Comparto con vosotros desde el blog el artículo que hoy me publica El Diario Montañés, en el que pongo de manifiesto mi gratitud a la UIMP por esa programación cultural fresca y diversa que cada verano nos regala.
Entre aquellos vértigos ochentenos que también llegaron hasta la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en la voz de creadores y críticos, y hasta en un curso sobre las particularidades de la Movida Gallega en el que participó nada menos que el talento excéntrico y furioso de Antón Reixa, el grupo malagueño Danza Invisible nos canturreaba aquellas líneas de «el fin del verano siempre es triste».
Muchas son las razones, muchas las emociones, que le dan razón a Javier Ojea y su grupo. El prodigio del tiempo libre, del sol derramando luz y vida, de la capacidad para tejer nuevas experiencias y nuevas relaciones serían motivos suficientes para añorar el estío en el que inevitablemente cuajan. Motivos suficientes a los que en Santander se añade el cierre de la UIMP, de esa particular institución universitaria que ahora en septiembre relaja su actividad, pasa a la dormición aparente del trabajo continuado e ilusionado para que la fiesta de la apertura dé entrada en el próximo junio a una nueva edición de cursos, miradas, actividades culturales, encuentros, debates, talleres que casi colapsen con su feliz velocidad el verano santanderino. Un colapso de ciencia y de cultura que necesariamente exige ahora meses de reflexión, programación, organización y perspectiva con los que afianzar la identidad de esta decana de las universidades de verano españolas.
Cuando estudiaba Derecho, hace ya tantos años, creo que percibía a la UIMP como una institución un tanto extraña, que discurría en paralelo a la vida de la ciudad sin cruzarse nunca con ella, y creo que esta sensación era generalizada, ya que por aquel entonces era raro encontrarse con amigos o conocidos que tuvieran su atención pendiente del calendario de actividades académicas y extra-académicas. Y, de hecho, la propia programación universitaria tenía algo de episodio autorreferente, pensado más como un complemento ad intra que como una extensión hacia la ciudad que le servía y sirve como sede preferente. He modificado esa impresión en los últimos años de forma sustancial. La Universidad Internacional se ha abierto, sus actividades se han abierto, y sus programas culturales son ahora una propuesta a la que se convoca a toda la ciudadanía, esté o no matriculada en los cursos académicos. Y se van actualizando y consolidando, desde el éxito ya de muchos años de los Martes literarios, a los ciclos de música independiente, de teatro infrecuente (escena bizarra), la apuesta por el teatro leído, las veladas poéticas, y tantas y tantas oportunidades que adquieren una entidad propia y un espacio particular y característico dentro del año cultural santanderino. Puede que la posibilidad y privilegio que he tenido estos años de colaborar con los Martes literarios condicione mi apreciación, pero no es menos cierto que de una propuesta a otra he contemplado los rostros activos y poseídos por la magia del momento de muchos hombres y mujeres de Santander, muchos hombres y mujeres que forman la mayoría absoluta del público y que, creo, también suscribirían estas líneas.
Y es que en la UIMP se apuesta muchas veces por el riesgo, y su acción cultural se apropia de espacios que a lo largo del año no quedan cubiertos, a veces ni siquiera intuidos, por otros agentes culturales. Y cada verano pasamos de encuentros a conciertos, de lecturas literarias a propuestas escénicas que nos resultan frescas, conmovedoras, y que se aferran a nuestra emoción recordándonos que una de las principales misiones de la creación artística es abrirnos los ojos, sacarnos de la caverna platónica y desvelarnos el fuego de la realidad, de las realidades y de las sorpresas que nos esperan fuera de nuestro ensimismamiento.
Se acaba el verano, pues, y con el verano nuestras agendas volverán a presentar espacios en blanco. Unos espacios que aprovecharemos para masticar desde la memoria todo lo encontrado, todo lo aprendido, que aprovecharemos también para imaginar y soñar cuánta felicidad podrá acercarnos un nuevo verano que vuelva a sobrecargar de actividad la Península de La Magdalena, y formalizando una fuerte apuesta por la consolidación de ese nuevo romance entre la UIMP y Santander que antes mencionaba, y que carga las tintas en la extensión universitaria porque también la Menéndez Pelayo quiere formar parte de ese sueño de un Santander de la Cultura abriéndose a Europa.
No es de extrañar que en las brumosas tierras británicas, el Rey Arturo y su consejero Merlín concibieran un horizonte utópico hacia el que dirigir su tarea de gobierno y el sentido de sus guerras: la conquista del Reino del Verano. El verano, donde gentes de todo el mundo se nos acercan para aprender nuestro idioma y gozar de nuestra cultura; el verano, donde los mejores especialistas en ciencias y en humanidades se congregarán para compartir con nosotros su sabiduría y sus experiencias, los avances y desafíos de sus disciplinas; el verano, donde de nuevo la actualidad servirá como foro caliente y ágil donde la escena política nacional e internacional se agite en el marco del diálogo y del respeto entre las bravas aguas cantábricas; el verano, donde la música y las letras, donde la plástica y el teatro, donde la fotografía y el cine nos sirvan como disculpas para nuevos encuentros, nuevos rostros y nuevos amigos con sonrisas de siempre. Un Reino del Verano que para Santander brotó del sueño de un poeta, de Pedro Salinas, sobre la ensoñación de una reina británica que desde nuestra península se sentía más cercana a su casa; un Reino que eligió por hogar un palacio levantado por la voluntad de un pueblo: el Palacio de la Magdalena.
Gracias, cómo no, gracias a la UIMP, a su rector Salvador Ordóñez y a todos los que la hacen posible, por ese regalo de luz que nos brindan verano tras verano.
Muchas son las razones, muchas las emociones, que le dan razón a Javier Ojea y su grupo. El prodigio del tiempo libre, del sol derramando luz y vida, de la capacidad para tejer nuevas experiencias y nuevas relaciones serían motivos suficientes para añorar el estío en el que inevitablemente cuajan. Motivos suficientes a los que en Santander se añade el cierre de la UIMP, de esa particular institución universitaria que ahora en septiembre relaja su actividad, pasa a la dormición aparente del trabajo continuado e ilusionado para que la fiesta de la apertura dé entrada en el próximo junio a una nueva edición de cursos, miradas, actividades culturales, encuentros, debates, talleres que casi colapsen con su feliz velocidad el verano santanderino. Un colapso de ciencia y de cultura que necesariamente exige ahora meses de reflexión, programación, organización y perspectiva con los que afianzar la identidad de esta decana de las universidades de verano españolas.
Cuando estudiaba Derecho, hace ya tantos años, creo que percibía a la UIMP como una institución un tanto extraña, que discurría en paralelo a la vida de la ciudad sin cruzarse nunca con ella, y creo que esta sensación era generalizada, ya que por aquel entonces era raro encontrarse con amigos o conocidos que tuvieran su atención pendiente del calendario de actividades académicas y extra-académicas. Y, de hecho, la propia programación universitaria tenía algo de episodio autorreferente, pensado más como un complemento ad intra que como una extensión hacia la ciudad que le servía y sirve como sede preferente. He modificado esa impresión en los últimos años de forma sustancial. La Universidad Internacional se ha abierto, sus actividades se han abierto, y sus programas culturales son ahora una propuesta a la que se convoca a toda la ciudadanía, esté o no matriculada en los cursos académicos. Y se van actualizando y consolidando, desde el éxito ya de muchos años de los Martes literarios, a los ciclos de música independiente, de teatro infrecuente (escena bizarra), la apuesta por el teatro leído, las veladas poéticas, y tantas y tantas oportunidades que adquieren una entidad propia y un espacio particular y característico dentro del año cultural santanderino. Puede que la posibilidad y privilegio que he tenido estos años de colaborar con los Martes literarios condicione mi apreciación, pero no es menos cierto que de una propuesta a otra he contemplado los rostros activos y poseídos por la magia del momento de muchos hombres y mujeres de Santander, muchos hombres y mujeres que forman la mayoría absoluta del público y que, creo, también suscribirían estas líneas.
Y es que en la UIMP se apuesta muchas veces por el riesgo, y su acción cultural se apropia de espacios que a lo largo del año no quedan cubiertos, a veces ni siquiera intuidos, por otros agentes culturales. Y cada verano pasamos de encuentros a conciertos, de lecturas literarias a propuestas escénicas que nos resultan frescas, conmovedoras, y que se aferran a nuestra emoción recordándonos que una de las principales misiones de la creación artística es abrirnos los ojos, sacarnos de la caverna platónica y desvelarnos el fuego de la realidad, de las realidades y de las sorpresas que nos esperan fuera de nuestro ensimismamiento.
Se acaba el verano, pues, y con el verano nuestras agendas volverán a presentar espacios en blanco. Unos espacios que aprovecharemos para masticar desde la memoria todo lo encontrado, todo lo aprendido, que aprovecharemos también para imaginar y soñar cuánta felicidad podrá acercarnos un nuevo verano que vuelva a sobrecargar de actividad la Península de La Magdalena, y formalizando una fuerte apuesta por la consolidación de ese nuevo romance entre la UIMP y Santander que antes mencionaba, y que carga las tintas en la extensión universitaria porque también la Menéndez Pelayo quiere formar parte de ese sueño de un Santander de la Cultura abriéndose a Europa.
No es de extrañar que en las brumosas tierras británicas, el Rey Arturo y su consejero Merlín concibieran un horizonte utópico hacia el que dirigir su tarea de gobierno y el sentido de sus guerras: la conquista del Reino del Verano. El verano, donde gentes de todo el mundo se nos acercan para aprender nuestro idioma y gozar de nuestra cultura; el verano, donde los mejores especialistas en ciencias y en humanidades se congregarán para compartir con nosotros su sabiduría y sus experiencias, los avances y desafíos de sus disciplinas; el verano, donde de nuevo la actualidad servirá como foro caliente y ágil donde la escena política nacional e internacional se agite en el marco del diálogo y del respeto entre las bravas aguas cantábricas; el verano, donde la música y las letras, donde la plástica y el teatro, donde la fotografía y el cine nos sirvan como disculpas para nuevos encuentros, nuevos rostros y nuevos amigos con sonrisas de siempre. Un Reino del Verano que para Santander brotó del sueño de un poeta, de Pedro Salinas, sobre la ensoñación de una reina británica que desde nuestra península se sentía más cercana a su casa; un Reino que eligió por hogar un palacio levantado por la voluntad de un pueblo: el Palacio de la Magdalena.
Gracias, cómo no, gracias a la UIMP, a su rector Salvador Ordóñez y a todos los que la hacen posible, por ese regalo de luz que nos brindan verano tras verano.
2 comentarios:
Regino, aprovecho para dejarte enlace al grupo de a Martes Literarios 2010, desde donde se pueden volver a ver esas sesiones inolvidables de este verano http://redsocial.uimp20.es/group/martesliterarios2010
Te había leido en El Diario. Está bien recordar algunas cosas.
Aunque no te haya dejado comentarios, te he leido las últimas entradas. Llevaba unos días de retraso.
Un abrazo
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