BARBARA BONNEY Y LA CONSQUISTA DE LA FELICIDAD
Si tuviera que elegir un disco, un solo disco para sobrevivir al silencio en una isla desierta, creo que me llevaría “The Fariest Island”, la espléndida recopilación de canciones para laúd inglesas del Renacimiento tardío y de canciones del primer Barroco inglés editadas en DECCA e interpretadas con la más sutil y encantadora de las voces por la soprano norteamericana Barbara Bonney.
Fueron Mozart y los engranajes discográficos quienes me descubrieron la sofisticación, el delicado timbre, la versatilidad interpretativa, la perfección técnica, la furiosa necesidad de emocionar de una voz, una mujer que se hace música y llega esta tarde al Palacio de Festivales de Cantabria convertida en el mejor regalo de Navidad que podremos esperar este año. Hace ya años de ese momento en el que en medio de una grabación del “Don Giovanni” sacudías la cabeza asombrado por la coquetería de Zerlina en el “La ci darem la mano” o en el “Batti, batti” y te veías obligado a buscar el libreto y entre los créditos del disco descubrir que el milagro se llamaba Barbara Bonney. Y después, otros roles mozartianos, colecciones de lied alemán con bellísimas aproximaciones a Schubert y los Schumann, el espectacular “Stabat Mater” de Pergolesi en un dúo perfecto con el contratenor Andreas Scholl, las frías canciones nórdicas de Alfven, Grieg y Sibelius en el delicado “Diamonds in the Snow”, los juegos contemporáneos de compositores norteamericanos actuales como Previn, Barber o Bernstein llegando a la épica de la cantata “Sally Chisum remembers Billy The Kid”.
Desde que me encontré con la música y fui plenamente consciente del placer de callar y escuchar hasta que una melodía rompe el silencio y nos llena de sueños, supe que había intérpretes privilegiados capaces de contagiarnos todo lo que aprendían al leer las partituras de los grandes maestros. La capacidad de emocionar es esencial a la música, pero sólo funciona cuando un mediador en estado de gracia teje las notas para nosotros y nos convoca a un diálogo en el que aprendemos a mirarnos hacia dentro, nos recogemos y exploramos todo el catálogo de lágrimas y esperanzas, de risas y de fuego de que nuestro espíritu nos ha dotado. Somos mejores después de escuchar música, nos conocemos más a fondo y nos encontramos así con el camino de la felicidad que sólo toma dirección desde la propia intimidad consciente.
Barbara Bonney ha sido, es, una de esas guías que nos llevan de la mano, de la voz, hasta el milagro. Que nos enseña a ser felices. Y esta noche, con un programa exigente, profesional y lleno de brillos y matices y sendas de luz y espacios de sombra, en el que Robert Schumann, Clara Wieck-Schumann, Edvard Grieg y el tremendo Richard Strauss de las “Cuatro últimas canciones” se apoderarán de la voz de la soprano y serán evocación viva y serena de todo aquello que de bueno nos queda. Para que al fin del día seamos un poco mejores, un poco más felices.
Gracias por adelantado, Barbara.
Fueron Mozart y los engranajes discográficos quienes me descubrieron la sofisticación, el delicado timbre, la versatilidad interpretativa, la perfección técnica, la furiosa necesidad de emocionar de una voz, una mujer que se hace música y llega esta tarde al Palacio de Festivales de Cantabria convertida en el mejor regalo de Navidad que podremos esperar este año. Hace ya años de ese momento en el que en medio de una grabación del “Don Giovanni” sacudías la cabeza asombrado por la coquetería de Zerlina en el “La ci darem la mano” o en el “Batti, batti” y te veías obligado a buscar el libreto y entre los créditos del disco descubrir que el milagro se llamaba Barbara Bonney. Y después, otros roles mozartianos, colecciones de lied alemán con bellísimas aproximaciones a Schubert y los Schumann, el espectacular “Stabat Mater” de Pergolesi en un dúo perfecto con el contratenor Andreas Scholl, las frías canciones nórdicas de Alfven, Grieg y Sibelius en el delicado “Diamonds in the Snow”, los juegos contemporáneos de compositores norteamericanos actuales como Previn, Barber o Bernstein llegando a la épica de la cantata “Sally Chisum remembers Billy The Kid”.
Desde que me encontré con la música y fui plenamente consciente del placer de callar y escuchar hasta que una melodía rompe el silencio y nos llena de sueños, supe que había intérpretes privilegiados capaces de contagiarnos todo lo que aprendían al leer las partituras de los grandes maestros. La capacidad de emocionar es esencial a la música, pero sólo funciona cuando un mediador en estado de gracia teje las notas para nosotros y nos convoca a un diálogo en el que aprendemos a mirarnos hacia dentro, nos recogemos y exploramos todo el catálogo de lágrimas y esperanzas, de risas y de fuego de que nuestro espíritu nos ha dotado. Somos mejores después de escuchar música, nos conocemos más a fondo y nos encontramos así con el camino de la felicidad que sólo toma dirección desde la propia intimidad consciente.
Barbara Bonney ha sido, es, una de esas guías que nos llevan de la mano, de la voz, hasta el milagro. Que nos enseña a ser felices. Y esta noche, con un programa exigente, profesional y lleno de brillos y matices y sendas de luz y espacios de sombra, en el que Robert Schumann, Clara Wieck-Schumann, Edvard Grieg y el tremendo Richard Strauss de las “Cuatro últimas canciones” se apoderarán de la voz de la soprano y serán evocación viva y serena de todo aquello que de bueno nos queda. Para que al fin del día seamos un poco mejores, un poco más felices.
Gracias por adelantado, Barbara.
6 comentarios:
Realmente, es precioso.
Aleteos!
Menuda jornada de placer!! Qué dama espléndida. Y es cierto: qué felicidad... Un beso.
Y por cierto: pedazo de vídeo. La moza canta como si tal cosa... Es casi celestial.
Muchas gracias también por tu texto. Emociona.
F. Sor
La verdad, el recital fue perfecto. A pesar del ruidoso y ya tristemente habitual comportamiento de parte del público y esa manía que tenemos de aplaudir tras cada pieza sin dejar que termine de "respirar" la música y dificultando que se consolide esa atmósfera mágica que un concierto necesita.
La Bonney, sonriente y encantadora. Y parece que encantada con Cantabria: tuvo un tiempo espléndido y pudo jugar al golf en Pedreña (es una auténtica experta por lo visto y amiga personal de Seve Ballesteros).
Me ha dicho alguien especialmente bien informado que cabría la posibilidad de que regresara para hacer ópera y el rumor apunta a una obra de riesgo e inhabitual: La Voz Humana de Poulenc ...
Lo incluiré en mi carta a los Reyes Magos.
Sí, yo también he oído ese benéfico rumor... Ojalá.
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