April is the cruelest month.
Así es como da comienzo "El entierro de los muertos", la primera parte de ese extenso poema de T.S.Eliot, arcano y vibrante, que de alguna manera da origen y sentido a la poesía contemporánea, "La tierra baldía".
Abril, el mes más cruel, el que deja que la tierra se rompa dolorosamente como el vientre que ha de parir para engendrar la vida que vestirá de colores el tiempo y el suelo; el mes más cruel, el que derrama luz sobre las praderas muertas para que el humus amasado y podrido a lo largo del invierno prenda y dé carta de nacimiento a un nuevo principio. Abril, el mes en el que habremos de cuidar para que el celo fiel de los perros no interrumpa el proceso desenterrando con desesperado amor los cuerpos de nuestros muertos.
Muchas personas se sorprenden al conocer el verso y el poema, prisioneras tal vez de ese júbilo general con que nos llega la primavera año tras año: marzas, cigüeñas, pascua florida. Pero es cierto que el roce colorido y luminoso de abril nos conmociona tanto por su alegre paso como por la renovación de las ausencias. El muerto al que trata de desenterrar el perro en el poema de Eliot, José María Palacio acudiendo al cementerio del Espino para visitar a Leonor por encomienda de Antonio Machado. Las cigüeñas que crotoran en sus nidos campurrianos de Villaescusa y Reinosilla, que inician su vuelo en pos de ramajes con que consolidar sus nidos y ranitas para comer, bajo ese cielo azul y soleado que Leo y yo ya no vamos a compartir.
Estuve hace unos días por mis altas tierras campurrianas, invitado por la Asociación de Mujeres de Nestares y acogido por la generosa anfitriona que es Esperanza Ahumada. Hablamos sobre presente y sobre futuro, sobre el compromiso y la necesidad de regeneración de la vida pública, sobre los desastres de ciertas urbanizaciones y sobre el bello Jardín de las Mujeres que en las cercanías del Ebro primerizo ha dado un nuevo y amigable rostro al pueblo. Nos acercamos a ver las cigüeñas y a comer unos huevos de corral con jijas en Casasola. Atravesamos primero desde el tren y luego en accidentado movimiento en coche por las carreteras secundarias valles llenos de esa naturaleza que quebranta la tierra invernal y los ramajes secos y satura de brotes jugosos y de espinos de flor blanca la soledad de nuestro apacible País Románico. Llenando de sentido, de instantes memorables, cada pequeño paso.
¿Cómo permanecer así indiferente ante este abril, tan cruel, tan hermoso, tan muerto y tan vivo?
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