Han pasado ya tantos libros, tantas películas, tantas canciones, tantas fotografías, tanta televisión por nuestra memoria que resulta casi imposible pensar cómo sería soñar la Movida desde esa pequeña ciudad en la que pasé infancia y adolescencia, Reinosa, o la Santander que me acogía en Navidad y verano.
Supongo que la existencia de un canal y medio (la segunda cadena no se recibía en Reinosa) de televisión ayudaba a dar forma a la sensación de que algo extraño, loco, estaba ocurriendo en Madrid y de rebote en Vigo, León o Zaragoza. Y es que por muchas dificultades que hubiera nos acababan llegando los discos de aquellos grupos jóvenes que marcaban un nuevo código de expresión, de imagen, de comportamientos y valores. Y desde el comercial Aplauso que siempre reservaba un minutaje a los novísimos a programas como Caja de Ritmos, La Bola de Cristal o el mítico La Edad de Oro, íbamos reconociéndonos en quienes vivían deprisa y a todo ritmo por las calles de Madrid.
Cuando se quiso hablar del 25 aniversario, muchos de sus protagonistas coincidieron en afirmar que hubo algo de inexistencia, de invento, en la idea de Movida. Pero no es cierto, no desde la lejanía en la que soñábamos con vivir aquel hervor de ideas, de locura, que ayudó a cambiar una España en blanco y negro por un país a todo color. Esta es la idea que hace algunos años intenté transmitir a mis alumnos de música del Colegio Altamira cuando les encargué una pequeña investigación sobre la música pop española en los 80. Una juventud, mis propios quince años de 1980, que no se sentía implicada ya en los cantautores que hablaban de una libertad y un país que de alguna forma ya estaba ganado para el futuro, pero mucho menos en la lánguida expresión de los cantantes melódicos y poperos que habían formado parte del rostro digamos oficial del viejo régimen. Y de pronto estallaron las locuras y excentricidades de muchos jóvenes que sin formación pero sin vergüenza decidían que querían ser protagonistas de su propia juventud, que querían hacer fotos, o cine, o música, que querían experimentar la libertad hasta los límites, unos límites que hoy serían bastante poco posibles vista la crisis de la imaginación y sobre todo vista la dictadura de lo políticamente correcto.
Regresar a los 80, regresar a la imagen de tantos grupos y tantos habitantes de la noche es en el fondo reconocer a quienes fuimos entonces. Cuando a pesar de nuestro pijerío, de vivir en ciudades donde sólo de forma tangencial vivimos aquella explosión queríamos ser como ellos. Y viajábamos con los Zombies hasta Groelandia bailando con extraños movimientos convulsos en el Rebeca. O íbamos a clase con pantalones imposibles que recorrían toda la gama de verdes y jerseys que le daban nuevos nombres al rosa, con aquellos abrigos largos y oscuros, con las camisetas salvajes de Vivianne Westwood que pude comprarme a pesar de la cara de horror de la Tía Chavita mientras sacaba el monedero para abonar el regalo de cumpleaños. Una clase en la que convivíamos con dos o tres góticos, un par de modelnas y muchas hombreras y pelambres pintorescas.
Claro, es que entonces éramos más jóvenes y pensábamos que podríamos comernos el universo. Es que teníamos ganas de ser diferentes, de reír, de vivir, de construir nuestro propio imaginario. Y con ese imaginario, nuestra propia nostalgia.
2 comentarios:
Hace algún tiempo publiqué en la prensa local un artículo sobre La Movida, fundamentlamente de La Movida madrileña. No recuerdo si lo incluí en el blog.
Pues me parece que no lo leí, Escéptico, echaré una batida por tu blog para ver si lo encuentro.
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