Guapa, lo que se dice guapa, Glenda. Que a pesar de sus años sigue espectacular con ese trasero que haría palidecer de envidia a Jenniffer López. Pero estelar, lo que se dice estelar, fue Lola.
Glenda es bonachona, tranquila, cariñosa, se te acerca, te dice mímame, te pisa con sus cuarenta kilitos, te da un culazo para que recuerdes que está esperando la caricia de turno y, como mucha sorpresa, y sólo si eres bebé y la miras embobado, podría rebañarte la cara de un lametón. Por el contrario Lola era, sí cariñosa y bonachona, pero trasto, traviesa, borrachuza, ladronzuela, pelín broncas, independiente, desobediente, cagueta y, lo peor de todo, irlandesa y pelirroja. Y así desde que llegara en una caja de zapatos haciéndose la buena, la vida en común fue durante muchos años una continua sucesión de anécdotas y líos, dignos de un par de momentos estelares.
Lola fue siempre muy suya. Terca como nadie, allí donde se intuía algo comestible, un hueso enterrado, un croissant, una tostada, un bocata de mortadela, unas tripas podridas de pescado, allí que salía como un relámpago atravesando calles y calzadas. Mis amigos los Navelina, de hecho, dejaron de invitarla a casa cuando contaba la tierna edad de seis meses, hartos de que la muy cabrona primero agotara hasta el borde del infarto a su ya más que viejo cócker Pon para después, cuando el pobre no podía ni sostenerse en pie, comenzar a excavar el jardín en sus propias narices para despojarle de los centenares de huesos enterrados a lo largo de una vida dedicada al acopio digna de los Botín. Pon aullaba viendo cómo la desvergonzada jovenzuela iba descubriendo un escondrijo tras otro. Claro que lo mismo no fue lástima por Pon y lo de dejarles el jardín hecho un Emmenthal (a ver cuándo nos vamos a enterar de que el Gruyère no tiene agujeros, leñe) o lo de ventilarse tres kilos de solomillo en adobo que aguardaban el horno en la cocina tuvo algo que ver.
En una jornada normal, pasaba por Regma y aullaba hasta que una dependienta le sacaba un par de barquillos. Se relamía y caminaba hasta Capri donde aullaba hasta que alguien decía el característico "ay que graciosa" y le regalaba otros dos barquillos. Y si se encontraba con la abuela de Marián, incorporaba un sobao a la dieta. Luego se acercaba a Pombo, echaba unas carreras mientras yo leía el periódico y nunca supe como terminaba los juegos con un croissant o un bollo suizo en la boca mientras yo disimulaba.
Se aficionó también a los bocatas de los marineritos que de vez en cuando nos paseaba por Santander la flota de la OTAN. A pesar de lo cual, ni hubo conflicto diplomático alguno ni yo me puede ligar a ninguno de los divertidos muchachotes.
Las tripas podridas de pescado no se las comía, eh, en general las utilizaba para restregarse y quitar el olor a perro, como buen ídem de caza. Que claro, mucho mover la oreja a lo melenorra de Veronica Lake, pero luego apestando a sarda vieja durante dos semanas (por Anubis, era imposible quitarle aquella peste).
Visto el descaro de la pelirrojilla, no os cabrá duda de que sabía manejarse como el mejor de los mediadores desbloqueando situaciones. Como ocurrió aquella noche cuando a eso de las dos, tras una cena con los amigotes, el Ruka decidió sacar a la perruca de paseo por la noche agostina de Santander. Como la casa familiar queda en mitad del mogollón copero, el portal estaba obstruido por un grupo de Yennys diecisieteañeras empeñadas en levantar un monumento a la vulgaridad. La abeja reina lucía una minifalda fucsia muy, pero que muy corta, tinte rubio muy pero que muy barato, palabrotas muy pero que muy bestias. Se llamaría como poco Amaranta Vanessa, y visto el piernamen que se desparramaba al término de la escueta falda, está claro que se apellidaba Navidul. De los Navidul de Michigan.
Por activa y por pasiva, eso sí, siempre con educación, traté de que el coro de amables señoritas se apartara un poco, lo justo para dejarme salir de mi casa. Pero además de zafias debían de ser sordas. Así que no vi otra forma de abrir paso que soltar el collar de Lola y dejar que resolviera el camino a su forma.
Lola observó, planteó su composición de lugar, y con una sacudida de hocico que venía a decir un más que claro "¡Quita, cerda!" arremetió contra los jamones de Amaranta Vanessa que de pronto saltó cual grácil damisela al sentirse sobeteada por una imprevista mopa irlandesa.
-Joder, Hostias -exclamó la dulce señorita-. Menudas coño horas de sacar al perro.
-Perdona, bonita -Señalo a Lola, tratando de mantener la acidez y la calma en su justa proporción-. No es un perro, es una perra.
No parecieron sorprender los ocho pezones y las discretas palabras a la sutil doncella, ya que chasqueó la lengua, miró con un mohín simiesco a las fans y rectificó su valoración primaria.
-Pues Joder, Hostias (otro chasqueo de lengua), menudas coño horas de sacar a la perra. ¿Te gusta más así? (el así sírvase agudo y ordinario en la clásica tradición de La Cruza)
Tomo aire, me relajo, suspiro, compruebo que Lola está entretenida metiendo la lengua en el gin tonic de un maromo sentado en las escaleras vecinas y demasiado ocupado en su propio vacío mental como para reparar en la pelirrojilla. Y dirigiéndome a Amaranta Vanessa digo, acentuando todas las sílabas.
-Las perras tienen el mismo derecho a salir por la noche que las zorras.
El estallido de carcajadas tanto entre sus finas amigas como entre los que ya habían pegado la oreja buscando bronca, me hizo consciente de que al menos por esa noche, de aquella bocaza no iban a salir muchas lindezas más. Así que me implanté dos besos en las mejillas a lo Tamarit, me dije a mi mismo, te has salido tío, y con disimulo agarré el collar de Lola y me la llevé de un tirón, un instante antes de que después del gin tonic y de un vodka con naranja la emprendiera con un cubata huérfano.
El resto del paseo, sin novedad.
6 comentarios:
Extraordinaria frase, Regino... las perras tienen el mismo derecho a pasearse por la noche que las zorras!! Estoy hasta la moñeta de tener que explicar que los perros (yo tengo una perra preciosa, pero qué voy a decir yo) tienen que salir, pasear, hacer sus necesidades que conveniente y prontamente recojo... ¿tan dificil les resulta a algunos comprender que yo en casa no puedo sentar a mi perra a hacer pis y pos en mi baza? ¿Y aquellos niños/as, y también viejos con próstata belicosa que dejan pises donde más les urge? claro, estos son, vaticanosamente hablando, personas humanas. Humano es todo, todo lo que me rodea, mi perra y la tuya también, Regino, eso seguro, a que sí?
Ah, por cierto ¿cómo fue lo de Límites en el palacete? Saludos
Jaajaja, genial, tío. Momentazo estelar, ya me hubiera gustado veros por un agujeruco a la perra, a la zorra y al que llevaba la cadena. Sañludos. Sañudos, no, SALUDOS.
Divertida anécdota del"Santander la nuit"y genial cómo la zanjaste.Frase digna de Wilde o de Groucho.
Este no es momento estelar, es momento lingüísticogenial made in Regino (uno de tantos). Besos.
Si tuviste un resto de la noche tranquila, es que algún espíritu compasivo te acompañaba.
Mi simpatía por los perros/as es cero, pero acepto que alguien como tu mantenga ese entusiasmo.
Al leer tu comentario, Escéptico, Glendamaría ha subido la ceja con cierto mal humor. Pero ya le he dejado claro que eres una de las pocas personas de las que puedo admitir que no les gusten los perros.
Gracias Eugenia, Luis, Bruno y Ana por vuestros comentarios. La verdad es que fue uno de esos momentos en los que tienes en la boca justo la palabra que hacía falta. Y la chica parecía que me estaba dando los pies adecuados.
Juro que no estaba ensayado :)
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