EL CORAZÓN DE EUROPA: VACACIONES EN PRAGA
Eso de estar marcado por las estrellas con el signo de Tauro hace que me dé cierta pereza viajar, a pesar de que considero la experiencia del viaje como imprescindible para crecer y conocer, a pesar de que siempre he disfrutado de mis visitas a otros lugares.
No hacía demasiado tiempo de la Revolución de terciopelo cuando conocí Praga. Una ciudad que se desplegaba ante mi imaginación habitada por Kafka, amada por Mozart, contrarreformista y barroca hasta la extenuación, partida por el Moldava que describiera Smetana. Y llena de chicos bel ami, claro.
Estaban ya perdidos sabe dios por qué carpetas familiares los apuntes de viaje de esa mujer extraña y tierna que fue la Tía Chavita, pero recordaba cómo había disfrazado siempre su sed aventurera con viajes organizados por diversas parrandas religiosas cuando no era fácil para una mujer sola reivindicar su espacio, viajar. Y recordaba con una sonrisa cómo nos contaba el "secuestro" de un autobús en la capital checa porque la guía responsable de aquel grupo de beatas talluditas no acababa de conducirlas hasta el objetivo número uno del plan, rendir adoración como Dios manda al Niño Jesús de Praga ("es que buena era muy buena y muy simpática, pero claro, allí sería comunista la pobre, y como son todos ateos pues le parecería mal que viéramos al Niño Jesús"). El caso es que nuestras rebeldes expedicionarias se negaron a apearse del autobús y visitar nada hasta que no vieran a quien tantas ganas tenían de ver. Y allá que tuvo que dirigirse la guía pobre, comunista y atea, pero muy buena y simpática, camino del barrio de Malá Strana y de la iglesia carmelitana.
Acompañado unas veces, solo otras (Ángel tiene la tendencia de, como él dice, estar très fatigué demasiado pronto) me pateé una ciudad de la que me traje recuerdos , imágenes, sueños: La representación de la bellísima ópera Rusalka de Dvorak en el Teatro Nacional, el mágico Puente Carlos entre la noche y la niebla, las vistas desde el Castillo en la misma sala en la que defenestrearon literalmente a los embajadores españoles, la Plaza de la Ciudad Vieja, el Cementerio Judío y los recuerdos del ghetto de Terezin, las siestas tumbado bajo el sol en el islote de Na Kampa ...
Recuerdo Praga a menudo. Esa Praga que no tardó en formar parte de la Unión Europea en un ingreso masivo de países que despertó muchas ilusiones, pero que también ha traído cierto retraso en la construcción europea. Me sorprendió entonces que frente a los infinitos recelos de Europa ante los ingresos de Grecia, Portugal y España, "poco acostumbrados a la democracia", fueran tan ágiles las bienvenidas a los países del desmantelado telón de acero. Algunos de los cuales, la propia República Checa, encabezan hoy el bloque de los países euroescépticos, los que recelan de toda política común y parecen limitarse a entender Europa como una fuente de negocios.
Y es que en esta Europa que está todavía por construir, nos jugamos una vez más la apuesta de una Europa unida simplemente en el mercado o una identidad más fuerte, que se entregue a la bandera de la ciudadanía común, de los valores comunes. La Europa del acuerdo, del respeto, de los valores ilustrados, del respeto a la diversidad no serán posibles desde el recelo ni desde la pela.
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