miércoles, agosto 05, 2009

MALAS PRÁCTICAS


Imagino que tiene que ver con la tradición cultural católica el pudor que nos da hablar de dinero, que nos pone todavía en un auténtico apuro cuando nos vemos en la necesidad de poner un precio a nuestro trabajo (una conferencia, un artículo, un curso). Y que nos hace sentirnos prácticamente culpables cuando por la razón que sea nos vemos en una situación de liquidez problemática y comenzamos a enredarnos con esas tramposas telas de araña que las entidades financieras (una manera moderna y tecnológica de salir al corso) tejen para controlar nuestras vidas y nuestras cuentas.

Cierto. Siempre podemos decir que no, siempre podemos decir que renunciamos a los gastos previstos. O no, porque muchas veces necesitamos desembolsar sumas un poco más allá de nuestras posibilidades y que tienen que ver con formación, vivienda, y otros gastos que nos resultan urgentes y poco descartables.

Una buena tarde te pueden acechar en un centro comercial cualquiera, y presentarte las maravillas de una tarjeta de crédito con la que sin duda vas a ser mucho más feliz y tu vida, dónde vamos a parar, mucho más fácil. Y picas, la firmas y no tardas en utilizarla en alguna comprilla o gasto menor, y en integrarla en tus usos habituales. Te vas poniendo mes a mes al día y todo estupendo hasta que llega un momento en el que te ves un poco más apurado que de costumbre. Te pasan la tarjeta en una fecha inconveniente, un par de días antes del ingreso de tu nómina, lo que hace que muchas veces te encuentren en números rojos (claro, es que si no tuviéramos de vez en cuando o incluso normalmente números rojos no necesitaríamos tarjetas de crédito) y comienzan a cobrarte unas comisiones estupendas también por recibo devuelto, tan estupendas que superan la cuota que se supone ibas a pagar mensualmente. De manera que empiezas a entrar en una espiral vertiginosa en la que sigues pagando mes a mes lo acordado pero mes a mes en lugar de reducir la deuda la acrecientas. En ocasiones, cuando estás un poco más desahogado, pagas algo más pero pronto continúas en el mismo plan.

Ellos, los hombrecillos y mujercillas grises del otro lado del teléfono, te llaman periódicamente para preguntarte por qué les han devuelto la mensualidad (pues porque no había dinero en la cuenta, joder, mira que es complicada la pregunta) y de paso tenerte una hora al aparato preguntándote una vez más tu dirección, teléfonos, color de ojos, grupo sanguíneo y frecuencia semanal de momentos all bran. Tantas y tan amables llamadas que uno empieza a sufrir el efecto inverso al pretendido: cada mes difícil, su mensualidad era la última de la lista. Y si no se podía, total te iban a cobrar lo mismo por la devolución de 30 que de 60. Un día uno de los hombrecillos grises llega contigo a un acuerdo que él califica de verbal (y sí, ya sé que soy medio tonto creyéndome a estos estafadores de tres al cuarto) y que va a cambiar la fecha del recibo para evitar devoluciones. Pero seguimos igual. E igual seguimos después de otros dos o tres acuerdos verbales para que el recibo llegue cinco días más tarde.

Un segundo acuerdo fantástico fue el de mire, si va a tener problemas con este sistema mejor nos ingresa antes del cinco de cada mes la cuota y tan ricamente. Nuevo acuerdo verbal. El que suscribe paga su cuota entre el uno y el tres durante unos meses hasta que después de una carta del banco con el detallado extracto pertinente nota que uno hace el abono acordado y el día cinco llega el recibo que se devuelve y que continúa aumentando la deuda.

A partir de ahí, la amabilidad de los hombrecillos grises no tiene límites. Te llaman catorce veces al día durante catorce días al mes desde, cómo no, números ocultos. Dejándote sin batería de cuando en cuando, interrumpiendo tus actividades cotidianas y atacándote los nervios. Te llegan a llamar a las tres y cuatro de la mañana con dulce acento limeño para seguir con la coña. Y te añaden un sms cada más o menos veinte minutos en una amenaza permanente de hacer quién sabe qué cosas horribles si persistes en tu taimada actitud (que de momento ha consistido en pagarles mucho, muchísimo más de lo que hubiera correspondido en cualquier banco presencial tradicional).

Hasta los mismísimos, he presentado hoy un detallado informe de mi experiencia con la tarjeta y sus creadores en la Oficina de Consumidores. Porque el acoso por todos los medios, a todas horas y días, con los modos más que discutibles, no estaba en el contrato firmado. Porque han incumplido todos y cada uno de los supuestos acuerdos que yo creí. Y porque el último mensajito de esta mañana, después de acordar un nuevo pago para el lunes que casi liquida ya la deuda (y me deja medio apré para agosto) y después de siete llamadas ayer en las que me explican que giraron después de mi ingreso un recibo y de nuevo se lo devolvieron y que por eso me van a seguir llamando, y después de que esta mañana, y a pesar de que uno es la tranquilidad personificada (puedo aportar testigos) mandara a tomar por culo a una mujercilla gris a la que le tocó la lotería pero a la que al fin y al cabo pagan por hacernos la vida imposible. Y espero que haya consecuencias, porque para más inri la entidad emisora de la tarjeta es una de las que nos han llevado a la quiebra internacional desde su norteameriyanqui sede y que se ha puesto a lloriquear ante Obama hasta que éste les ha saneado las cuentas supongo que por la cara bonita.

En fin, que como estas cosas son siempre delicadas, no voy a decir a los lectores del blog cuál es la entidad finaciera por aquello de que se enfaden y me giren más recibos. Aunque sí que recomendaría a todos que miraran bien la foto. Y que se anden con ojo cuando el barco pirata de los clicks se les acerque en alguna acera para ofrecerles una tarjeta con las letritas de arriba.

(NOTA: Que quede claro que en toda esta historia los únicos que se salvan son los empleados de la oficina del banco en el Paseo de Pereda, de cara sonriente, comportamiento impecable y hasta claras muestras de solidaridad).

5 comentarios:

Alfonso Saborido dijo...

Yo he llegado a decirle al jefe de día de Carrefour, que como no me quiten a las muchachas o muchachos, depende el día, pesados de la tarjetita de arriba en la entrada al supermercado, que no vuelvo a ir a Carrefour. Porque son pesados y bordes como ellos mismos.
Y no te puedo contar todavía, pero estoy a punto de ganarle una batalla al banco de tu tierra. Ya te contaré, pero como pista, han amenazado a mi hermana, muerta en febrero, con quitarle el plan de pensiones, si seguía sin pagar. Ya te contaré cuando termine el asunto.

Rukaegos dijo...

Espero que les ganes. Pero vamos, que del banco de mi tierra cualquier cosa que me cuentes me la creo. No dejo yo medio euro allí ni jarto de grifa.

escéptico dijo...

En lo del dinero hay que ser calvinista, amigo Rukaegos.
De las llamadas telefónicas sobre ofertas telefónicas o bancarias...cuelgo antes de que den tiempo a decir buenas tardes.

Rukaegos dijo...

Pero de paso estaría bien empezar a recordar que hay una legislación sobre derechos de los consumidores y usuarios, y que no sólo el sistema debe ayudar a los privilegiados.

Saludos, Escéptico :)

Gema González Santos dijo...

A mi lo de la OMIC me ha dado un resultado inmejorable. Presenté una reclamación en julio y ya me han abonado lo reclamado. Así que he llegado a la conclusión de que los berrinches que te agarras cada vez que necesitas hablar con el servicio de atención al cliente de operadoras de móvil o internet se han terminado.

Se nos llena la boca reclamando nuestros derechos de consumidores pero luego no los ejercemos. Bien es cierto que hacerlo solo frente las empresas es David contra Goliat como bien sabemos pero hay que ser consecuentes y ya no es tan difícil como antes, creo yo.

Así que os animo a ser consumidores exigentes y a ejercer nuestros derechos, que las obligaciones las tenemos ya más que cubiertas.

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