viernes, febrero 05, 2010

MOMENTOS ESTELARES. LOLA 2: EL ALMA DE LOS PERROS


Como se viene el fin de semana y hoy hemos amanecido con noticias tristes, me parece que toca otro momento estelar con mi querida y vieja setter Lola como protagonista. Y es que ya os decía en "¡Quita, cerda!" que la mi Glenda es poco estelar, pero la borrachuza de Lola da un juego estupendo.

Me imagino que la peña está cada vez más acostumbrada a que compartir espacios con el mundo canino, pero en eso Lola fue un poco pionera y solía pasear por un Santander donde no encontrabas tanto bicho (a cuatro patas) como ahora. Educada lo era, a su manera, porque el ramalazo revolucionario y protestón irlandés no lo perdió nunca. Pero a pesar de su cuasi-impecable comportamiento cívico (que para dejar las ciudades hechas unos zorros ya están los ediles de urbanismo) cada dos por tres algún probo e impertinente ciudadano se tomaba la libertad de proferir algún graznido contra perruca y dueño al modo de "Los perros tendrían que estar todos muertos" (yo no me quedaba callado, claro: "Y los locos en el manicomio y ya ve, usted tan ricamente tomando el sol") o incluso puñetazo en ristre porque "A los cabrones estos que tienen perro hay que matarlos" (un portero de antro, quién si no, que acabó en los tribunales y con sanción) o intentos de patada adolescente en el hocico a la pobretuca mía que era más buena que ni sé ("A ver si ata al chaval, que la perra va con su correa ¿eh?").

Lola había aprendido a hacer sus necesidades menores en una extraña postura: dos patas sobre la acera, dos sobre la calzada, chorrete en el canalillo directo a la alcantarilla. Y las mayores, siempre retiradas con prontitud, sobre alguno de los escasos tapices de césped de la city o, con el toque barriobajero que le caracterizaba, sobre arena de obra. También tenía sus manías. Pero a pesar de su civismo, un mediodía de domingo se encontró envuelta en una extraña perturbación ambiental en plena Plaza de Pombo, que paso a relataros y que se saldó con un interesante debate sobre el alma.

Íbamos camino del kiosko del Paseo de Pereda en donde por aquel entonces compraba El País, a eso de las dos de la tarde, cuando topamos en Pombo con un núcleo familiar tradicional de esos que dice el Pastor Alemán que garantizan la buena crianza de los retoños pero que al suyo lo tenían retozando por encima de los árboles, arrancando ramas y barbareando que es gerundio. Lola encontró una buena esquina para sus aguas mayores que, como era costumbre, retiré con una bolsita de plástico de esas que convierten el desperdicio más biodegradable en el desperdicio más inasequible al desaliento y lo eché en la papelera, tal y como estaba expresamente prohibido en las ordenanzas municipales. Puesto que no había gente y la perrina era más bien mayor, iba suelta, como también prohiben las ordenanzas. Pasamos al Paseo, compramos la canallesca, y emprendimos el regreso hacia el Sweet Home donde esperaban las alubias.

La Plaza se había convertido en un pequeño lío en el que la Familia Tradicional, con su cabeza de familia, uno de expresión de Tarugo Tremens, increpaba con palabras bastante fuertes a Mariaje, una amiga que se sentaba en un banco con su Fox Terrier, y a un anciano al que no conocía que se sentaba en el mismo banco con su Nisu. Al parecer, el niño de aspecto berzoide que trepaba a los árboles cual experto bonobo había pisado una caquita de algo al aterrizar sobre el césped y, avistado el panorama, habían arremetido contra los primeros perros acompañados que pudieron divisar. Como Lola se acercó a saludar a Paco, el fox, yo me acerqué con tranquilidad mientras los buenos ciudadanos continuaban su sacra cruzada contra la caca y me incorporaban al repertorio. Tarugo Tremens pareció enfadarse muy mucho con la indiferencia del trío de perros y el trío de dueños, así que como nadie le pedía disculpas al Retoño Arborícola, mientras Mami Loreal se quedaba al cuidado del follón se acercó a una cabina para llamar a los munipas.

La pasma llegó rauda, algo que nunca hubiera hecho si se hubiera denunciado algún camelleo o una pelea de bates (y hablo por experiencia) y se acercó para poner orden en el caos, a lo hacedora de mundos. Uno, que tiene su honra, decidió que no iba a pasar por alto la alevosa acusación de dejar residuos cacoideos por doquier, así que ni corto ni perezoso se acercó a la papelera, sacó la bolsita no-biodegradable llena mierda biodegradable y la pasó por las narices de Tarugo, Loreal y Bofia, mientras los policías insistían en que no era necesario.

Mami Loreal viendo que no acababa de obtener la reparación compungida que esperaba, exclamó en medio del debate "Pero es que los niños tienen alma y los perros no". Como el debate teológico siempre me ha parecido mucho más jugoso que la recogida de residuos sólidos, volvíme hacia la rubia para espetar "Será porque usted lo diga, señora. Según Santo Tomás de Aquino, mi perra tiene no una alma sino dos, alma concupiscente y alma volitiva. Lo único que la diferenciaría de los humanos es la ausencia de alma racional, y tampoco veo que su niño de usted la tenga. Y como comprenderá, en materias de alma entre el Doctor Angélico y una que pasaba por aquí, quedan pocas dudas".

Andaba yo preparando la bonita cita de Juanpa Segundo sobre las animales almas al consagrar a San Francisco de Asís patrón de los ecologistas, cuando se deshizo el lío. Yo me fui con los polis a presentar denuncia por insultos y quisicosas varias, más que nada porque para digna una. Y bendita ocurrencia.

Porque el lunes una ligera investigación en el Negociado de Bofia (en el que trabajaban un par de paseantes caninos y solidarios del barrio) aclaró que los policías habían redactado parte de salida, dando cuenta de la llamada acusica, pero declaraban que no había excrementos y que los perros que habían encontrado estaban debidamente atados (mentira cochina, Lola estuvo suelta en todo momento, total la multa iba a ser la misma ...). Pero a la semana siguiente había cambiado el texto en los mismos ordenadores y con curiosas faltas de ortografía de pronto sí había denuncia interpuesta porque según el texto misteriosamente aparecido, al llegar a Pombo "había perros corriendo y defecando" (curiosa actividad múltiple que no sabía que los perros pudieran simultanear). Y es que Tarugo Tremens había resultado ser funcionario de la casa y amiguete de alguien.

Con la denuncia en la mano, en la que la pareja municipal declaraba ante la nacional exactamente lo contrario, me apresuré a redactar un recurso en el que ironizaba sobre las posiciones de las perras al orinar y al defecar, la escandalosa ignorancia sobre el kamasutrat higiénico-canino de una Mami Loreal bióloga como la Obregón (a esas alturas y en este pequeño pedazo de mundo ya la tenía también localizada) y me preguntaba sobre cuáles serían los sistemas de seguridad de los ordenadores del Negociado. Nunca hubo multa. El recurso corrió como monólogo cómico de moda de despacho en despacho. Tarugo Tremens acudió con más cara de tarugo que nunca al juicio de faltas al que había sido convocado sin entender qué hacía un buen ciudadano como él en una sala como aquella, y aún más cuando el juez preguntóme, como si yo fuera tontito "Pero a ver, ¿usted quiere que se condene a este señor?" y yo dije "Pues claro".

Lo peor fue que entre ir y venir, almas y diretes, llegué a casa a las siete de la tarde y las alubias estaban pelín pastelosas. Se las comió la perra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El martes murió Gross, un pastor de Brie al que adoraba, un perro especial, adorable, el perro de una de las personas a las que más quiero, 12 años con ellos, y conmigo, y con todos. Sólo puedo recordarle con una sonrisa y con toda la tristeza del mundo. Que nunca nos falte ALGUIEN como un perro, como Gross, Glenda María o Lola. Son el mismo cielo.

BRUNO6 dijo...

Me encantan tus historias"costumbristo"-caninas.

Licencia de Creative Commons
Un Santander Posilbe by Regino Mateo is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
Based on a work at unsantanderposible.blogspot.com.