Me comentaba en el Facebook Óscar Sañudo que las tradicionales sesiones de balance y autobombo del Festival Internacional de Santander siempre le recordaban a las focas que se aplauden a sí mismas en el circo.
Y como es costumbre, en la rueda de prensa convocada para evaluar el desarrollo del evento en su sexagésimo aniversario, se inició con un paseo triunfal de un director perdido desde hace mucho en la rueda que gira y gira alrededor del propio ombligo como si de un hámster compulsivo se tratara. Será que la crisis le ha hecho un poco menos imprudente en este trazo final, que no en los anteriores, y parece que no ha basado la defensa de la paupérrima, repetitiva y aburridísima programación en la falta de dineros como los de Salzburgo como si él fuera un nuevo Karajan o un clon de Mortier. Meros datos sobre estrenos y ocupación de sala, mucha insistencia en los precios más bajos (después de años en un nivel estratosférico de imposible justificación). Y por supuesto, y como la prensa se ha encargado de resaltar, ni una sola referencia estratégica hacia el futuro. Ni para explicar qué proyecto (palabra maldita para Ocejo, que ha conseguido naufragar tantas ediciones sin proponer proyecto alguno) se piensa desarrollar para salvar del hundimiento a la cita estival, ni para resolver el reto financiero de un evento que no sólo tendrá que moderar una gestión económica que nunca ha estado dispuesta a control alguno, sino que tendrá que enfrentarse al serio endeudamiento producto de años y años de absurdo.
Sin concretar proyecto alguno, sin realizar crítica o análisis mínimo, Diego y De la Serna flanqueaban al granítico Ocejo, si bien más que festejarle las gracias como otrora, parecían esta vez más predispuestos a la cara de circunstancia. Habló Diego del reto de adaptar el Festival a la crisis pero muy pronto cayó obscenamente en los lugares comunes por los que luego rebañó Íñigo de la Serna, como siempre fuera de la realidad, faltos de un solo dato que justifique un discurso escrito o bien por el propio festival o bien por asesores cercanos que habrán buscado los datos en la Wikipedia. Como mucho.
Sólo desde una profunda indiferencia, peor aún que la ignorancia, se puede sostener sin que la cara vaya fragmentándose en dirección al suelo de pura vergüenza, que el dinero gastado en el Festival Internacional de Santander es una inversión que multiplica por cuatro y que revierte en tantos sectores de la economía regional. Una región, un festival, que han hecho gala constante de su escaso interés por la realidad, que no han desarrollado estudio alguno sobre hábitos o satisfacción de sus usuarios, que en tiempos recientes pasó dos encuestas que pudieron haber hecho morir de risa a cualquier experto en estudios de mercado, sociología o encuestas (la una era voluntaria, anónima, en unas urnas monísimas, y jamás se hizo pública después de que se comprobara -uno tiene fuentes estupendas- de que a la pregunta de "¿Qué cambiaría del Festival Internacional?" la respuesta era casi unánime. "Su director". En la otra, cómo admiro a mi madre y su capacidad para responder con certera exactitud, lengua afilada, y el músculo de la risa hierático como si no fuera capaz de caer en la tentación, preguntaban cosas tales como "¿Cena usted cuando viene al Festival?" -respuesta: "Sí, y el resto de las noches del año también". O "¿Ha ido usted a la peluquería?" -respuesta: Como todas las semanas del año, no voy a salir de casa hecha una facha. O la sofisticada "¿Estrena usted ropa para venir?" -respuesta "No, yo voy así de estupenda siempre". Como se ve, profundas cuestiones existenciales sobre la esencia del Festival y su proyecto -juas- artístico -juas-).
La triste realidad es que a nuestros dos próceres o les engañan como a chinos o les importa el tema todavía menos de lo que parece. Porque lo cierto es que del Festival Internacional de Santander hace ya muchos años que la prensa nacional no se hace eco alguno, como mucho un par de breves puntuales por año y eso si estrenan algo de Tomás Marco, que tiene sus influencias y un ego aún mayor que el de Ocejo. Lo cierto es que no cabe en cabeza alguna pensar que un Festival anticuado y falto de nervio, replegado sobre su propia melancolía, pueda ser motor del turismo. Sobre todo si tenemos en cuenta que no hace pública su programación hasta finales de junio, mediados de julio las más veces, tiempo en el que las vacaciones están ya más que determinadas.
Aunque sí tiene Ignacio Diego razón en una cosa: la cultura es, puede ser, un fuerte motor de empleo y de dinamización económica. No creo que el tiempo presente sea el mejor para un sector como el cultural. Pero hacia el futuro debería ser un estratégico para una región que necesita apuestas diferenciales. Y para que ese vigor pueda materializarse, sin duda lo último que necesitamos son viejas estructuras parásitas, de las que nada cabe esperar sino bostezos más extensos y oscuros que nuestras impresionantes cavernas. Puede que Gobierno de Cantabria y Ayuntamiento de Santander se pongan de una vez a la tarea. O puede que no. Hasta que el festival deje de estar como ahora, terminal, y definitivamente muera.
3 comentarios:
Has reflejado muy bien la (cruda) realidad del FIS, como tantas otras veces. Pero yo me pregunto, quién es peor, si el fraile infinito o quienes le mantienen en el poder, qué oscuros o extraños intereses pueden mantener a un individuo como es este fraile infinito...........
Hay un viejo refrán que solía escuchar por mis infantiles tierras campurrianas: Tan jodido enero como febrero. El uno por acción, los otros por omisión e indiferencia.
Al director del FIS le han mantenido los unos y los siguientes, porque ni los unos ni los siguientes tienen interés alguno en el asunto. Si a la falta de interés le sumas alguna ignorancia, el resultado es el que es.
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