CONTRATENORES, CONTRABAJOS Y CONTRAMAESTRES

No citaré ni fuentes, ni espacios, ni fechas, porque no quiero más líos de los ya habituales en mí y porque este blog es un espacio de expresión personal, pero al mismo tiempo abierto y público. Sírvanse mis visitantes, en cualquier caso, de dar por cierta -y además contrastada- la fuente y la cita.

El pasado año tuvimos la oportunidad de escuchar en el transcurso de eso que llaman Festival Internacional de Santander una voz prodigiosa. Andreas Scholl, uno de los más grandes contratenores del panorama actual, que tratándose de este registro es como decir de la historia, nos ofreció un bello repertorio de arias barrocas en una Sala Argenta que a pesar de sus más bien nefastas cualidades acústicas para los instrumentos antiguos y de los gustos de un público en general más acostumbrado a David Bisbal y al Malvís de Tanos que a Händel, hubo de rendirse ante la extrema sensibilidad, la belleza de las arias y la exquisita y modulada voz del cantante suizo.

En el descanso, ante muchos y variados oyentes, en plena sala VIP -Very Important Purriegos- donde evitan palqueros y asociados mezclarse con el vulgo durante los recesos se oyó a nuestro cultivado, mediático y dicharachero presidente exclamar "Es la primera vez que escucho a un contrabajo de estos, y desde luego la última".

Al principio pensé que se sentía ofendido por la estatura de un sigfrídico Scholl, más largo que una semana sin pan, y que lo de contrabajo lo decía porque se sentía empequeñecido, reducido a la categoría de Trenti del Nansa u otra subespecie de gnomo autóctono, agredido en su diversidad micromolecular. Pero no tardé, listuco que es uno, en darme cuenta de que confundía contrabajo y contratenor, un error lógico en todo titulado universitario que se precie, al que suponemos dotado de una cierta cultura, aunque sea de las de andar por casa y en zapatillas de cuadros confortables.

Me recordaba María Antonia esta mañana la vergüenza ajena que sintió en un concierto benéfico de hace un par de años, cuando comenzó a cantar un contratenor cántabro (sí, Revilluca, también aquí hay de eso), José Antonio Maza, buen músico y excelente persona que murió hace unos meses en plena juventud. Y claro, la subida a los agudos y escarpados registros provocaba sonrisitas estúpidas, risitas zahirientes y, cómo no, comentarios garrulescos de "hala, es maricón".

"Cultura popular" (ejem). La misma en la que bebe nuestro presidente. Un presidente que no tiene vergüenza alguna en exhibir su propia pelambre de la dehesa y denostar todo aquello (mucho, a lo que se ve día tras día) que ignora. Mientras continúa paseando de esquina a esquina, acechando transeúntes para ver si le cruzan con su mirada para así saludarlos y fingirse simpático. Y eso con esa voz atiplada (dice una vecina de mi calle que entre el tamaño y el tono le recuerda a una kika) que convierte en más ridículo si cabe el comentario sobre Scholl.

Andreas Scholl camina y canta por otros universos, explora todo el repertorio de las emociones humanas tal como firmaron Vivaldi, Dowland, Händel, Glück o Bononcini. Lo hace con una voz privilegiada y exquisita, para paladares afinados. Y desde su mágico instrumento nos viste de tristeza, soledad, ira o alegría. Un territorio de Cultura, Humanidad y Pasión con mayúsculas en el que a Revillapresidentix ni se le conoce ni se le espera.

Tal vez éso lo explique todo.