Supongo que para quienes crecieron cómodos en los roles tradicionales (el del chico aguerrido y tenaz, ambicioso y rebelde que acaba por conseguir sus metas y casarse con la rubia mona, el de la chica tan mona como sumisa y bobita que espera y espera hasta que se lía con el príncipe) será difícil entender que los cuentos infantiles no son tan inocentes como pueden parecer, que detrás de su formulación tierna y encantadora está también toda una herramienta educativa que ha contribuido siglo tras siglo a definir los perfiles del qué y cómo es un hombre, del qué y cómo es una mujer. Un mecanismo más de control social que nos dejaba claro qué esperaba la sociedad de nosotros y negaba por ridículas algunas veces, por invisibles las más, otras opciones.
En la campaña de acoso y derribo de ciertos sectores que siempre se enfadan siempre si les llamas machistas (y todavía más si les llamas homófobos) contra todo lo que signifique trabajar para la igualdad en el plano simbólico, tratar de realizar un análisis crítico del lenguaje en todas sus manifestaciones para desvelar la persistencia en el mismo de tantos usos sexistas y proponer alternativas para su corrección, han sonado estas semanas pasadas clarines de guerra contra la Ministra de Igualdad (más tibios, pero también sonaron aquí en Cantabria contra la Dirección General de la Mujer por idéntica cuestión) por atreverse a proponer una relectura de los cuentos de hadas en clave de igualdad. Utilizando entre otras estrategias la de la sustitución de los roles protagonistas masculinos por equivalentes femeninos.
Recuerdo todavía la discusión que mantuve con un amigo, hombre, joven, heterosexual, progresista, que no podía evitar exclamar con mucho aspaviento "¡Y luego querrán que no les llamen chochonas!" al referirse a la publicación del Gobierno de Cantabria sobre la reinvención de los cuentos tradicionales. Pero claro, él siempre había vivido un universo fantástico en el que el príncipe besaba a una rana que se transformaba en linda princesa rubia a la que el pelo crecía tanto que podía lanzar las trenzas para que su amado galán la rescatara de la malvada bruja que le había dado a comer una manzana roja después de pincharla con un huso, y atravesando zarzas, matando dragones, domando ogros, y trepando por matas de guisante acabaría por probarle su zapatito de cristal antes de darle el definitivo beso de amor y despertarla para escuchar cómo se quejaba por el incómodo garbanzo que alguien había olvidado debajo de los siete colchones justo antes de llevarla hacia el altar, desposarla y por fin juntos devorar varios quintales de perdices.
¿Pero estaban en esos cuentos las mujeres libres, activas, decididas, las que quisieron desde niñas protagonizar su historia y ser dueñas de sus propias apuestas?
No, ellas no estaban. Nos lo descubrieron tantas autoras como se preocuparon de la teoría feminista, de la construcción de modelos capaces de apostar por una sociedad de iguales. Y a su zaga, gays y lesbianas descubrimos que tampoco estábamos en los cuentos.
Yo no estaba en los cuentos, no podía aprender modelos de comportamiento, percibía que la sociedad me consideraba un extraño, un indeseable, y no podía soñar con encontrar un príncipe hermoso y afortunado que me besara en los labios y me prometiera amor eterno. Así que tuve que apañármelas solo, inventarme un mundo de fantasía poblada por mocetones tan apuestos y fuertes como mis Geyperman y poblarlo de cuentos, cuentos que se parecían mucho a los tradicionales pero en los que cuando el príncipe besaba un sapo, el más dulce amor se le aparecía en forma de morenazo.
Más adelante aprendí que mis Geyperman no estaban equivocados. Que habían nacido en la Antigua Grecia y militado en el Batallón Sagrado de Tebas. Que se habían mirado con ternura extrema en las despobladas laderas de Brokeback Mountain. Que habían aprendido a amar entre fusiles con Yossi y Jagger. Y aprendí que los cuentos que teníamos que contar a nuestras hijas e hijos deberían hablarles de la diversidad, de la felicidad, del amor, de la responsabilidad, de la decisión, de la libertad sin. Y que en ellos podría haber unas veces muchachitas delicadas y otras bravas mujeres, en la que los muchachos podrían llorar lo mismo que vencer a un ejército de monstruos. Cuentos en que los labios que se acercaran para el beso pudieran ser también los de dos hombres que se conocieron gracias al celestinaje de los sapos. O los de dos mujeres que habrían compartido azarosas aventuras de la mano.
Los cuentos, por fin, de todas y de todos.
13 comentarios:
El momento ha llegado: en esto no estoy de acuerdo contigo, querido Rukaegos.
No estoy a favor de la reinterpretación de los cuentos pero ni soy mala, ni machista, ni homófoba, ni ignorante, ni antigua.
En el café que nos debemos lo debatimos.
Abrazos
Cuanto tengo que agradecer a mi madre que se inventaba cuentos para contarnos en los dias de nieve que siempre hablaban de igualdad y respeto.
Besos. Vero.
¡¡¡Pues el debate se presenta interesante. ¡¡¡¡Me manifiesto totalmente a favor de la reinterpretación en este caso concreto y con el fin de conseguir una base educativa en la DIVERSIDAD!!!
Patri-Cia: la referencia a los malos tenía más que ver con algunas cosas que he leído y escuchado en medios estos días, donde falta tiempo para ridiculizar cualquier iniciativa relativa al Ministerio de Igualdad, sea la que sea.
En lo que a los cuentos se refiere, claro que están estupendos (la mayoría). Sobre todo porque forman parte de nuestro imaginario infantil y porque todo lo que nos pasó en el Paraíso tiene algo de entrañable y mágico.
Pero la propuesta no es cambiar los cuentos, sino adaptarlos a la diversidad de nuestra sociedad, pensar que tal vez los valores que estamos intentando transmitir deberían tener un reflejo en nuestra literatura oral. ¿Pueden los príncipes viajar en silla de ruedas? Claro que sí, lo mismo que bailar, como vemos en Glee. Y tal vez encontrar de tanto en tanto un cuento mágico, bien escrito, que vaya rompiendo esa barrera sea tan importante como poner rampas en las aceras. ¿Qué tal si Cenicienta es latina o marroquí? ¿Y si utlizamos a una chica para trepar por la mata de habichuelas y devolver la felicidad a los habitantes del valle tras vencer a la ogresa (jaja habrá que repartir también los papeles malos)? ¿O si permitimos que el Gato con Botas ayude a su amo a conseguir el amor del príncipe más hermoso de los alrededores?
Se habla de estrategias y recursos para que padres y madres, para que los demás espacios educativos, recuerden que los cuentos son una gran oportunidad pedagógica. Y que por eso tendrán que adaptarse a la realidad, a las circunstancias de los oyentes. En fin, de la posibilidad de elegir que las cosas sigan siendo como nos las contaron o de vez en cuando un poco más abiertas, un poco diferentes.
Vero: definitivamente esas inventoras de magia que han sido tantas madres son una herencia impagable.
Lucía: cuánto sabes tú también de la invisibilidad, y de cuánto hay que luchar para convencer a los demás que somos diferentes, no necesariamente inútiles, o perversos, o lo que sea.
Claro, por eso me manifiesto con fuerza y conocimiento de causa. Y........ ¿quién sabe si Cenicienta era ciega y su deficiencia visual fue causa de la pérdida de su "zapato"?
Me puse en"sintonía"con la intervención de/Patri-cia/,pero tu segunda intervención me ha aclarado más el tema.
Los que tenéis el"don"y el oficio de saber escribir ponéos a la labor.Escribid cuentos nuevos que se vayan filtrando en la infancia.
No será rápido ni tal vez fácil,pero es necesario.
Totalmente de acuerdo contigo en este sentido, estoy mas que harto de que siempre el final sea el mismo: beso, matrimonio y perdices....
Querido Rukaegos, que hoy te he visto en un semáforo y estabas muy guapo:
Acepto la creación de nuevos cuentos con niñas valientes que salvan a sus atemorizados amiguitos, con sillas de ruedas, diversidad de razas, velos, minusvalías,etc. De hecho, mis hijas leen estos cuentos.
Pero no acepto la adaptación de lo que ya fue escrito en otra época y en otro momento porque no es compatible con nuestros valores actuales.
Corremos el riesgo, entonces, de que en un tiempo también nos parezca que La Celestina o El Quijote, por ejemplo, no representen el mundo políticamente correcto en el que queremos vivir y también haya que adaptarlos a nuestra realidad.
No se trata de atacar a la ministra (aunque la odio) sino de poner un límite a esta ola invasiva de lo aséptico, del contentar a todos, del mundo de praliné en el que queremos vivir.
Además, los niños tienen su propio criterio y te sorprendería saber que cuentos eligen. Te adelanto que Blancanieves (Negranieves para algunos)no les gusta nada.
Sin más, que en estas cosas uno piensa como piensa y el debate sólo suele producir sulfuramientos, me despido atentísimamente.
Jajaja, Patri, me vas a tener que saludar la próxima, porque con este ya te debo siete cafés. Pero gradúate la vista, anda, ;)
Del criterio de los niños (y del de las niñas) me fío mucho más que de los criterios políticos. Sobre lo aséptico y políticamente correcto, mejor dedico un post a la cuestión que tiene mucha miga. Pero en resumen, ni los mundos de Yupi que ahora prentenden algunos, ni las descalificaciones constantes del antes.
Y no te sulfures, mujé, que aquí somos todos medio civilizados y sólo nos insultamos los días impares ;)
¡¡¡¡Ahhhhhhh pues más que reinterpretar cuentos, que puede suponer un desajuste, me animo a CREAR!!!!!!! Estupenda idea sobre la que tengo muchas ideas........
No quiero ser políticamente correcto y por ello llevo algún tiempo preguntándome cuales son las aportaciones reales de un MINISTERIO de Igualdad.
Escéptico
A"Blenda":
Perfecto!,esa me parece la idea correcta.
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