar un lenguaje nuevo, porque ya no nos valía la magnificencia de Pablo Neruda, ni el brillante humor, la ironía certera, de Nicanor Parra, ni los encabalgamientos y los brillantes juegos de Gonzalo Rojas. Un lenguaje nuevo para un sujeto que había sido pulverizado, un lenguaje con el que volver a comenzar desde el origen».

Interesante es en la aproximación a la personalidad y la obra de Raúl Zurita su experiencia junto al pueblo mapuche, un contacto que según nos comenta ha sido «permanente, necesario para poder ver sus rostros y lo profundamente mestizos que en realidad somos. Estuve presente en la reivindicación de su lengua y de su cultura, y ayudé personalmente a la publicación de los primeros libros bilingües mapuche-castellano cuando vivía en Temuco. Hay que ser conscientes de que el pueblo mapuche ha sido un pueblo siempre sojuzgado, un pueblo que recibió de la República de Chile. El poeta Leonel Lienlaf me dijo durante los años de la dictadura 'ustedes se quejan ahora con la dictadura de que se violan los derechos humanos, de que hay desaparecidos, de que se tortura. Pues bien, esa es la historia centenaria y constante del pueblo mapuche bajo la República de Chile'». De alguna manera, lo mapuche estaba ya en la propia alma poética de Zurita, que con sus poemas sobre el desierto de Atacama ya había plantenado una suerte de unión espiritual entre el hombre, la palabra y la naturaleza. «Los mapuches son un pueblo originario, y como todos los pueblos originarios es rica y sorprendente su vinculación con la naturaleza. El idioma mapuche da forma a esa relación íntima y benefactora con la tierra, el espacio, el cielo, las estrellas, el agua, mientras que el castellano tiende a una expresión mucho más seca y homogeneizadora en su apreciación de la naturaleza. Yo tenía de alguna manera ya esa percepción en mi propia mirada».

Piensa, a la espera de la publicación de un extenso libro de poemas titulado precisamente 'Zurita', que de nuevo en este tiempo de confusión y desasosiego la poesía en Latinoamérica goza de un momento de gran altura. «En Chile los nuevos poetas, la generación de los menores de 30 años, forman un grupo absolutamente notable. Dan cuenta de la experiencia del horror y de lo sublime de una forma que me resulta muy interesante, porque hablan de un mundo que sólo está emergiendo. Hablan de un mundo globalizado, del mundo de internet, de ese mundo en el que no existe el miedo a la página en blanco, pero hablan desde una tristeza profunda y desolada. Nuestros jóvenes heredan un mundo que es en absoluto feliz, pero lo enfrentan con un renacido entusiasmo. No es que el poeta tenga que ser el portavoz de la tristeza, pensemos en Frank O'Hara y su poema 'El día que Lana Turner colapsó', pero es que el mundo es despiadado. Y seguirá siendo despiadado mientras continúe el hambre, o mientras presenciemos cómo un muchacho tiene que salir de su casa con las manos en la nuca y los ojos aterrorizados, amenazado por un fusil, para enfrentarse tal vez a la muerte, como está ocurriendo ahora mismo en Iraq, en tantos lugares. Así que la poesía sólo podrá ser ese arte desdichado que trata de mirar hacia el futuro».

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