Escribió no hace tanto el bueno de Gustavo Martín Garzo en El País que la mano de Delibes se mostraba especialmente dulce y exacta cuando hablaba de la mágica vinculación entre la naturaleza y el niño, ya fuera un niño pasajero como El Nini de Las ratas, ya uno insondable y eterno como el Azarías de Los santos inocentes. Escribió que todo ese pulso de la existencia libre y limpia podía resumirse en dos palabras que para él significaban el más hermoso y peculiar canto de amor de la literatura española toda: Milana bonita.
Contaba Martín Garzo en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en el Martes literario dedicado a la memoria de Miguel Delibes, que le habían contado a Mario Camus que su gran valedor en el Jurado de Cannes había sido precisamente el Presidente de la edición en que su lectura de Los santos inocentes resultó premiada, el actor inglés Dirk Bogarde. Y que unas semanas después Camus estaba en París cenando en compañía de unos amigos cuando Dirk Bogarde entró con un pequeño grupo en el mismo restaurante. El director cántabro, que no sabía bien si acercarse para saludarle y agradecer su apoyo, le envió un billete por medio de un camarero donde se presentaba como el director de Los santos inocentes. Bogarde recogió la nota, la leyó, miró e inclinó levemente la cabeza a modo de saludo, para de inmediato continuar cenando. Finalizada la cena, el actor salió con sus acompañantes sin siquiera volver la cabeza, dejando a nuestro Mario Camus desconcertado hasta que el camarero se le acercó con un billete que le había dejado para él Dirk Bogarde. En la nota, sólo dos palabras, conmovedoras: Milana bonita.
Milana bonita. Hace ya mucho tiempo que leí la novela de Delibes. Era seguramente demasiado joven y no guardaba una memoria precisa del texto. Y ayer decidí abrirlo de nuevo y descubrir otra vez a Delibes, con otra edad, otras lecturas y otros ojos. Estoy casi acabándolo y siento que a cada palabra me inunda la ternura. La belleza crepuscular de un castellano recio y preciso, preñado de palabras sonoras que hemos ido matando. La bofetada fiera de unos retratos cargados de amor en los ojos de Delibes y por eso doblemente vencidos: el amor baboso de Azarías por su Milana bonita, la humillación cotidiana del sumiso Paco, el Bajo, el futuro sin futuro de Nieves y Rogelio, la inmovilidad de La Niña Chica y el sufrimiento callado y seco de Régula. La memoria de la opresión sobre un ramillete de rostros nacidos para sufrir.
Y entre tanta miseria la mirada luminosa de Azarías observando el vuelo dócil de su Milana bonita, llenándose de vida cada vez que el pájaro se le posa en el hombro o le grita "quiá" para exigir la lombriz ganada.
Y comprendo por fin a Martín Garzo. Pronunciando en voz baja esas dos palabras conmovedoras, terribles, hermosas, alucinadas, absurdas, delicadas que configuran una historia de amor inolvidable.
Milana bonita.
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