lunes, agosto 04, 2014

ESTAMOS LEYENDO … "MUERTE SÚBITA", DE ÁLVARO ENRIGUE


De entre los premios de narrativa que más me interesan, el Herralde ocupa un lugar de honor. Rara vez me ha decepcionado cuando he tomado la decisión de comprarlo y leerlo. Aunque claro, Anagrama es una de mis editoriales de referencia en todas y cada una de sus colecciones. Donde hay criterio, se nota.

Criterio, y del bueno, el del jurado integrado por Vicente Molina Foix, Paloma Díaz Mas, Marcos Giralt Torrente, Salvador Clotas y el propio Jorge Herralde que decidió otorgar el Herralde del pasado año a Muerte súbita, del mejicano Álvaro Enrigue, una de esas novelas que de pronto te sorprenden, te abruman y te permiten renovar ese pacto de amor con la lectura sellado hace ya tantos años.

Sí, después de una primavera bastante poco acertada en materia de lecturas, el verano me ha ido regalando muchas horas de placer: Muerte de una heroína roja , de Qiu Xiaolong, El mundo de afuera, de Jorge Franco o esta Muerte súbita

Estuve a punto de no comprarla, tan truculenta me parecía la situación de un partido de tenis entre Quevedo y Caravaggio en Roma en el año del Señor de 1599. Pero tras llevarlo a casa, tenerlo unos meses en lista de espera y, por fin, iniciar su lectura, me atrapó de forma inmediata. Para empezar, por la riqueza del lenguaje, esa sonoridad del español de allá que llevada al texto nos sigue resultando fuente deliciosa de sorpresas, y por la maestría y la elegancia con la que Enrigue narra los pequeños episodios, los apuntes históricos, las anécdotas y definiciones y hasta las reflexiones metaliterarias en las que nos analiza por qué escribió el texto y se pregunta si en realidad y bajo qué condiciones podría ser considerado una novela.

Y es que el texto es amable de leer pero no por eso menos complejo. Organizado por puntos, sets y partido  a la manera de los enfrentamientos tenísticos, cada uno de los breves capítulos es una especie de tesela que se va adhiriendo a un mosaico caleidoscópico que nos enfrente a una doble, triple, mirada sobre los tiempos del Imperio de los Austrias. La mirada de la severa y arrogante España, claro, pero también la de sus vecinos italianos y sobre todo, algo que nos resulta novedoso e interesante, de los conquistados. A lo largo de las teselas se nos aparecerán la ejecución de Ana Bolena y la confección con su pelo de cuatro pellas/pelotas de tenis con las que se pagará al verdugo, visitaremos la corte francesa, la masacre de los habitantes de Tenochtitlán, la Utopía de Tomás Moro y los intentos de algunos misioneros hispanos, ese sorprendente Vasco de Quiroga en este texto, de construir pequeños reinos utópicos en los territorios conquistados,  conoceremos a los patrocinadores de Caravaggio y sus intrigas, el arte de la amatequía y hasta, no sin una sorna deliciosa, conoceremos el origen de la aversión enfermiza de Quevedo a italianos y homosexuales, no digamos ya a los italianos homosexuales.

Es una novela, en fin, que rinde gratitud al idioma en el que se la concibe, a la historia que le da caminos para desbrozar, a esa atrevida construcción de las narraciones que desde el Estructuralismo se convierte en literatura de pata negra con las novelas del Boom, a la Posmodernidad que vivimos con el discurso fragmentario, abierto que acaba dejándonos con la duda de si hemos leído historia, ficción o una experta alquimia de ambas.

Supongo que de Muerte súbita sólo puedo rematar de una forma: Siento la necesidad de buscar nuevas novelas de Álvaro Enrigue, de volver a sumergirme entre sus palabras en busca del placer de la sorpresa.

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