Transitando como siempre por el lado patético de la fuerza, regresan a este blog que también es suyo de ustedes los Momentos estelares de la biografía del simpar Rukaegos. Y es que a pesar de las entregas sucesivas de la serie, siempre hay un pozo oscuro para embarrarse un poco más, sobre todo cuando uno cuenta con contertulias habituales como la también simpar Kim Stery, súperfan de los momentos y reportera dicharachera de cutas entrevistas íntimas siempre cabe esperar el asomo de nuevas vergüenzas en la memoria. Y cómo no de la no menos simpar Patricia Nuro, que con su blog de mierda es guresa de la moda y los modales para todo aquel que aprender de sus artes pueda y quiera.
El caso es que andábamos el otro día por el Twitter especulando de qué modo y manera serían los gayumbos que el alcalde de Santander habría humedecido durante la presentación del Botín Center (datos no cofirmados y muy off off off the record), y dudando si serían más acordes a su personalidad los Abanderado o los clásicos braslip Ocean, e incluso dejándonos llevar por las moderneces abrir paso a unos Punto Blanco divinos, cuando Rukaegos recordó aquella vieja máxima de las abuelas de que los interiores tenían que ir siempre tan impecables como si se fuera al médico. Aunque dice mi hermana Pequeño Monstruo (que trabaja en una consulta de esas en las que te tienes que desnudar por exigencias del guión) que las interioridades van mucho más rotas y sucias de lo que cabría esperar en este Santander de nuestras entretelas, y aunque hoy suene mucho más moderno pensar que hay que llevar la guardia bien alta por si hay que bajar el calzón exterior para menesteres mucho más placenteros que la práctica médica. Sí, también en Santander se presentan ocasiones urgentes que es necesario aprovechar.
Érase una vez un Rukaegos que figuraba en la nómina becaria de un departamento universitario, junto a amigos como Serventesio y enemigos de cuyo nombre se acuerda pero no le da la gana de mencionar ni con mote, porque no son menester para la narración en curso. Y érase una vez una cena de fin de curso informal en la que los chicarrones y chicarronas del último año universitario pretendían festejar a base de alcohol, rabas y alcohol el fin de los viejos males y el comienzo de las nuevas incertidumbres. No había muchos invitados de entre quienes habían participado como torturadores psíquicos en el proceso, pero qué duda iba a caber de que entre ellos, como los más simpáticos y reconocidos estaban los meritorios Serventesio y Rukaegos. Ambos a dos más bien desentrenados de la ingesta alcohólica y en pleno perjuicio tras ingerir dos o tres rabas y doce o trece gin tonics. En compañía de los miembros de la conocida Peña Pijocanalla de la promoción, liderada por Kinito Cavernario, que tenía ya bien trazado su perverso plan.
Como si de trileros de segunda división se tratara, en un oscuro pub de la calle Santa Lucía comenzaron algunas partidas improvisadas de futbolín, Canallas contra Meritorios, en las que Rukaegos y Serventesio gozaron de importantes momentos de gloria gol tras gol, contradiciendo las habladurías y demostrando a los pijocanallas que también en los ámbitos del saber extático y ausente arraigaba un espíritu deportivo digno de mención. Y entre ohhs y ahsss admirados por los una-y-otra-vez derrotados canallas propuso Kinito Cavernario lavar el honor de los ya ex-alumnos con una apuesta. "Sometámonos al juicio de Dios, como los caballeros medievales" dijo con resignado tono "aunque está claro que en la revancha que os pedimos palmaremos nosotros, que mira que sois buenos, tíos". En plena fase de exaltación de la amistad se acercaron algunos de los Canallas con nuevas rondas gintónicas para desentonar el cuerpo, y se selló el desafío. Nueva partida de futbolín, esta vez a muerte. O más bien a calzón quitado, porque quienes perdieran deberían bajarse el exterior y mostrar sus Men's Secret a la concurrencia.
Serventesio andaba cocido y recocido, y no tardó en gritar un yabadabadú que los presentes tradujeron como un rotundo sí. Entretanto, Rukaegos, comprometido ya sin saberlo por la precipitación de su colega, trataba de recordar en qué tipo de pasarela se desarrollaban en la Edad Media los juicios de Dior, hickss, al mismo tiempo que alguna extraña lucecita libidinosilla le comentaba lo buenorro que tenía que estar Kinito Cavernario a gayumbo abierto. Dicho y hecho, se inició la partida en la que, como ustedes supondrán, los Canallas endosaron un rotundo 11 - 0 a los Meritorios, que no se olieron en todo el combate ni media bola. Y así hasta cinco veces, sumando un cómputo final de 54 - 1 (en propia puerta) a favor de los meritorios, después de que con fingido asombro exclamara Cavernario "Venga, esta no vale que está claro que os habéis despistado, pero si estabais ganando todas".
Llegó el momento de cumplir. Y a pesar de que Serventesio era ahora tan damiselo recatado como antes arrojado imprudente, Rukaegos proclamó con un huracán de Tanqueray en la voz "Yo soy un caballero" (dijo eh realidad algo más pastoso, tipo jafballero) antes de soltar cinturón y cremallera y dejar caer sus tejanos de diseño hasta media rodilla.
Quede claro que por aquellos años estaba Rukaegos en una de sus mejores salsas y si bien no contaba con un palmito impactante sí que lucía un cuerpo razonable, muy bien secundado por su exquisito gusto para las intimidades. Tan exquisito que muy pronto todos se olvidaron de los slips de mercadillo con mafaldas dibujadas que presentó para su eterna vergüenza Serventesio para sorprenderse con los ajustados, favorecedores, arriesgados y modernísimos gayumbos de John Galliano (todavía no caído en desgracia) que presentó Rukaegos a la gratamente sorprendida audiencia. Y es que como aplaudió el cara de Cavernario, muerto de envidia, eso sí, "Para qué se va a poner un hombre unos gayumbos como esos si no es para enseñarlos".
Rukaegos no pilló nada en la fatídica noche. Pero a la mañana siguiente disfrutaba de un importante dolor de cabeza, de un estómago revuelto con sabor a ginebra rancia, y una vaga sensación de haber sido el gran héroe de la jornada que le enorgullecía mucho mucho allí en lo más íntimo de su perturbado ser.
7 comentarios:
¿Gintonics, futbolín y calzoncillos? Somos almas gemelas: así podrían resumirse muchas de mis noches de juventud
Las anécdotas de antes no son como las de ahora.
Antes no teníamos blogs ni nada que se le pareciera.
Tenía más encanto.
Aunque fuera enseñar los calzoncillos o fumar un cigarrillo a escondidas.
Digo yo.
¿Estamos hablando de los mismos gayumbos que te compraste en Zaragoza para quitarte el disgusto de haberte llevado a cenar a un vegetariano y que, tiempo después, Glenda te destrozó a bocados? XD
Mañana andaré por Liérganes, Patri, pero iré de formal :) Aunque si te tomas un café, ya sabes que soy tu flan número uno o uno y pico.
Ágata, siempre las anécdotas son parte de un pasado mejor. Sobre todo porque éramos más jóvenes.
Frantic, esos mismos, los que se cargó la Glenda, aynss, qué divinos eran.
Muy buena anécdota, Ruka, muy buena. Y tan santanderina, con sus rabas (aunque fuesen dos o tres) y sus futbolines. Yo era más de futbolín en el Río, eso sí, siempre entre notoriamente alegre y definitivamente cocido.
Muy cerca del Río fue, Julián, en los primeros números de Santa Lucía ;)
¡Ja,ja,ja!,¡qué bueno tu relato!, me imagino perfectamente la escena.
¿Serían los años ochenta?, esos maravillosos años 80,llenos de risas y de discos en vinilo.
Me acuerdo de Talk talk y una de sus canciones "It's my life"
http://youtu.be/-lAdZJntj2E
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