Parece que algunos amigos y conbocidos se han sentido molestos por la incorporación a la ONG Imbéciles Sin Fronteras del ínclito y nunca bien ponderado Jorge Fernández Díaz, tras esas sesudas declaraciones en foro oficial y revestido de la dignidad de ministro del Gobierno de España en las que relaciona de manera inequívoca la igualdad civil para las parejas de gays y de lesbianas con la extinción de la humanidad. Discurso racional, científico y contrastado al que pronto se sumó como monaguillo camarlengo el simpar Martínez Camino, contrastado semental reproductor que si no recuerdo mal ya entró hace tiempo en la directiva de la ONG.
Al parecer, calificar de imbécil a quien profiere iimbecilidades es atacar sus derechos a la libertad de opinión y a la libertad de expresión. A pesar de la autorizada voz de Forrest Gump y su clásico "Tonto es quien hace tonterías". E imbécil, añade Rukaegos Gump, el que espeta imbecilidades.
En cualquier caso, parece que habría que aclarar que de ninguna de las maneras cuestiono el derecho del preclaro ministro a hacer el ridículo en público y en privado. De hecho, tengo que confesar que casi me gusta constatar cada tanto que los magnates más señoros de lado derecho, esos que según ellos mismos son todo un ejemplo de cualificación y preparación, resultan mucho más necios que la media. Lo que no significa que me cueste comulgar con algunas consideraciones.
La primera de ellas, cuando habla Jorge todo es okey, pero cuando habla el Ministro del Interior del Gobierno de España me considero, como ciudadano de ese mismo país a exigir un mínimo de decoro, de sentido común, de equilibrio mental. Y es que la actual estructura política es heredera de la Ilustración y del Imperio de la Razón (aunque no lo parezca), así que si alguien es incapaz de separar sus creencias privadas o sus prejuicios de su función pública, haría bien en renunciar a representar a quienes no merecen, no merecemos, tal vergüenza. O cuando menos a guardar un inteligente silencio.
La segunda, claro, el atributo de imbécil a don Fernández no le viene de estar más contento o menos contento con la constatación de que gays y lesbianas podemos casarnos, podemos formar familias, con la misma protección legal que él con la suya, y con que el Constitucional haya avalado las modificaciones del Código Civil que así lo permiten. No es que tenga el hombre amplios conocimientos jurídicos como para cuestionar a los guardianes de la Constitución y sus argumentos. Pero si entramos en el siempre resbaladizo territorio de la fe y las creencias, en el terreno de lo meramente subjetivo e irracional, todo (bueno, casi todo) es también okey. Pero él no dijo "no me gusta", no dijo "había otras fórmulas legales" ni nada parecido. Dijo que la protección legal de las parejas de dos hombres o dos mujeres, el matrimonio igualitario, suponía una amenaza para la supervivencia de la especie. Que ya me veía yo como uno de los villanos de Superman o algo parecido y a don Fernández en mallas de colores buscando justicia contra los malosos. Dijo, en fin, una tontería solemne, una estupidez al cubo, una chorrada con chorreras. Y como tal hay que tratar sus palabras que, desde luego, distan mucho de configurar una opinión.
Pero como uno cree en la libertad, en la protección de los derechos fundamentales y nada más lejos de mi intención que la de cercenar que don Fernández pueda decir lo que quiera donde le plazca, siempre y cuando no ejerza de cargo público al servicio, se supone, de todos los españoles, estoy dispuesto a iniciar desde este pequeño, perverso y polimorfo blog una campaña internacional para que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Título I de la Constitución Española y todo lo que haga falta consagren, reconozcan y protejan el Derecho al Disparate.
Lo mismo así se queda tranquilo el Ministro del Interior y no se ve agredido por hordas intolerantes de racionalistas compulsivos. Aunque tengamos que asumir que en efecto no fuera un meteorito el que provocó la extinción de los dinosaurios, sino la incontestable evidencia de que la tierra se llenó de estegosaurios maricas y de bolleras velocirraptoras.
La segunda, claro, el atributo de imbécil a don Fernández no le viene de estar más contento o menos contento con la constatación de que gays y lesbianas podemos casarnos, podemos formar familias, con la misma protección legal que él con la suya, y con que el Constitucional haya avalado las modificaciones del Código Civil que así lo permiten. No es que tenga el hombre amplios conocimientos jurídicos como para cuestionar a los guardianes de la Constitución y sus argumentos. Pero si entramos en el siempre resbaladizo territorio de la fe y las creencias, en el terreno de lo meramente subjetivo e irracional, todo (bueno, casi todo) es también okey. Pero él no dijo "no me gusta", no dijo "había otras fórmulas legales" ni nada parecido. Dijo que la protección legal de las parejas de dos hombres o dos mujeres, el matrimonio igualitario, suponía una amenaza para la supervivencia de la especie. Que ya me veía yo como uno de los villanos de Superman o algo parecido y a don Fernández en mallas de colores buscando justicia contra los malosos. Dijo, en fin, una tontería solemne, una estupidez al cubo, una chorrada con chorreras. Y como tal hay que tratar sus palabras que, desde luego, distan mucho de configurar una opinión.
Pero como uno cree en la libertad, en la protección de los derechos fundamentales y nada más lejos de mi intención que la de cercenar que don Fernández pueda decir lo que quiera donde le plazca, siempre y cuando no ejerza de cargo público al servicio, se supone, de todos los españoles, estoy dispuesto a iniciar desde este pequeño, perverso y polimorfo blog una campaña internacional para que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Título I de la Constitución Española y todo lo que haga falta consagren, reconozcan y protejan el Derecho al Disparate.
Lo mismo así se queda tranquilo el Ministro del Interior y no se ve agredido por hordas intolerantes de racionalistas compulsivos. Aunque tengamos que asumir que en efecto no fuera un meteorito el que provocó la extinción de los dinosaurios, sino la incontestable evidencia de que la tierra se llenó de estegosaurios maricas y de bolleras velocirraptoras.
1 comentario:
Magnífico!.
Lo peor de este siniestro imbécil no es la imbecilidad propia, sino el puesto que ocupa: manda en las fuerzas que -teoricamente- deben proteger a la ciudadanía y las libertades.
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