En la Semana para descubrir los cementerios europeos, que busca destacar y divulgar el rico patrimonio cultural de tan peculiares vecinos, el cementerio de Santander, Ciriego, lleva ya tres años celebrando una jornada nocturna, un paseo cultural por la memoria del espacio acompañado por un subrayado de música, luces y poesía.
Como parecía lógico, la tercera edición de Arte para la eternidad, que así se llama esa velada quiso centrarse en las huellas que el tremendo incendio que arrasó Santander en 1941 había dejado por el camposanto, con estaciones en el muro occidental, en la cruz central y en las tumbas de Emilio Pino, a la sazón alcalde de Santander, y las de las familias Pérez del Molino, la pérdida y la reinvención del comercio del centro, y Quintana (Óptica Samot), los hermanos que apenas salvaron sus cámaras de su establecimiento de fotografía y que continuaron su trabajo, dejándonos testimonios como el que he elegido para ilustrar esta entrada del blog: la ruina de su propio trabajo.
María y Patricia, siempre llenas de ilusión y empeñadas en la labor de reivindicar el patrimonio de Ciriego, me invitaron a participar precisamente en esta estación, la que recordaba a Tomás Quintana y su hermano Alejandro. Y allí leí el pasado sábado 4 este poema compuesto para la ocasión.
EL
INSTANTE DEL FUEGO
Recordando a los
fotógrafos Tomás y Alejandro Quintana, SAMOT, 75 años después del Incendio de
Santander
I.
Pero el cadáver, ay,
siguió muriendo (César Vallejo)
Un
castillo de naipes
y
un fósforo encendido
forman
parte del rito de la muerte
y
del renacimiento.
La Fenice,
Sodoma,
Santander, la biblioteca
de
Anna Amalia de Weimar, Roma, Londres,
el
Reichstag, San Francisco, Fort MacMurray
hace
sólo unos días, Samarkanda,
el
Palacio de Macho, Tetuán,
la
Baixa de Lisboa, por donde paseábamos
rozándonos
las manos se desploman
por
el peso del fuego
contra
su propia entraña.
Nuestra
historia es también la que se oculta
bajo
mil toneladas de ceniza,
una
estirpe de escombros
inevitable,
sucia, descarnada.
II.
Serán cenizas, mas
tendrán sentido (Francisco de Quevedo)
Algunas
raras veces se despierta
la
vocación del héroe en nuestra oscura
rutina.
Comprendemos que no vamos
a
sollozar delante de las brasas,
que
entre riesgo y silencio hoy va a ganar el riesgo,
que
no tenemos tiempo de salvar
lo
que vieron los ojos y las máquinas,
la
implacable memoria revelada
de
la ciudad y de quienes la habitan.
No
vacilan las manos cuando escogen
las
gafas milagrosas y esa Leika
que
un segundo después, a salvo apenas,
registrará
la ruina de todo lo que fuimos.
III.
Ya que así me
miráis, miradme al menos (Gutierre de Cetina)
Es
un acto de amor guardar el grito,
disimular
la ira, contener
en
el estanque turbio de los ojos
la
furia de las lágrimas, alzarse
como
si todo no hubiera sucedido,
como
si fuera el fuego sólo sueño,
pesadillas
de ausencias y tizones.
Y
volver al trabajo con la cámara
temblando
entre las manos, dando forma
a
esa nueva memoria que ahora nace
de
las pavesas como un ave fénix
que
soberbia se alza ex igne nata.
1 comentario:
Incendio que destruyó primero y transformó, después, poco a poco, una ciudad entrañable y señorial.
Felicidades por dejar este testimonio en tus versos.
Un abrazo.
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