jueves, abril 23, 2009

LARGA HISTORIA DE AMOR


Aunque algunos prefieran los trajes de Milano como regalo, la tradición nacida en el Sant Jordi barcelonés de regalar un libro y una rosa a alguien especial se va consolidando por todo nuestro país, hasta convertirse con variantes en uno de los referentes del 23 de abril. Para los letraheridos regalar un libro o recibirlo como regalo es casi un acto religioso; acompañarlo de una flor, mejor una rosa, es dotarlo de una carga especial de afecto, de amor, de complicidad. Y así fue este 23 de abril, un día cómplice en el que por vez primera pude cumplir el ritual con pleno sentido. Hubo rosa y libro para mi madre, hubo rosa y libro para Mónica, la bibliotecaria de Val de San Vicente con la que pasaría la tarde en compañía de esas mujeres maravillosas del grupo de lectura de Unquera. Y cómo no, hubo libro y rosa para Leo.
Ya os he escrito en otras ocasiones sobre mi amor a los libros. Un amor que ha sido fiel a lo largo de los años, desde que organicé un tremendo berrinche en el Liceo Infantil donde no me daban libros porque decían que era demasiado pequeños, hasta ese título seductor que me regalé (sin rosa) también el pasado jueves, Domar a la divina garza del mexicano Sergio Pitol.
Recuerdo en ese itinerario los libros de lectura de la Editorial Santillana, con los que descubrí la poesía de Juana de Ibarborou, la de García Lorca, la de José Luis Hidalgo, antes de cumplir los ocho. Y ese ejemplar de Astérix y Cleopatra que todavía anda desgastadísimo por las estanterías que apareció una mañana a los pies de mi cama, antes de ir al colegio (cuando mis padres bajaban a Santander y llegaban tarde tenían la costumbre de comprarnos un libro a cada hermano). Y esa edición ilustrada de Platero y yo, una pequeña joyita lanzada por la Asociación Española de Libreros hace mucho tiempo y que como pone en letra tosca en el ex libris me llegó como regalo de Melchor, Gaspar y Baltasar de parte de mi abuela Rosalina. Una abuela que no por casualidad fue una celestina en mi relación con la lectura que lucía un bonito, original y shakespeariano nombre.
Disfruté de mi adolescencia con José Luis Martín Vigil y con Hermann Hesse, dos autores que íbamos prestándonos de mano en mano en mi grupo de amigos del Instituto Nuestra Señora de Montesclaros. Y con Aleixandre y ese poema central de La destrucción o el amor, el que se titula Se querían, y que pese a su complejidad y extensión llegué a memorizar en mis quince. Leí con avidez cada recomendación de mis profesores de literatura, y a los 16 ya me había leído medio Galdós, La Regenta, un par de veces El Quijote ... Leí por amor Rayuela, para entender mejor las bromas de Juan sobre el universo de Cortázar y su fascinación por La Maga. Y así Juan se fue de pronto pero Julio Cortázar se quedó para siempre. Leí las Memorias de Adriano porque un catedrático del Opus en la Universidad lo atacó con saña como inmoral, y años más tarde regalé la primera edición en castellano, la que yo me había comprado y leído tantas veces, a Lander. Leí a Katherine Mansfield después de un café revelador con Gustavo Martín Garzo y a Margo Glantz porque iba a conocerla en la UIMP. Leí Verdes Valles, Colinas Rojas porque una fuerza extraña me obligó a comprar aquel extenso tomo y dejarme fascinar por Ramiro Pinilla. Elegí títulos que me parecieron bellos y misteriosos y que nunca o casi nunca me defraudaron, elegí autores porque su rostro anunciaba las puertas de la magia, devoré clásicos para no perderme las referencias de algunos contemporáneos, elegí títulos por críticas maravillosas y por las que los atacaban, leí para reconocerme en los autores que daban otro nombre al deseo, y para dejarme sentir en las emociones ajenas, leí por casualidad, por necesidad, por devoción y por vicio, robé libros cuando no tenía cómo pagarlos y los custodié con la ansiedad del avaro, leí poemas en voz alta y narraciones de misterio a oscuras y con linterna, leí en los autobuses, en el tren, por la calle, de día, de noche. Y sigo leyendo, y sigo sabiendo que la lectura es uno de los perfumes más ricos e imprescindibles de mi esencia.
Veo como tratan los legados en tantas bibliotecas públicas, veo como se tiran clásicos y novelas de referencia para hacer espacio a sabe dios qué best seller horrible, que a veces me pregunto si no sería una gran idea dejarme ir, cuando llegue el momento, como hacían los faraones egipcios con sus tesoros, acompañado de todas esas páginas tan llenas de mi propia vida, fundirme con él viento entre cenizas de libros consumidos al mismo tiempo que mi cuerpo para seguir volando por siempre con sus risas, sus aventuras, sus reflexiones, sus tragedias, sus lágrimas. Por siempre rodeado de su amor. Salvado una vez más por los libros, con los libros, ya para siempre.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosa declaración, me sumo a ese amor interminable: palabras que nunca mienten, que jamás defraudan. Un beso.

Agata dijo...

¿Sabes?Mis mellizos,que el miércoles cumplen ya 11 años,son devoradores de libros.Les encantan.Ir a Ferias del Libro.Que se los regalen.Comprar ellos con su dinero libros.Compartirlos entre los dos.Y prestarlos a los amigos.No se duermen sin antes haber leído un rato en la cama.Cosa que tanto su padre como yo hacemos.El libro no falta en casa.Son trozos de vidas ficticias o no tan ficticias de personajes interesantes.O son viajes a otros lugares donde no hemos estado ni estaremos nunca.Son sentimientos.Son una parte de nuestra familia:nos hace divertirnos y desarrollar la imaginación.En cada cumpleaños les hago un cuento a cada uno de los compañeros de clase de mis hijos.Todos son protagonistas de la aventura.Este año va del espacio.Creo que van a alucinar.Luego les hago copias a todos y se los personalizo con dibujos.Hay madres que desde que ellos tienen tres años los guardan como oro en paño.No porque sean buenos,porque sus hijos se divierten cuando los leen.Sale hasta el profesor de protagonista.Un trabajo agotador pero gratificante.Mejor que repartir tanto caramelo.Ah,y perdón por enrollarme tanto.Como verás,lo mío es escribir mucho.JAJAJA.Un saludo.

Rukaegos dijo...

Estoy por proponer una pregunta para los lectores del Santander posible: Un listado de diez libros sin los que su vida no hubiera sido la misma ;)

Beso de enamorado a enamorada, Ana :)

Ágata, precioso comentario. Me veo reflejado en tus mellizos y la época en que caminaba por Santander pegado a la tía Chavita poniendo voz mimosa y diciendo cada tarde "Chavi ... ¿me compras un cuento?" (y además ella picaba jeje). Pero quiero resaltar sobre todo la importancia de tu actitud positiva ante la lectura, esa misma que falta en tantos hogares y destruye tantas vocaciones lectoras. Gracias a ti, seguro que tus mellizos seguirán soñando página a página muchos años :)

orfeo, el de casa dijo...

Pues ahí van algunos de mis de mis amores pasados. Diez. Si es que nací benditamente "promiscuo".
A ver si os animáis y ponéis vuestor amores pasados que tanto poso dejaron en vuestra manera de sentir.
1)Los Comics de los años 50 de Superman y los libros de "los Cinco".
2)Viento del Este, viento del Oeste. Pearl S.Buck
3)Ana Karenina. Leon Tolstoi
4)La Montaña Mágica. Thomas Mann
5)Lo pequeño es hermoso. Ernst Friedrich Schumacher
6)En Busca del Tiempo Perdido. Marcel Proust
7)La Saga-fuga de J.B. Torrente Ballester
8)El Burgés Gentilhombre. Moliére y las Cartas de Madame de Sevigné
9)Amor,culpa y reparación / Envidia y gratitud. Melanie Klein
10)Miserias del presente, riqueza de lo posible. André Gorz

Agata dijo...

Gracias.Además mi hija,escribe unas poesías muy bonitas.Pasión de madre...

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