TÚNEZ, UNA OPORTUNIDAD

Desde el respeto a los procesos y decisiones protagonizados por y desde la sociedad tunecina, la actual situación de Túnez debería ser contemplada desde las instancias internacionales en general y desde el mundo occidental en particular con esperanza, decisión y generosidad. Porque tras la revuelta cívica y pacífica que se ha saldado con la deposición y exilio del dictador Ben Ali, la necesaria transición democrática podría ser un modelo, un camino posible, el primero, para la demostración de que la modernidad laica, el respeto a los derechos humanos, la seguridad jurídica, el respeto a la voluntad popular tienen cabida también en el mundo islámico.

En este sentido, Túnez se nos presenta como un campo de prueba excelente. Por un lado, puede que sea uno de los espacios en los que la convivencia entre el Islam y el mundo contemporáneo sea más fluida y amigable. Una sociedad en la que, para los parámetros del Magreb, indicadores como la educación se encuentran en un estado de salud aceptable. Una sociedad joven que ha sido capaz de movilizarse contra el régimen de Ben Ali sin recurrir al terrorismo o la violencia y que parece proponer una salida pactada hacia un modelo democrático, con una transición prudente que evite excesos en una u otra dirección.

Pero también un país en el que a pesar de la brutal represión dirigida contra todos los partidos de oposición, ésta se muestra presente sobre todo en opciones democráticas de corte más o menos occidental, no entre el fundamentalismo religioso. En efecto, el extremismo islámico no es hoy representativo y no parece poder jugar papel alguno en la nueva escena que se tendrá que articular en Túnez. En parte por la represión y la apuesta laica de Burguiba primero y Ben Ali después, en parte porque no parece que su sociedad, encuadrada en el particular espacio cultural mediterráneo , haya encontrado en el fanatismo refugio para sus problemas económicos o su falta de articulación ciudadana.

Ese es nada más y nada menos el reto: la construcción de un sistema de libertades que permita casar derechos humanos e Islam. Y esta construcción será sólo posible con una apuesta generosa y abierta de la comunidad internacional que avale el éxito, el crecimiento y la estabilidad económica y social de Túnez como agente modélico de paz y de diálogo entre culturas.

En primer lugar, porque cuando Occidente ha cometido errores de bulto en la apreciación de situaciones internas y se ha posicionado contra regímenes es verdad que dictatoriales pero no menos verdad que con una baja influencia del factor religioso (el Irán del Sha, el Irak de Hussein, el Afganistán revolucionario) ha acabado contribuyendo velis nolis a la exaltación del fanatismo religioso y el crecimiento de la violencia.

Pero sobre todo, también, porque si la transición pacífica fracasa, si la difícil situación económica empeora y la miseria crece, será muy difícil que en un contexto más abierto y menos represivo se pueda evitar el crecimiento de un movimiento islámico de carácter extremista que siempre ha encontrado a sus militantes entre la decepción, la exclusión y la miseria de quienes ya no tenían nada que perder.

Túnez es hoy una esperanza en el Mediterráneo y en la comunidad internacional. También una responsabilidad compartida.