"Crecí en una familia católica. Mi familia materna era sinceramente devota; tal vez la cercanía de las amables Siervas de María al domicilio familiar, o de la Iglesia del Carmen donde tiene su asiento tal vez la única imagen mariana capaz de levantar verdadera ternura entre las gentes de mi Santander, tuvieran su influencia. Recuerdo que mi abuela Rosalina traía periódicamente a casa una imagen peregrina de la Virgen del Carmen, que siempre llevaba el escapulario, que rezaba el ángelus en compañía de Teresa. Uno de sus hijos, mi tío Eugenio, fue sacerdote, y ejerció sus funciones hasta su muerte primero en Castro Urdiales y luego, durante muchísimos años, en Carrejo. Donde siempre fue una persona cercana, llena de corazón, de vida, un incansable agitador cultural y social y donde todavía le recuerdan con cariño y añoranza.
Mi familia paterna era sinceramente devota. Mi abuelo fue un militante católico muy activo durante su juventud, participó con Herrera Oria en la fundación de la Acción Católica en Santander, fue consejero legal del Obispado y se sostuvo contra muchos maretazos de la vida, como él mismo afirmaba siempre, gracias a su fe inquebrantable. Una fe que conmovió a muchas de las personas que le vieron hacer guardia "contra natura" ante los féretros de cuatro de sus hijos, mi padre entre ellos. Uno de sus hermanos, Diego, fue Jesuita. Y Tía Chavita, hermana de mi abuela, centró gran parte de su vida en animar congregaciones y devociones. Ya a punto de morir, recuerdo cómo sus dedos se movían desgranando las cuentas de un rosario que su cabeza ya no podía pronunciar, pero que su corazón continuaba rezando.
Todavía algunas veces pienso que sería hermoso que hubiera una vida feliz al otro lado, y que allí tuvieran el premio ganado con su bondad y su sincera fe.
Nunca fueron una familia intransigente, fanática o farisaica. Pero sí cumplidora y coherente con aquello en que creían.
Crecí, pues, como católico. Nunca tuve problemas durante mi infancia o mi juventud, no fui a un colegio religioso y tal vez por ello nunca llegué a identificar ciertos comportamientos o actitudes con la Iglesia. Viví en una localidad donde se recibió con alegría la profunda reforma pretendida por el Vaticano II. Y durante largos, largos años, la fe cristiana formó parte de mi identidad.
En estas fechas de la Semana Santa es, tal vez, cuando el brote de nostalgia reaparece, cuando echo de menos la alegría de la comunidad, cuando noto un cierto vacío que no he sabido colmar. Recuerdo mis años como catequista en la Parroquia de San Sebastián de Reinosa o en la de Santa Lucía de Santander, donde habitaron momentos tan mundanos como las truchas que pescaba Eduardo y cocinaba Nieves hasta emociones como una hermosa Hora Santa que acabó llenándonos de lágrimas. Recuerdo a mis compañeras y compañeros del Proyecto Ciaboga, vinculado a la Institución Teresiana de Santander, y cómo no tantas pascuas vividas con intensidad (con terrible dolor a los pocos meses de la muerte de mi padre, cuando necesitaba sentir la muerte y la resurreción en mi alma y acabé rompiéndome durante la Vigilia Pascual y me tiré llorando de forma incontrolable casi dos horas) en Los Negrales. Recuerdo, cómo no, siempre sonriendo, como una segunda familia que todavía ocupa un lugar privilegiado en mi corazón a esas personas maravillosas con las que tantos años conviví en la Parroquia de San Martín de Peñacastillo: Marisol, Joaquín, Meli, Carmen ... Recuerdo las largas charlas en el Seminario de Corbán con Quique y Carlos.
Recuerdo que me sentía privilegiado cuando cantaba la angélica durante la celebración de la Pascua ante una iglesia repleta de caras deseosas de celebrar el tiempo de la Resurrección: "Exulten por fin los coros de los ángeles ..."
Hace ya unos años que me alejé, creo que de manera definitiva, de todo eso. Quedan las personas, claro, la mayoría de ellas. Y queda mucho dolor. El dolor de aquellos momentos en los que no pude seguir adelante con una fuerte fractura, la de creer viva, sinceramente, en el mensaje cristiano y a un tiempo ser homosexual, y con ello sentir cada día con más frecuencia agresiones por parte de tantos cristianos y sobre todo de su jerarquía. Traté, desde mi adolescencia, de superar el conflicto. Traté de ignorar ciertos mensajes y me esforcé hasta hace bien poco por llegar hasta teólogos y pastores que no me invisibilizaban ni me excluían (Javier Gafo, algunos jesuitas de Sal Terrae, las asociaciones de mujeres teólogas y la de teólogos Juan XXIII, Benjamín Forcano ...). Luché por participar, vivir, compartir con la misma entrega sonriente que había visto en mi familia y en tantos de mis amigos, en toda la buena gente con la que compartí tantas veces oración, silencio, fiesta y eucaristía.
Pero llegó ese momento en el que no pude ya resistir la tensión y me quebré. Recuerdo un año oscuro, una Semana Santa oscura, esa en la que por vez primera decidí que no me sentía bienvenido a la Pascua y preferí excluirme. Fue necesario una vez más, como en otros momentos dolorosos de mi vida, permanecer en pie, a la intemperie, desnudo. Fue necesario construir poco a poco un nuevo cuerpo, un nuevo espíritu, unos nuevos valores que me permitieran seguir en camino.
Año tras año, vuelven estos cuatro días intensos que recuerdan la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Sale a la calle el paso de la foto, el Cristo de la Agonía, con el que procesioné de crío. Y se amontonan emociones, caras y recuerdos.
Siento un profundo respeto por todas las personas que viven su fe, sus creencias, con honestidad y valor. Por aquellas que tratan de vivir sus principios sin violentar a los demás. Por quienes trabajan en tantos lugares por un mundo más libre y más justo. Muchas de esas personas son católicas, y merecen todo mi aprecio.
Pero en estos días especiales del mes de marzo de 2008, AD, me limitaré a escuchar el Viernes Santo, como cada año, la Pasión Según San Mateo de Bach (este año, de entre las quince grabaciones que tengo, toca la versión mítica de Harnoncourt-1970). Y otra vez estaré ausente de la celebración de la Cena, de la lectura de la Pasión y sobre todo de la gran fiesta de la Vigilia Pascual. Otra vez será doloroso. Pero sé que nadie allá va a echarme de menos".
En marzo de 2008 acompañé el texto con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Según el Evangelista Mateo, BWV 244, de Johann Sebastian Bach (con su primer y monumental coro, para ser exactos). Hoy, con la foto de la Pietá Rondanini, elijo para vosotros una pieza musical que descubrí no hace mucho (gracias al ARTESLES de Fernando Zamanillo) y que me parece de una hermosura extrema: el Stabat Mater de G.F.Sances.
3 comentarios:
!!!!!
Al leer tu entrada he tenido la impresión de que ya la había leido antes, pero lo he vuelto a hacer y me ha emocionado (no se si es la palabra exacta)tu sinceridad ante la duda y la ruptura después de aquello que formó parte intensa de tu vida.
Yo también recibí una formación católica y viví con una familia católica, pero pronto abandoné lo que me parecía una suma de ritos formales y una quiebra con la razón.
Gracias, Jesús. En efecto, la habías leído: ya sabes que de vez en cuando recupero textos antiguos del blog, y éste había sido publicado hace un par de años :)
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