En estas últimas semanas, dos deportistas de alto rendimiento españoles han salido del armario, han hecho pública su orientación sexual, el patinador Javier Raya y el waterpolista Víctor Gutiérrez. Bien por ellos, bien por esa valentía que todavía hay que tener para enfrentarse a un mundo complejo, el del deporte profesional, en el que hablar de orientación sexual o de identidad de género continúa siendo peligroso. Que se lo digan si no al joven árbitro gaditano, que ha decidido colgar las botas ante la vergonzosa actitud de clubes, árbitros y federaciones andaluzas tras visibilizarse como gay.
Por mis redes sociales, imagino que por muchos otros mundos, ha vuelto a surgir un viejo comentario: A mí me importa lo que hagan como deportista, todo lo demás es su vida privada. Siempre seguido por la pregunta: Así que ... ¿por qué tienen que hacerlo público? Empieza junio, un mes igual de bueno que cualquiera para agarrar al toro por los cuernos o al hipopótamo rosa por el tutú, y seguramente mejor por la costumbre que tiene el arco iris de salir con más fuerza. Así que vamos allá, y en forma de trilogía.
Comienzo por pedir disculpas por cierto tono cansado que se me escapa cuando toca enfrentarse de nuevo a estas cuestiones. Son ya muchos años, muchos debates, muchas discusiones, muchos amigos ganados y algunos perdidos, pero es cierto que no todo el mundo ha llegado a nuestras vidas en el mismo momento, redes sociales incluidas, no todo el mundo ha recibido necesariamente la misma información y por tanto hay que seguir asumiendo (cómo me gusta el nombre que le puso José Luis Serrano a esta constante defensa del quiénes somos, "microluchas de todos los instantes") que seguirán preguntándonos si estamos casados, cómo se llama nuestra mujer o nuestra novia, y toda la clásica retahíla que nos obligará una vez más a elegir entre permanecer escondidos o ambiguos, llegado el caso a vivir en una infinita sucesión de salidas de armario. Ya saben, "Mi novia se llama Alejandro" o, como le dije una vez a cierta operadora comercial (muy pesada) que insistía en hablar "con la señora de la casa": "Dice mi marido que la señora soy yo, ¿qué quería, pues?":
Se me está yendo la neurona. La pregunta es ¿Por qué hay que salir del armario, por qué no nos quedamos en la esfera privada y dejamos de lucir pancartas?
Primera respuesta de la trilogía: Lo hago POR MÍ
Imagino que resulta muy difícil explicar a alguien que siempre ha sido visible lo que supone la invisibilidad, el dolor, la frustración, el desamparo, la pérdida de autoestima que puede suponer no existir de lleno en los espacios sociales que habitas. Puesto que algo como tu sexualidad, tu deseo, tus afectos, tu amor, han de ser absolutamente opacos, nos dicen, tuvimos algunos la experiencia de no haber existido en nuestra familia, en nuestro colegio, en nuestros grupos de amigos, instituto, universidad, trabajo, médico. No recibimos nunca información adecuada ... bueno, sí, sabíamos que lo que nosotros éramos se consideraba por los demás como algo gravísimo, como un insulto, como lo peor que podía pasarle a alguien, no teníamos modelos positivos que seguir, no teníamos explicaciones que compartir y que asumir. Teníamos solo vergüenza y miedo, así que no quedaba más remedio que callar, que compartir oscuridad y polvo con las polillas y optar o bien por la frustración absoluta de los deseos, imagino que para acabar en el manicomio, o bien por una doble vida que acabaría por llevarnos a los turbios espacios de lo prohibido, temblando cada vez que nos acercábamos a un local de pervertidos o llorando cuando regresabas a casa sintiéndote sucio después de haber dejado que algún tipo te tocara.
Lo recuerdo como si fuera hoy, aunque ya han pasado algunos años. Recuerdo ese momento en el que podría haber perdido la razón, en que el dolor del desamor se sumó a la vergüenza y a la culpa y tuve que elegir: o apostaba por mí, daba una patada a la maldita puerta del maldito armario, o me rompía. Así de fácil y de difícil. Un par de tanteos, unas cuantas aclaraciones más bien innecesarias con los amigos y amigas que habían estado cerca cuando me enamoré como un adolescente idiota de Juan. Y por fin, con ese sentido del melodrama que me acompaña a veces, mi primer contacto con ALEGA y ¡una rueda de prensa! Espectacular, salir del armario con foto y nombre en El Diario Montañés. Será por eso que una conocida de rancio abolengo me dijo tiempo después "lo tuyo fue una conmoción en Santander".
Salí del armario porque no podía más, porque me dolía tanto secreto, porque estaba negándome y ya no quería hacerlo, porque quería dejar de mentir a las personas a las que quiero, a pesar de que haya resultado tan difícil con algunas. Decidí reivindicar mi propia dignidad, mi derecho a elegir mi camino, mi vida, decidí luchar por mí, apostar por mí, intentar empezar a quererme después de haberme despreciado tanto.
Sigo siendo un cobarde, sigo sin poder solucionar todo el daño que el puto armario, la puta homofobia me causaron: no tuve adolescencia, no pude experimentar la magia del primer amor ni la del primer polvo, me convencí tanto entonces de que era un monstruo y de que nadie me querría nunca que me siento todavía violento si alguien me dice algo bonito, sigo siendo casi incapaz de decirle a un chico que me gusta que me apetecería ir al cine (o a la cama, qué coño) con él, sigo sin saber si en un determinado momento sería bueno hacer una caricia o dar el pistoletazo de salida para un beso.
Pero sí sé una cosa, no he vuelto a mentir, no he vuelto a callarme. Soy maricón. Y es algo que necesito que sepas, como necesito también que sepas que o lo tomas o lo dejas, que no admito medias tintas, que no quiero homófobos cerca. Y que gracias a que salí del armario y sigo haciéndolo cada día ya no tenéis poder sobre mí, ya no podéis hacerme más daño.
1 comentario:
Pues bien.
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