Que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos es algo que ya sabíamos, sin necesidad siquiera de temblar al escuchar el terrible vaticinio al escuchar la bella canción a dúo entre Pablo Milanés y Mercedes Sosa. Algo que ya sabíamos pero tuvimos que reconocer ya sin que hubiera lugar para juegos improcedentes y complejos de Peter Pan cuando los mercados, esos de la mano negra que nos están hundiendo, se dieron cuenta de que estábamos ya listos para la nostalgia.
No sé cómo empezó todo, tal vez con el anuncio de Coca Cola que exaltaba la generación de quienes fuimos adolescentes en los 80 y nos recordó los tejanos lavados con lejía, las hombreras, la pasión por Eurovisión, los discos de vinilo y las gafas imposibles de las azafatas del Un, dos, tres.
Pero hace unas semanas volví a tropezarme con el pasado en los kioscos, en una recuperación que hace Planeta-Agostini de aquella mítica colección, Joyas Literarias Juveniles, en la que tanto leimos, tanto aprendimos, tanto soñamos. Esa colección que todavía tendrá un buen centenar de cuadernillos en la buhardilla de Reinosa o en el trastero de Santander y que me fue ofreciendo por quince pesetas, veinticinco, setentaycinco un poco más tarde, una buena parte de los títulos más señalados de la literatura de aventuras, de la ciencia-ficción, al lado de buenas novelas realistas y hasta de algún que otro guiño a la santurronería ambiente. Una generación de ilustradores espléndidos nos fueron recreando de forma anónima (aunque no es difícil rastrear talentos de la talla de Víctor Mora y su inconfundible estilo) los títulos de Dickens, de Karl May, de Verne y Salgari, de Poe. "Corazón" y "Mujercitas" junto a "Tom Sawyer" y "Los Viajes de Gulliver" se iban amontonando después de aquellos chantajes emocionales a los que sometía a la Tía Chavita (voz melosa, niño pegadito y mimoso que tiraba de las faldas del abrigo de la generosa mujer mientras susurraba "Chaviiiiiiii, me compras un cuentoooooo") para acercarnos juntos al kiosco y sufrir la tortura de seleccionar sólo uno de los expuestos y anticipando cuál sería el elegido en el chantaje del día siguiente.
Siempre he continuado leyendo, aunque hay una cierta bruma que me impide recordar con exactitud qué clásicos he leído en su versión de las Joyas Literarias y cuáles llegaron completos. Pero allí estuvieron, allí están, "Ivanhoe" y "Viaje al centro de la tierra", "Un yanqui en la corte del Rey Arturo" y "Los últimos días de Pompeya", "Historia de dos ciudades" y "La cabaña del Tío Tom".
¿Cómo no volver a caer en la tentación, cómo no, así lo cantaría Enrique Urquijo, volver a ser un niño?
2 comentarios:
Recuerdo perfectamente ejemplares de esa colección entre las cosas de mis hermanos mayores... No te quejes, con los que nacimos un poco después (yo soy del 75) están manejando, a propósito del revival de los 80, resortes todavía más sensibles, ¡nuestra infancia!. Lo último que he adquirido es una camiseta de super Ratón y Perla, y como encuentre una de "Érase una vez el hombre", me la compraré aunque tenga un diseño imposible.
Yo fui una lectora tardía. Con la excepción de "Los hijos del vidriero" y de la emoción que me producía la poesía, descubrí el enorme placer de la literatura leída a partir de los 14; pero hasta encontes, además de lo señalado, disfruté como nadie de esa infancia de toda literatura que fue también la mía: la oralidad. Mi madre me ha contado y leído miles y miles de cuentos... Y lo hacía como nadie. Las niñas de mi cole pleiteaban entre ellas para venir a casa a escucharla. Recuerdo con especial placer que cuando estaba mala y no iba al cole, sacaba tiempo de sus mil quehaceres para leerme "Las mil y una noches", y que siempre, al llegar Semana Santa, las dos hermanas pequeñas le rogábamos que nos contará la vida de Jesús, y entonces nos subíamos a la gigante cama de mis padres y nos contaba los evangelios. Aquello era la bomba.
En fin, era una fiesta el día en que comprábamos en el quiosco el cuento de Ferrándiz de turno, con su objeto leit motiv incluído (unas castañuelas en el de "Charito la chatilla", un fonendoscopio en el de "Doctor Jano, cirujano", una espumadera en el de "Mariuca la castañera"...).
Y en el verano del 90, dos lecturas que todo lo cambiaron : "Historia de dos ciudades" y "Rojo y Negro".
Besos leídos.
Elena
Los cuentos de Ferrándiz (qué recuerdos, Mariuca la Castañera) andaban en mi casa desde ni puedo recordarlo, Elena, y como yo fui lector compulsivo casi desde que nací también llegaron de casas familiares muchas ediciones de los míticos cuentos de Calleja. Y con la tradición oral, algunas narraciones de la abuela Rosalina (nombre shakespeariano donde los haya) y la tía Chavita de nuevo, con su especialidad narrativa: "Pelusa", del Padre Coloma.
Qué casualidad, ayer mismo estuve releyendo en la versión de las Joyas Literarias ... "Historia de Dos Ciudades".
Un beso nostálgico.
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