Puesto el punto final a la satrapía de Ocejo en el Festival Internacional de Santander son muchos los interrogantes que ahora se abren, algunos de los cuáles irán encontrando respuesta inmediata con la previsible reunión del Patronato a principios del otoño. Otros deberían formar parte de un debate social amplio y enriquecedor, capaz de definir cuál es el Festival que queremos, el que necesitamos, el que podemos. Capaz, en suma, de devolver la ilusión alrededor del vetusto y ausente evento, de recuperar su carácter de fiesta colectiva, y de dotar de renovados bríos, de esperanza y de futuro a la aventura que Ataúlfo Argenta iniciara junto a José Manuel Riancho en el lejano 1952.
Desde este blog me atrevo a poner en abierto algunas de las cuestiones que me parecen relevantes y que tal vez sirvan nada más para un debate privado en esta habitación desordenada. Organizadas de cinco en cinco.
1. DEFINICIÓN DE LA ESTRUCTURA JURÍDICA. A lo largo de estos años, ha sido patente que la personalidad jurídica del Festival está anticuada, que no responde a las necesidades y criterios de una mirada contemporánea, mucho menos a las exigencias que hoy la sociedad plantea a una institución que gestiona dinero público y que por tanto está al servicio del común y no de intereses privados. Esta modernización del status jurídico del Festival necesariamente debe contener unas normas precisas sobre nombramiento y responsabilidad del director y el equipo responsable, sobre el control que alrededor de la gestión y resultados deben ejercer quienes sostienen económicamente el evento, la garantía de libertad en la definición del proyecto artístico y su desarrollo, la limitación temporal en el desempeño del cargo, y seguramente muchos otros extremos que estarán apreciando ojos más avezados.
2. DEFINICIÓN DEL PROYECTO/PROYECTOS. Me parece importante que el Festival orbite en torno a uno o varios proyectos coherentes y de medio recorrido. Considero que el pastiche o el patchwork están fuera de onda desde hace tiempo, que la capacidad de un gran evento para atraer la atención exterior y la satisfacción interior pasa por la adquisición de una personalidad propia y diferenciada. Una singularidad que defina al Festival no sólo frente a otros eventos de cercanas características, al menos en España, sino también frente a las programaciones regulares que están hoy al alcance de la mano si no en Cantabria sí en Bilbao, San Sebastián, Oviedo, Madrid o Burgos, ciudades todas que están recibiendo a un público cántabro ya demasiado desencantado con los ardores locales. No se puede seguir sosteniendo que la identidad del Festival sea “la calidad” (ese es un mínimo exigible, no un objetivo per se) o “la excepcionalidad” (sobre todo cuando se habla desde la repetición de propuestas y artistas o desde la presentación de lo que es normal a lo largo del año en tantos programas).
3. ACCESIBILIDAD. De entre las críticas que han sido frecuentes en los últimos años, una ha sido la de los precios imposibles de las entradas. El Festival ha tenido una financiación esencialmente pública, y por tanto sus precios deben ser sí o sí precios públicos. Es impresentable que las instituciones de todos financien un chiringuito vip para la exhibición de vanidades políticas, económicas y variopintas. Basta echar un vistazo a programas similares a los del FIS en estos años atrás para que resulte evidente que idénticos programas con idénticos artistas suponían en otros foros entradas un 40-50% más baratas que en Santander. Sin contar descuentos específicos para determinados grupos. Una parte de la relación sentimental entre Santander y su Festival se basaba en la capacidad de atracción de la música, la danza y el teatro hacia públicos que mostraban curiosidad o fascinación y que descubrían un particular universo. Una función en cierto modo iniciática que se ha perdido, en buena medida por, me repito, unas entradas a precios escandalosos.
4. MARCO TERRITORIAL. Uno de los puntos de consideración obligatoria en cualquier estrategia moderna de gestión cultural es la relación entre la institución/programación y el territorio en el que se desarrolla y, en este caso, del que depende. Resulta necesario abrir un diálogo fructífero entre el Festival y la sociedad santanderina y cántabra, y en especial un diálogo entre el Festival y los artistas de Cantabria. Que se perciba la mayor propuesta musical y escénica de nuestra región como un espacio ausente, como una oportunidad imposible para los intérpretes y creadores cántabros es, sin duda, una fuerte pérdida. Desde la excelencia, pero también desde el riesgo, el Festival tiene que abrir espacios de crecimiento y proyección, tiene que ser también oportunidad. Y tiene que ser también impulso: que tras 61 años de grandilocuencia Cantabria sea hoy, por ejemplo, la única comunidad autonóma que no cuente con una formación orquestal, sea en formato grande, sea medio, sea pequeño, sea estable sea temporal. Vale, estamos en crisis. Pero no siempre lo hemos estado. Y el Festival no ha sido capaz, no ha querido o no ha estado interesado en provocar y aportar vitalidad.
5. COMUNICACIÓN. Frente a la narración oficial del Festival, que lo propone como gran referente cultural y gran embajador de Cantabria, la realidad, la triste realidad, es que desde hace años ni la crítica, ni los medios, generales o especializados, muestran mayor interés por lo que ocurre en los agostos festivaleros santanderinos. Sumergirse en las hemerotecas es constatar un amplio silencio que desde luego contradice el discurso autocomplaciente. Encontrar la definición, la personalidad, la singularidad es, sin duda, un buen camino para una nueva carta de presentación capaz de atraer el interés. Pero no es la única tarea pendiente. Hay toda una estrategia de comunicación y de relaciones públicas abiertas por desarrollar frente al estatismo, las puertas cerradas y la conformidad con las valoraciones cada vez más escasas de los viejos amigos.
3 comentarios:
Suscribo tus palabras.
Al final, terminó siendo un festival para pocos con el dinero de todos.
Entradas caras y una programación pintoresca, llena de ocurrencias e improvisación, han acabado por hundirlo. Si quieren eso, que lo programe un Club Social para un sector de ricos-nuevos ricos y políticos determinados donde puedan comer canapés, charlar y en definitiva; hacer vida social los de su clase, pero que no usen la cultura para eso.
El festival debe de hundir sus raíces en la sociedad sin distinción de clases, pese a quién le pese.
La cultura debe ser accesible y no un motivo de separación social.
Es increíble que aún siga siendo, en Cantabria.
Con su salida, servirá para abrir la cultura a todos; eso espero.
Gracias por el comentario, Antonio.
En efecto, la salida de Ocejo debe servir para replantear la propia esencia del Festival: en parte, regresar a sus orígenes y a sus mejores páginas, en parte abrir las ventanas y dejarse invadir de futuro.
Pero si el cambio se hace para continuar por la misma senda, poco negocio hemos hecho.
Saludos
hacer vida social los de su clase, pero que no usen la cultura para eso.
A mí también me gustaría, pero no podemos cerrar los ojos: en 1920 ya pasaba, y en 1880, y en 1830, y en...me temo que hay que convivir con ello de la manera más discreta posible.
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