jueves, marzo 10, 2011

UN ÁNGEL PASÓ POR SANTANDER. Pequeño homenaje personal para Virginia Maquieira.


En una de las novelas de su serie del Mundodisco, mi adorado Terry Pratchett recoge un proverbio klatchiano que reza "Procura no vivir en tiempos interesantes". Pero como no suelo fiarme de los proverbios, reconozco que en muchos de los años últimos he atravesado tiempos interesantes. Con todo lo que esos tiempos tienen de interés, de pasión, de riesgo y de dolor.

Ha sido la Universidad Internacional Menéndez Pelayo uno de mis referentes personales en estos tiempos interesantes. Una especie de balneario emocional e intelectual en el que a partir de una primera oportunidad para colaborar en su ciclo tradicional de los Martes Literarios me he sentido siempre acogido y apreciado. como formando parte de una extraña familia en la que seguramente era mucho más fácil ser el primo lejano que llega de visita y que luego se marcha.

Visita tras visita se fueron generando los afectos. Afectos golondrina, que regresaban de vuelta con el buen tiempo, o que después de una intensa temporada se marchaban a la tercera catarata del Nilo para no regresar más. Pero también afectos firmes, estables. Discontinuos, claro, por culpa de la distancia. Continuos, sin embargo, por mor de la voluntad y con el apoyo de las tecnologías.

Apareció en esa familia Virginia Maquieira, como Vicerrectora de Actividades Extra Académicas. Y con ella llegó, me llegó, un soplo de frescura. Tengo presente a Virginia como una mujer capacitada para escuchar de forma asertiva, para sonreír en la escucha, para dar confianza y arrancarte tal vez sin esperarlos dudas, dolores y secretos. A Virginia como una mujer segura de sí misma, trabajadora, constante y arriesgada, empeñada en la tarea de generar un lazo afectivo entre la Universidad, su UIMP, y la ciudad de Santander. Y una mujer que supo salir airosa de ese empeño, nada fácil tras una larga historia de silencios, ausencias y vidas paralelas, y hacerlo por su implicación, por su cercanía. ¿Cómo olvidar a la Virginia que se acercaba a las colas de los martes literarios y modificaba algunos esquemas, que daba instrucciones para que le acercaran una silla a esa feliz y tierna octogenaria que es Dora, para que abrieran antes y la gente no tuviera que esperar de pie tanto rato? ¿Cómo olvidar a la que tan rápido memorizaba los nombres del público habitual, y encontraba un momento en su febril actividad para saludar, interesarse por sus intereses y vidas?

No puedo ser, tampoco quiero serlo, objetivo en mi evocación de Virginia. Han sido muchas horas en su compañía, hablando de lo divino y sobre todo de lo humano, compartiendo mesa con escritores excepcionales y analizando realidades y sueños. Muchas horas en las que también he compartido momentos relevantes de mi historia personal, tal vez porque su raíz argentina la convertía en excepcional testigo de la dificultad para conseguir los papeles y permisos de Leo, para crear a tres bandas una pequeña fraternidad rioplatense, y también del maldito tiempo interesante en el que el cáncer se convirtió en el único tema de conversación hasta que fue sustituido por la terrible ausencia. Esa terrible y dolorosa ausencia en la que nada importó la lejanía para que Virginia se hiciera presente.

Entre su vocación académica, sus tesis, sus tribunales, sus clases, sus investigaciones, y su compromiso con el proyecto de Salvador Ordóñez para la UIMP, Virginia eligió la primera parte hace unos meses. Y desde hace un par de semanas sabemos que ya no continuará como Vicerrectora, y que ya no formará parte de ese bálsamo intelectual atrincherado en los veranos de La Magdalena. Aunque estoy seguro de que regresará a Cantabria, porque ahora tiene el deber de encontrar tiempo para que los muchos y sinceros amigos que deja en esta tierra tengamos la oportunidad de devolverle un poco de todo lo que nos dio, acompañándola en el descubrimiento de esa magia de nuestras Cantabrias personales que por exceso de compromiso y de trabajo no tuvo nunca tiempo de conocer.

Sí, ya sé que los minutos y las personas pasan. Pero yo a Virginia voy a añorarla mucho. Y a seguir reservando para ella un espacio limpio y abierto en mi corazón.

Toda la suerte del mundo, Virginia. Y todo el cariño.

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