FONTANERÍA Y POLÍTICA
Nos cuenta el barómetro del CIS que la ciudadanía española percibe a la clase política como uno de los grandes problemas del país, el quinto, para ser exactos. Y se publica el dato cuando estaba pensándome cómo enfocar algunas reflexiones que había ido trabando en estas últimas semanas, al hilo de algunas corrupciones, algunas amenazas, algunas declaraciones desafortunadas y otras tontas.
Y supongo que el punto de arranque, por tópico que resulte, debería ser la constatación ya clásica del divorcio que se abre entre la sociedad y la política. Sí, claro que la política, con mayúscula y con minúscula, forma parte del entramado social, pero hay una percepción en la sociedad de que los cauces políticos fluyen por un río paralelo, ajeno, que ignora cuando sucede en el común o, lo que sería aún pero, lo contempla con indiferencia absoluta.
Las presuntas amenazas de Bárcenas sobre lo que sabe o deja de saber, lo que se lleva a casa o lo que deja bajo siete llaves, de la misma manera que por los otros lados algunas declaraciones que uno no acaba de saber si tomarse a broma o a escándalo han hecho que entre mis círculos de amistades y conocimientos hablemos mucho estos días de lo que hemos bautizado como el "currículo interno" de los partidos políticos. Y de cómo de derecha a izquierda, del centro a la periferia y de Guatemala a Guatepeor se ha ido consolidando la presencia de los antes llamados "fontaneros" en la primera línea de la actividad pública, sin que muchas veces podamos explicarnos bien qué hacen ahí. Tanto, que de muchos personajes relevantes no es posible recordar ejercicio profesional o vital alguno que no sea la propia política, aunque algunos intenten incorporar a sus biografías públicas un supuesto prestigio en el desempeño profesional que difícilmente pudo ser tal cuando se estaba ya en el despacho político con 20, 25 ó 27 años. Eso sí, los pocos que terminan su ascenso profesional en la gestión de la res pública (que tantas veces percibimos como de la res partidaria) suelen acabar en lugares señeros, remunerados y "de prestigio" debido a la red de relaciones y contactos que siempre genera la ocupación más o menos prolongada de un resquicio del poder.
Así, y a través de múltiples casualidades, los partidos han ido tejiendo aparatos, estrategias de formación y selección, bancos de pensadores, sucursales en las que evaluar las capacidades y las lealtades de las nuevas incorporaciones, y sobre todo han ido eliminando toda sombra de debate y crítica interna, al percibirse desde las altas y arcanas esferas cualquier paso cambiado como una agresión no tanto a un proyecto social cada vez más diluido como a una carrera profesional privada. De hecho, máximas tan pintorescas como la de la "mano invisible" se formulan en el ámbito político con adagios como el de "la gestión vende" (por sí misma, al margen de ideas, proyectos y ejes transformadores).
La democracia necesita de instituciones fuertes y apreciadas por los ciudadanos. El desprestigio de las mismas, me da igual que hablemos de cualquiera de los tres poderes clásicos, y el desgaste sobrevenido de muchos de los focos de prestigio o poder social, sólo conlleva desencanto, una resignación desesperanzada y el convencimiento de que todo es igual, todo es lo mismo, y de nada sirven movilizaciones, votos o trabajo en organización alguna.
¿Es posible todavía para los partidos recuperar el tono vital, la apuesta ciudadana, el diálogo con quienes deberían percibirlos como agentes de cambio, de seguridad, de solución y los perciben como el propio problema? Sólo saliendo de ese ensimismamiento atroz que divide como una cabeza de Jano lo que pasa a un lado y otro de las puertas de las sedes, sólo recuperando la confianza y desterrando los recelos en lo que ocurre fuera de nuestras camarillas, sólo siendo transparentes y cargando de nuevo las pilas de ideas y de esfuerzo compartidos, sólo eliminando las grilleras y manteniendo una línea nítida de separación en quienes trabajan en los partidos en tareas administrativas y gestoras (y por tanto como profesionales responden ante el partido) y de quienes desarrollan tareas políticas y de gobierno público (y responden por tanto ante los ciudadanos, pero responden de verdad y no ofreciendo la sensación de inmunidad permanente que sentimos cada día) podremos iniciar la reconquista de la esperanza.
Porque no sería bueno olvidar que cada vez que la historia ha conocido a una generación ausente, quemada, gastada, cabreada, decepcionada, los totalitarismos de uno u otro signo, el retroceso en los derechos cívicos, la influencia de quienes tratan de eliminar los avances que tanto costó conquistar han encontrado su espacio. Y no nos engañemos, andan por ahí, agazapados, esperando, intentando que todo nos dé igual para enseñar sus túnicas de heraldo negro.
3 comentarios:
Bajando al terreno práctico y local, podríamos empezar, por ejemplo, por una regulación del acceso al empleo en empresas públicas. ¿Qué tiene que hacer un cántabro para acceder a un puesto de trabajo en MARE, PCTCAN, GESVICAN, SICAN, CANTUR o SODERCAN?. Y entre las respuestas posibles no vale ni ser amigo de ni familiar de.
Pues lamentándolo mucho la respuesta es esa, ser amigo o familiar. Date una vuelta por cada una de ellas y veras. Yo tengo conocidos trabajando alli y te aseguro que no es por méritos propios, más bien por ajenos.
En los partidos políticos desgraciadamente hay sagas familiares, basta mirar el censo y ver apellidos repetidos una y otra vez.
Salud
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