sábado, septiembre 03, 2011

LA VACA DE ANGELA MERKEL


Érase una vez una vaca alemana ...

Una vaca altiva, segura de sí misma, una vaca que no estaba dispuesta a aceptar otra imposición que la marcada por su propia voluntad. A cualquier precio. No importaba qué humillación ajena puediera suponer su capricho. No importaba que puediera esa avidez de poder, la búsqueda de ese sentimiento de libertad y de control, provocar ríos de polémicas periodísticas, desabastecimientos o miserias.

Una vaca alemana.

La vaca Yvonne, que por algún milagro de la intuición animal pareció intuir hace unos meses -que por mayo era, por mayo- su trágico destino de carne de mercado y matarife. Y decidió escapar de su bávara granja y su cruel destino y como maquis cornudo y contemporáneo, echarse al monte.

Durante cuatro meses una vaca alemana, la vaca Yvonne, ha sido noticia cada día. Ha enfrentado a una unidad policial motorizada dejándola severamente averiada y eternamente ridiculizada. Ha escapado de los helicópteros armados de las más sofisticadas tecnologías alemanas, esquivando sus sensores entre el amado y liberador boscaje. Ha resistido a todas y cada una de las tentaciones que nuestros amados germanos, cual Satanás frente a Cristo en el desierto, le iban proponiendo: que si exquisitos manjares con los que redondear sus turgentes setecientos kilos, que si la llamada angustiada de su tierno novillo Friesi, que si la solidaridad sensata del mugido de su hermana Waltraud (mmmuuuuuuuy querida hermana, llevas muuuuuuuucho tiempo lejos de casa), que si la pornográfica oferta de un semental bárbaro y teutón (que no se llamaría Sultán, sino Káiser, pero resultó igual de ineficiente). Se ha convertido en todo un ídolo de masas, se ha burlado de los cazadores que parecen tan hábiles para acribillar codornices y abandonar perros pero menos para localizar a tamaña bóvida. Se ha reído de Alemania y de su presuntuosa eficacia, esa que su presidenta Merkel quiere imponer como modelo tras años de incumplir objetivos de estabilidad presupuestaria, esa con la que nos escupe cada día a los españoles con datos falsos sobre nuestras horas de trabajo o nuestros sueldos. Esa misma Merkel que ni siquiera es capaz de controlar los movimientos de una vaca.

Porque para que quede bien clarito, no han sido los ejércitos alemanes movilizados durante meses los que por fin han puesto término a la fuga. Ni siquiera el hambre, porque sigue manteniendo bien firme su tonelaje, alimentado con sabiduría en montes y prados. Ha sido, pobre Yvonne, la soledad, la necesidad de volver a estar acompañada, seguramente no por cazadores, soldados, carnívoros, granjeros o Merkeles, sino de la buena de Waltraud y el delicado Friesi. Y aún así, a pesar de esa entrega voluntaria, han tenido que drogarla e inmovilizarla, no sea que retomado el contacto con el género humano, versión germánica, la libertaria Yvonne se decidiera por regresar al monte y humillar nuevamente a La Cancillera.

Me pregunto qué será de Yvonne. Me pregunto si tras estos cuatro meses de voluntad de vida no se merecería un retiro exclusivo y permenente, junto a su jato y su hermana, junto a un semental de mejores prestaciones que el inútil de Káiser, en una verde pradera bien lejos de granjas y mataderos. Si no tendríamos que hacer de esta bendita vaca todo un símbolo de la lucha contra los antojos de Merkel y sus compinches, contra la avaricia de los mercados.

Me pregunto si tal vez la buena de Yvonne no se habría leído de jovencita una divertida y encantadora novela de Bernardo Atxaga, sus "Memorias de una vaca". Donde junto a la dulce protagonista Mo aparece uno de esos secundarios irrepetibles y cautivadores, La vache que rit, la vaca absurda y loca que quería ser jabalí y que escapó a los montes en busca de su libertad, de su felicidad, de su destino.

Porque una vez más la realidad imita a la ficción y son las bestias, como en las viejas fábulas, las que llegan a dar sus lecciones a los bárbaros.


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