Un estudiante reconoce en la honestidad de su profesor gay su propio proceso interior y encuentra fuerzas para aceptarse y quererse. Una chica explica a su familia que es lesbiana y modifica en muchos aspectos la valoración que sus padres o hermanos hacían de la orientación sexual. Andrés plantea en su grupo de amigos que ha comenzado el proceso para dejar de ser Rebeca y consigue así mayor información y respeto para la transexualidad. Marcos rompe la barrera del miedo y acude con su marido Sergio a la cena que su empresa organiza cada año para los empleados y sus parejas. Asun y Lidia piden en el hotel cama de matrimonio. Judit recorre las administraciones para reorganizar sus papeles oficiales y conseguir que en su DNI y su tarjeta sanitaria desaparezca el nombre de Pedro, y de paso se liga a un administrativo del INEM.
No vivimos solos. Cada uno de nosotros es responsable no sólo de su propia dignidad, de su propio cuidado, no sólo de la atención y protección de aquellas personas cercanas a las que quiere. También tenemos un compromiso con la educación y la transformación de los diversos grupos comunitarios y sociales en los que desarrollamos nuestras vidas. La visibilidad de personas transexuales, de lesbianas y de gays, de bisexuales, es un paso primero y esencial para que la sociedad aprenda tolerancia, respeto, para que entienda que estamos en un mundo diverso y lleno de color en el que se han quedado desenfocados los blancos y los negros. Cada uno de nuestros pequeños actos desencadena una indeterminada sucesión de pequeñas respuestas, de mínimos indicadores que hablan de una sociedad más inclusiva y más abierta. Cada salida del armario ha generado un efecto mariquita, digo un efecto mariposa, y ha obligado a la revisión y cancelación de miles de prejuicios, de cada salida de armario han derivado pequeñas conquistas, que un médico no dé por sentada la heterosexualidad de sus pacientes y recuerde que si eres lesbiana deberías cuidarte más en determinados aspectos, que un educador al hablar a adolescentes de sexualidad no hable sólo de contracepción o de prevención de embarazos no deseados, que una pastelería prepare tartas de boda con él y él, que una empresa decida contratar a una mujer transexual.
No tiene por qué ser fácil. "Recuerda decir siempre tu segundo apellido, no vayan a confundirte con un hijo mío", "¿Cáncer? Ya será esa otra cosa" son parte de mis consecuencias, junto a personas que se han apartado de mí, personas que me han hecho objeto de sus bromas y convertido en protagonista de sus divertidísimos chistes de maricones, anónimos amenazándome con matar a Glenda. Hay quienes han recibido palizas, quienes perdieron sus empleos, quienes han sido expulsados de sus casas, quienes han sufrido por ser valientes. Y que han sabido salir adelante con la mirada al frente y la cabeza muy muy alta. Pero incluso en la parte oscura de la visibilidad late nuestra fuerza, la fuerza de saber que tenemos razón, de que cada alegría propia se multiplicará por ciento en las alegrías de otros, que nuestros tropiezos avisarán a los que vengan, que nuestras lágrimas servirán para limpiar sus ojos y despejar un poco más sus experiencias.
Claro que debemos salir del armario, claro que debemos reivindicarnos y hacerlo como nosotros mismos decidamos, de traje y corbata o con boa de plumas, en la cátedra o en la discoteca. Es nuestra obligación para con nuestra comunidad de iguales, la de educar, sorprender, indignar, provocar y al fin de la lucha transformar.
Y esa responsabilidad es mucho mayor allí donde es más difícil pero se llega más lejos, es la de los personajes públicos, los que pueden mover miles y miles de conciencias y ser ejemplo y referencia para miles y miles de personas. Los gobernantes, los políticos, los actores, los cantantes, los educadores. También, por supuesto, los deportistas. Por eso me siento tan agradecido por la actitud abierta y valiente de Víctor Gutiérrez, de Javier Raya, de Jesús Tomillero (qué dura experiencia ese "el gol te lo van a meter por el culo" de alguna rata indigna), de Antía Fernández, porque abren caminos y cambian conciencias, porque abren no sólo las puertas de los armarios sino también las de los estadios. Justo en ese mundo del deporte en el que seleccionadores, comités olímpicos, deportistas de élite, aficionados y hooligans se consideran con patente de corso todavía para insultar sin consecuencias, para agredir sin rechazo social, para humillar y agredir, para explicar a tantos miles de jóvenes que ser gay o lesbiana está mal y que lo que tiene que hacer esa gente es "cortarse un poco". Vaya, gracias, generosos.
Lo sé, habrá más hombres y más mujeres en el mundo del deporte que darán la cara. Cada vez más. Y muchos lo harán gracias a que Antía, Gutiérrez, Raya o Tomillero han tenido algo de héroes. Incluso acabaremos escuchando la salida del armario de algún jugador de fútbol de la liga de las estrellas. Tal vez entonces dejemos en vergüenza a quienes hoy intentan avergonzarnos, tal vez entonces el deporte sea algo más habitable, algo más limpio. Tal vez sean muchas las personas que reflexionen y aprendan.
Por eso, sí, por todo eso, es necesario que salgamos de los armarios. Por eso es necesario que no se trata de cuestiones privadas e íntimas, esa intimidad que ha sido herramienta para la dominación y la exclusión, sino compromisos públicos, militantes y revolucionarios.
Y porque, qué coño, son muy guapos y nos encanta saber que juegan en nuestra liga. Que de ilusión también se vive.
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