viernes, diciembre 07, 2007

EVOCACIÓN DEL VIEJO CAMPOO
(Recordando a Paco Sobaler)

Me entero por el Diario Montañés del fallecimiento del rabelista Paco Sobaler. Tenía ya 84 años y se había convertido en uno de los mitos vivientes de ese particular instrumento cántabro. Era de Espinilla, ese pueblo central de la Hermandad de Campoo de Suso en el que había nacido mi abuelo Regino, en el que tantos veranos de infancia y juventud pasaran mi padre y sus hermanos, y en el que todavía algunas viejas casonas pertenecen a mi familia. La que nosotros llamamos irónicamente Torrecaída, una vieja casa torre del S.XIII, asociada al linaje nobiliario de los Ríos, era la casa raíz. Anda arruinándose por eso de los descuidos familiares, y las herencias y el precio y seguramente la falta de iniciativa de alguien para ponerla en funcionamiento como casa rural. Por su verde finca, que perdió algunos de sus centenarios castaños y plátanos cuando se amplió la carretera a Brañavieja, cruza el río Rúcegos o Rucegos (anda, acabo de desvelar el misterioso origen de Rukaegos), un arroyuco que casi al lado de la casa se une al Híjar para acabar pronto aguando en el sacro Ebro. Y cuando al final la estructura central venza (ya lo hizo la torre sur) se irá con ella parte de la memoria familiar, esa que recuerda a Tía Cristina, La Madrina, vengándose de un ineficaz San Roque (patrón del pueblo) arrojando su imagen por la ventana cuando a su hijo le tocó África en las quintas de los tiempos de la Guerra del Rif. O el inmenso trasero de Emilia la Gorda desbordando el caldero sobre el que trataba de asear sus intimidades ante los atónitos y ocultos ojos de mis tíos.
Y justo al lado de Torrecaída, las casas de la familia Sobaler. Buena gente donde pueda haberla: Panito, Lourdes, María, Paco ...
Creo que fue en casa de María, la memoria viva del clan cuando yo era crío, donde tuvo lugar una noche mágica. Antes de que los regionalismos de boina y puro trazaran un nuevo código de la cultura tradicional uniformizado al modo de la vieja sección femenina. Una de esas noches en el viejo mundo que se fue perdiendo y que tal vez no tenga ya retorno ni ¡ay! para lo bueno ni ¡menos mal! para lo malo. Y en lo bueno estaba la ternura, las viejas relaciones de familia a familia que se hundían en la historia, el sabor de los huevos, la matanza, el calor de la cocina con el hogar encendido abrigando charlas entrañables e interminables, las heladas que te cortaban la cara pero iluminaban el cielo con millones de estrellas, los neveros blanquísimos, las tudancas inmutables, los otoños de manzanilla y avellana, las primaveras de moras...
Mi padre adoraba el Campoo de su infancia. Ese pequeño pedazo del mundo en el que el cántabro se arrecia, y habla con severidad casi castellana. Ese por el que pasaron los romanos para arrasar Aracillum, y los repobladores para cristianar de nuevo la Meseta. Con su espíritu siempre niño, raro era el sábado o la fiesta que no tocaba agarrar el coche y bajar a Campoo o a Valderredible. Para cenar en el Pico Casares de Entrambasaguas, o en Riaño, donde la Felisina. O visitar a Timio en Montecillo y aprovechar para cargar patatas por el Valle. O ir donde El Tuerto en Santa María de Valverde. O a tomar los blancos a Polientes, donde Perantón. Sobre todo, a visitar a las viejas familias campurrianas medio parientes de unos tiempos entrañables. La Hitas, en Paracuelles. Tinín, en La Lomba. Ángel, en Villar. Felisina en Fontibre. Faustina en Villacantid... Y Espinilla y sus gentes por encima de todas las otras.
Y como decía, la noche mágica en casa de María Sobaler. Mi padre, con su magnetófono tratando de retener algo de la música de verdad, de la que alegraba las infinitas noches del invierno. Y Pilarín Ahumada y Petruca la Panadera, tal vez las dos mejores pandereteras que se recuerdan, esas del toque a mano vuelta que nunca volví a escuchar tan vivo y certero, agarrando la pandereta y cantando a lo ligeru "Viva el Valle de Campoo / y Espinilla que es mi pueblo. / Viva las campurrianucas / que tienen tanto salero." y aquella de "El que a mí me ha de querer / ha de ser un campurriano. / Que los de capital tienen / mucha espiga y poco grano".
Allí también Paco Sobaler. Seco, severo, siempre serio. Con su rabel y un cierto aire distante. Cogiendo el instrumento y apoyándolo en el pecho, a la manera de Campoo (en el resto de Cantabria se toca apoyado en los muslos) y esperando a que se hiciera, rápido, el silencio. Para empezar sus tonadas sobre un sonido limpio de la cuerda y una voz serena que prefería las coplas serias o líricas, más que las picaronas (que también conocí al lado de otro mito de la tradición, Lin el Airosu).
Allí las raíces. Esa sonrisa que te crece cuando vuelves a Campoo y respiras su aire limpio. Cuando evocas esa infancia que, sí, más allá de tópicos, fue feliz y libre gracias a mi padre y a mi madre, a los camaradas del Colegio Antares primero y del Instituto de Reinosa después. Ese Campoo en el que sufrí la herida del primer amor y el dolor del primer sexo lleno de culpabilidad. El de la leche de verdad, los huevos de verdad, la gente de verdad. Ese Campoo del que quedan algunos recuerdos en forma de vieja cinta magnetofónica y que hoy, que Paco Sobaler nos falta, se han quedado un poco más pequeños.
Paco, donde estés, y en tu honor, copio la letra de la tal vez la más bella de las tonadas campurrianas.
Si la nieve se hiela
qué harán las rosas.
Se estarán marchitando
las más hermosas.
Ay, amor,
si la nieve se hiela
qué haré yo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡ Qué bonito y sentido!
Ya vuelves a ser tú.
No te vuelvas a poner triste. Ya está acabando el OTOÑO.

Anónimo dijo...

Fresco, tierno, nostálgico. Bonito texto. Deja una de visitarte un par de días y se encuentra con renovaciones múltiples... Un beso.

Anónimo dijo...

Hacía tiempo que no entraba en tu blog, pero con escritos como éste me harás un fijo... Extraordinario

Anónimo dijo...

Uno, que ha nacido en Madrid de padre extremeño, conserva sus más felices recuerdos de esa tierruca, que ya llamo mía. A todos los que nombras los he conocido, y leyéndote quisiera volar a esos rincones de los que ya falto desde hace demasiado.
Un saludo,

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