FARENHEIT EN MADRID
Que el poder siempre ha desconfiado de la cultura en general y de la lectura en particular no va a pillarnos de sorpresa a estas alturas. Las bibliotecas han sido periódicamente arrasadas a lo largo de los siglos como efecto colateral de las luchas de religión o de poder, como víctimas calladas de las mentalidades totalitarias o como víctimas del desamparo y abandono que tantas veces sufren desde quienes deberían mimarlas (la Biblioteca Nacional de Bagdad fue víctima de las bombas norteamericanas, la de la duquesa María Amalia de Sajonia en Weimar lo fue de la desidia y el fuego; creo que son las dos últimas víctimas "a lo grande").
Entre las serpientes de verano a las que medios y política nos tienen acostumbrados, las bibliotecas madrileñas han cobrado inesperada relevancia. Por un lado, la falta de medios y de personal que sufren las bibliotecas públicas dependientes del Ayuntamiento de Madrid han provocado una denuncia del grupo municipal socialista, que se queja de que Madrid sea de entre las primeras diez ciudades españolas en población la que menos invierte en el sistema público de lectura (y ni hablar de lo malparada que queda la capital si se la pone en comparación con sus homólogas europeas), de que varios distritos no cuenten con biblioteca municipal y en los demás se cierre el mes de agosto o se restrinjan extraordinariamente los servicios. De que siempre haya dinero para obras, fastos, pan y circos y nunca para la cultura de base, la de proximidad, la que de verdad puede mover y transformar hábitos, actitudes, valores y crítica.
Pero todavía peor si acudimos a las que dependen de la Comunidad de Madrid, que ha decidido cerrar dos de las bibliotecas que gestiona en la capital: la Biblioteca Menéndez Pelayo y la Biblioteca Concha Espina. Con el pretexto de aunar y mejorar servicios en grandes centros bibliotecarios (que no lo son tanto).
Cosas de los Madriles, que tienen que ver con políticas de gestión y visión del sistema público de lectura en las que no voy a entrar más allá de lo dicho, por aquello de que sea la ciudadanía de Madrid la que tome la palabra.
Pero sí quiero recordar que hace un par de años los medios conservadores regionales, llámense periódicos, radios, partidos u organizaciones sociales relacionadas o no con la cultura, relacionadas o no con la escritura, pusieron el grito en el cielo porque Rosa Regás había decidido tras la remodelación de los accesos a la Biblioteca Nacional trasladar la estatua de Menéndez Pelayo a un lugar que algunos consideraban secundario. Qué extraño silencio el de nuestra derecha local, qué extraña defensa de sus iconos y dignidades, qué hipocresía, la que ahora contemplamos. Cuando se borra del plano cultural madrileño a dos cántabros insignes, de nuevo don Marcelino, acompañado ahora por Concha Espina, ni periodistas, ni políticos, ni ingenieros, ni sociedades de escritores, ni perrito que les ladre parecen tener nada que decir. Y es que siempre que los ataques a nuestros escritores icónicos y su presencia simbólica procedan del Partido Popular serán bien vistos y bien tapados por la Caverna local. A la que Menéndez Pelayo y Concha Espina les importan bien poco si no sirven para clavarle alguna estaca en el corazón a algún socialista de acá o de acullá.
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