Hoy es ocho de marzo. Hoy es el Día Internacional de la Mujer y mi blog necesita hacerse eco de esta celebración que nació en el ámbito obrero, que nació de la necesidad de recordar el sacrificio de las pioneras, y terminó reconociendo los derechos, el espacio y la dignidad de todas y cada una de las mujeres, de todas y cada una de sus opciones.
Pienso en las mujeres de mi vida: madre, abuela, tías, hermanas, amigas, profesoras, compañeras. En las más cercanas sobre todo, y en los valores que a través de su vida y su sabiduría me llegaron. Y es que tuve la suerte de crecer en un entorno igualitario, un entorno que a su manera y en su tiempo no cerraba las puertas a las mujeres. En el caso de mi familia paterna, una familia burguesa en la que se daba prioridad a la formación y en la que se apreció siempre la necesidad de la educación primero y del trabajo después. Desde una de las hermanas de mi abuelo que estuvo entre las primeras licenciadas en Farmacia en España hasta la entrañable Tía Chavita, que fue siempre independiente en lo afectivo y en lo económico y que nunca pareció acatar los roles que su época adjudicaba a las mujeres. Una familia de clase media por parte de madre en la que hubo comercios de titularidad compartida o de gestió exclusiva de, por ejemplo, mi abuela Rosalina, día a día cara al público en su estanco durante más de 50 años. Una enseñanza mixta, en la que aprendimos a considerar a nuestras compañeras como iguales, amigas o rivales, y a compartir con ellas tiempos, esperanzas y juegos. Y pienso que a estas alturas de mi vida no puedo siquiera imaginar cómo habría sido crecer lejos de este universo privado y pequeño en el que ser hombre o mujer nunca resultó, no del todo, condicionante ni excluyente.
Ocho de marzo, en el recuerdo aquellas mujeres que cerca iban conquistando pequeños espacios para todas. Como cuando éramos niños y obligábamos a esperar al autobús municipal que conducía una chica rubita, menuda y de gafas, una de las dos o tres primeras en sentarse a los volantes de los transportes urbanos de Santander, o cuando apostábamos si para coger un taxi encontaríamos alguno de los poquísimos guiados por mujeres. O como cuando llegaron las primeras elecciones municipales tras la muerte del dictador y mi padre llegaba enfadado a casa cuando intentando elaborar las listas de la UCD para Reinosa se daba cuenta de que había encontrado la candidatura perfecta pero que una y otra vez se la echaban atrás desde Santander porque que esa candidatura perfecta fuera una mujer y además separada les parecía un riesgo demasiado alto y al final no pudo ser Mari Chelo (que había sido mi profesora cuando tenía tres añitos) la que ocupara la primera alcaldía democrática de la capital campurriana. O la tristeza de los compañeros de tercero de BUP cuando Arantxa, una chica estupenda, estudiosa y de inteligencia más que contrastada, anunció que dejaba los estudios para casarse y formar una familia, porque ya no entendíamos que ese fuera el camino único. Pero al mismo tiempo compartimos aulas con algunas pioneras que se decidieron por "carreras de chicos" y que las sacaron adelante con esfuerzo y con no pocas zancadillas dentro de la propia universidad.
Miro hacia el ocho de marzo y trato de verlo con los ojos de tantas mujeres que han ido accediendo a los puestos de gobierno y responsabilidad sociales. Justo en este lunes que celebra el primer óscar a la mejor dirección para una mujer, Kathryn Bigelow. Y recuerdo la reciente discusión con un amigo al que no le gustaba la palabra "empoderamiento" que yo defendía, porque tengo claro que sólo desde la transformación del imaginario social, desde la toma simbólica y real del poder por mujeres preparadas, luchadoras y comprometidas será posible que cuando una niña nazca en España, en Europa, tardará mucho más pero también en todo el Mundo, tenga abiertas todas las puertas, disponibles todos los sueños.
Así que evoco también una discusión reciente sobre las políticas de acción positiva o discriminación positiva. Y mantengo mi convencimiento de que la Igualdad no se construye sólo con grandes palabras, con grandes valores, con grandes leyes, y al final se hace necesario alimentarla de pequeños empujones. Porque todavía hoy no hemos sido capaces de garantizar en nuestra sociedad que el trabajo igual reciba igual remuneración; porque sabemos que no siempre la mejor cualificación es la que recibe el reconocimiento y quedan muchos techos de cristal por destruir. Porque yo también quiero ser la mitad del cielo, la mitad de la tierra, la mitad de la realidad, la mitad del sueño, y encontrar en esa mitad mi espacio y no invadiendo la otra.
Feliz 8 de marzo para todas las que os acercáis por el Santander Posible. Y también para todos los que luchamos por estar a vuestro lado acompañando vuestra lucha y vuestras decisiones.
5 comentarios:
Gracias SuperR!!.Hoy he llegado a trabajar y me han preguntado que porque tenemos que tener un dia para las mujeres trabajadoras, por supuesto ha sido un hombre...
Vero
Falta que diga que por qué no lo hay del hombre trabajador. Por si acaso, recuérdale cierta fecha de la que se suelen olvidar: el Primero de Mayo, que además es fiesta.
En realidad, hoy es el día de todos y todas, porque también nosotros hemos sido ellas y en ellas durante un período de nuestras vidas. Hermoso relato de tus vivencias y de esos "pequeños empujones" que son los construyen la igualdad real.
Saludos
Excelente texto.
Muy buen texto, con tu sensibilidad y generosidad habituales.
Es también muy oportuno, en estos tiempos de ofensiva de la "caverna" contra todo progreso conseguido en los últimos tiempos.
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