viernes, mayo 20, 2016

SOÑANDO MONTAÑAS


Recibimos en el Palacio de Festivales, en esa programación un poco alternativa y mucho nocturna que hemos bautizado como El Palacio canalla al trío Highlanders (Borja Feal, Eduardo Andérez, Joansa Maravilla) con un cameo final de Marcos Bárcena. La disculpa, una nueva muestra de su primer trabajo discográfico, Cruce de caminos, y algunas bellas muestras de lo que será el segundo, ya en la cocina.
 
No escribo en el blog con intención de una reseña crítica. Baste que fue un concierto hermoso, que las percusiones étnicas de Maravilla aportaban un permanente estado de sorpresa, que la destreza de Borja con las flautas habla de virtuosismo técnico y de expresividad poética, que la guitarra de Andérez sostiene todo el edificio sonoro y aporta contrapuntos y vitalidad. Porque esta tarde me interesa más hablar de cierto paisaje emocional que esa música vieja y nueva, tradicional y recompuesta, melancólica y vivaz que podríamos llamar música celta, música atlántica, simplemente música folk, para utilizar los nombres que nos dejan entender a qué nos referimos, suele provocarme.
 
Sí, ya lo sé, tengo muchos amigos, conozco a mucha gente que afirmaría que los ritmos latinos, o el rock, o las sevillanas, les despiertan las ganas de bailar. Pero como yo soy raro, descubrí hace ya mucho tiempo que esa sangre en ebullición que te obliga a disparar los pies a mí me nace con las gigas o los hornpipes. De la misma manera que canciones y temas lentos me despiertan esa melancolía brumosa que el poeta Amós de Escalante convirtió en Musa del Septentrión.  Melancolía, sí, dulce melancolía que te hace enarbolar una sonrisa pausada, arrellanarte en el asiento, dejarte volar por sobre praderas verdes, oleajes ásperos y atlánticos, cielos plomizos, lloviznas eternas, que te hace, también, echar de menos ese cuerpo menudo al que te hubieras abrazado, en cuyo hombro hubieras recostado la cabeza, intentando vibrar sereno y dulce, comunicando de piel a piel esa alegre tristeza que aprendo con sones como el de Pretty Girl Milking a Cow que tan amable sonó anoche, y que me llevó de viaje a las viejas tranquilas tonadas campurrianas (qué bonito sería escuchar a estos Montañeses una versión por ejemplo de Si la nieve se hiela).
 
Adoro estas montañas y estos mares, adoro estos grises y estos verdes, el sol cansino del principio de la primavera y la morrina pesada del otoño, las genealogías propias de la montaña cántabra, las genealogías inventadas que me hacen en la música sentir escocés o irlandés, las genealogías soñadas que me trasladan a Ávalon o a Broceliande. Adoro esta música que, no sé explicarlo de otra forma, me hace sentir triste y feliz, deja que me resbalen un par de lágrimas hasta la sonrisa, me invita a acariciar en el asiento contiguo el hueco abandonado por la ausencia de Leo.
 
Gracias, Highlanders, Cántabros, Montañeses, que al fin y al cabo "gentes de las montañas" significan las tres, por esa noche de sueños confortables, por esa noche en casa, con los que están y con los que se marcharon. Gracias por vuestra música.

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